Me giré al oír unos pasos y vi a Lucas acercándose.
—?Estás bien? —me preguntó.
—Sí, solo quería andar un poco.
—Vale, ese es el pretexto, ahora cuéntame la verdad.
Lo miré sorprendida.
—?Perdona?
—Eres muy expresiva, Maya.
—O tú me observas demasiado —repliqué.
—Eso también. —Alzó una ceja y sonrió. Me sonrojé, era un poco canalla—. Venga, dime por qué has salido huyendo.
—No he salido huyendo.
—Sí lo has hecho.
Resoplé.
—Es que... No sé relacionarme con gente normal. Lo intento, pero no me sale.
—?No te consideras normal?
—?No! Me he dado cuenta de que he estado viviendo en una burbuja y, ahora que me encuentro fuera, me siento como un extraterrestre que se ha equivocado de planeta.
—?Y en tu planeta son todos como tú? —Puse los ojos en blanco y me di la vuelta para marcharme. él me sujetó por la mu?eca—. ?No, no..., perdona! Solo bromeaba para que no estés tan seria. Te escucho.
Solté el aire con fuerza.
—De todas formas, no lo entenderías.
—Prueba —me retó.
—Toda la gente con la que me he relacionado desde los cuatro a?os forma parte del mundo del ballet. Familia, compa?eros de clase, profesores, novios, hasta mi mejor amigo es bailarín. Así que ya puedes imaginar en torno a qué giraban nuestras conversaciones.
—?Al ballet? —aventuró él con una fingida inocencia.
—Incluso el poco tiempo libre que tenía lo dedicaba a ver vídeos de representaciones en YouTube, biografías sobre bailarines y documentales.
—Bueno, no voy a negar que suena un poco obsesivo, pero es a lo que te dedicabas. Es lógico. Tengo un amigo que es deportista de élite y está mucho peor que tú, te lo aseguro.
Su mano resbaló de mi mu?eca a mis dedos y los envolvió con los suyos.
—No soy capaz de mantener una conversación con nadie, porque no sé qué decir. No he visto series, no he leído libros y, mucho menos, el periódico. Apenas soy consciente de lo que pasa en el mundo —me lamenté. Hice un puchero—. No tengo una opinión sobre absolutamente nada y, visto lo visto, tampoco poseo sentido del humor.
Lucas soltó el aire por la nariz.
—Si lo dices por Dante, créeme, el problema no es tuyo. Sus chistes son horribles.
—Aun así, soy una seta. Es lo que diría Julia.
Bajé la vista a nuestras manos unidas. No me soltaba y yo tampoco hice nada para que ocurriera.
—Eso no es cierto. Además, sí que sabes conversar. Lo estás haciendo ahora conmigo.
—Ya, pero contigo es fácil —susurré.
Lo miré a través de las pesta?as y me perdí un poco en sus ojos. Era fácil hacerlo. Igual que era fácil hablar con él. Desconocía la razón por la que me abría de esa forma con Lucas. Quizá tuvo algo que ver ese vaso de leche que me ofreció la primera noche. O que no me dejara tirada en medio de aquella playa. El hecho de que se hubiera preocupado por mí sin conocerme de nada y que yo necesitara ese gesto más que nunca.
Puede que no hubiera un motivo.
Puede que simplemente fuese por él.
Lucas en conjunto.
Su mirada recorrió mi rostro, mientras su pulgar trazaba círculos sobre mi piel. De repente, tiró de mí y me obligó a caminar de vuelta a la casa.
—?Sabes lo que necesitas? Salir. Así que nos vamos.
—?Qué? ?Adónde?
—?Y qué importa? Solo... deja que suceda.
?Pero ?que suceda el qué??, quise preguntarle.
Me miró por encima del hombro con una mezcla de ilusión y malicia. Con cierta expectación. Como si él tampoco tuviera ni la más remota idea de qué iba a hacer al minuto siguiente. Improvisaba. Se dejaba llevar. Y esa actitud rompía mis esquemas y me empujaba a ver el mundo desde una perspectiva menos rígida. Más libre.
Quizá ese era uno de los motivos por los que lo encontraba tan especial. Tan distinto. Parecía lo opuesto a todo lo que yo era. A todo lo que conocía. Y me fascinaba la idea de intentar ser un poco más como él.
Así que apreté su mano y me dejé arrastrar por esa espontaneidad que quería compartir conmigo. Tomé la decisión de dejar que sucediera, aunque no tenía la menor idea de qué significaba.
Y me sentí viva.
Por primera vez me sentí conectada a algo.
A alguien.
22
Rota. No me gusta esa palabra cuando se usa para referirse a una persona. Pensar que está rota es demasiado tajante, porque no todo lo roto puede arreglarse. Prefiero decir que está incompleta, que ha perdido una parte. Una parte que, si no se encuentra, puede reemplazarse por otra que se ajuste incluso mucho mejor.
Me gusta pensar que somos como un puzle dentro de una caja. Un montón de piezas a la espera de que llegue alguien que nos ayude a encajar. Alguien que nos mueva, nos pruebe y nos gire, hasta conectar cada parte y formar de nuevo una imagen completa. Alguien capaz de moldear nuevas piezas para reemplazar las que se hayan perdido.
Hasta que conocí a Lucas, solo podía ver partes dispersas de mí, como si me estuviese reflejando en un espejo agrietado. Con él aprendí que las palabras dicen una cosa, lo que pensamos que es correcto, pero es lo que grita nuestro cuerpo lo que importa. El cuerpo no sabe fingir, refleja los deseos. Se estremece con los impulsos. Tiembla con las sensaciones.
Con él aprendí que hay que dejarse llevar por las emociones. Sentirlas. Aunque a veces sintamos cosas que duelen, que dan miedo. Porque es el conjunto de todas ellas el que nos da forma, el que nos dibuja, con luces y sombras, desde distintos ángulos, hasta obtener un reflejo nítido de quiénes somos en realidad.
él me ense?ó que hay viajes sin destino.
Y que el destino es un viaje en sí mismo.
Sin mapa. Sin brújula. Sin estrellas que nos guíen.
Porque no importa el camino que elijas.
Ni que te pases la vida viajando a ?ninguna? parte.
Al final, la última parada siempre será la tuya.
Tu destino.
23
Lucas me llevó hasta un pub situado en Corso Italia, la calle principal de Sorrento. Un local peque?ito y pintoresco, llamado Banana Split. Ocupamos una mesa en la terraza.