Cada hombre es una raza

—Me pegaron mucho en la boca. Me duele demasiado; si no, la tocaría.

 

El policía se irritó con él. Arrojó por la ventana la armónica, que cayó junto al escondrijo de Tiago. El chico agarró el instrumento, juntó sus pedazos. Aquellos pedazos se asemejaban a su alma, necesitada de una mano que la hiciese entera. El ni?o se acurrucó, calentándose en su propia redondez. Mientras se embarcaba en el sue?o, se llevó la armónica a la boca y tocó como arrullándose a sí mismo. ?Oiría el pajarero, encerrado en su celda, aquel consuelo?

 

Despertó en medio de gorjeos. ?Los pájaros! Tantos eran que inundaban la comisaría. Ni el mundo, en su universal tama?o, era suficiente aseladero. Tiago se acercó a la celda, vigiló el calabozo. Las puertas estaban abiertas, la prisión desierta. El vendedor no había dejado ni rastro, el lugar quedaba amnésico. Le gritó al viejo, respondieron los pájaros.

 

Decidió volver al árbol. Otro paradero para él ya no existía. Ni calle ni casa: sólo el vientre del baobab. Mientras caminaba, las aves lo seguían, en un cortejo de gorjeos, por encima del cielo. Llegó a la residencia del pajarero, miró el suelo cubierto de pétalos. Ya no estaban rojos, habían vuelto a su blanco original. Entró en el tronco, se mantuvo en la distancia de un rato. ?Valía la pena esperar al viejo? Seguramente se habría esfumado, huyendo de los blancos. Mientras tanto, él volvió a tocar la armónica. Se fue arrullando en el ritmo, dejando de oír el mundo de fuera. Si hubiera puesto la atención debida, habría notado la llegada de muchas voces.

 

—El canalla del negro está dentro del árbol.

 

Los pasos de la venganza rodeaban al baobab, pisando las flores.

 

—Es el tipo con su flauta. ?Toca, cabrón, que vas danzar!

 

Las antorchas se aproximaron al tronco, el fuego sedujo a las viejas cortezas. Dentro, el ni?o había empezado un sue?o: sus cabellos figuraban como hojas peque?itas, las piernas y los brazos se volvían madera. Los dedos, le?osos, buscaban lombrices en la tierra. El ni?o transitaba de reino: arborecido, en un estado de consentida imposibilidad. Y desde el sonámbulo baobab subían las manos del pajarero. Tocaban las flores, las corolas se encapsulaban: nacían asombrosos pájaros y se soltaban, como pétalos, sobre la cresta de las llamas. ?Las llamas? ?De dónde llegaban estas, excediendo la lejanía del sue?o? Fue cuando Tiago sintió la herida de las llamaradas, la seducción de la ceniza. Entonces el ni?o, aprendiz de la savia, emigró entero hacia sus recientes raíces.

 

 

 

 

 

La princesa rusa

 

 

 

[…] Bastó que corriese la fama

 

de que en Manica había oro

 

y se anunciara que para transportarlo se construiría una línea férrea,

 

para que enseguida se invirtieran

 

muchísimos miles de libras para abrir tiendas, establecer líneas de navegación a vapor, montar servicios de transporte terrestre, experimentar industrias, vender aguardiente, intentando explotar de mil formas no tanto el oro, sino a los propios explotadores del futuro oro […]

 

 

 

António Ennes, Mozambique Informe presentado al Gobierno, Lisboa, Agencia General de las Colonias, 1946, pp. 27-30

 

 

 

 

 

Disculpe, padre, no estoy arrodillado como es debido, es mi pierna, usted lo sabe: esta pierna izquierda delgadita no se ajusta bien a mi cuerpo.

 

Vengo a confesar pecados de hace mucho tiempo, sangre pisada en mi alma, tengo miedo sólo de acordarme. Hágame el favor, padre, escúcheme despacio, tenga paciencia. Es una larga historia. Como yo digo siempre: sendero de hormiga nunca termina cerca.

 

Usted tal vez no sepa pero esta peque?a ciudad ya disfrutó de otro tipo de vida. Hubo tiempos en los que llegaba gente de muy lejos. El mundo está lleno de países, la mayor parte de ellos extranjeros. Ya llenaron los cielos de banderas, ni yo me explico cómo pueden circular los ángeles sin chocar con los lienzos. ?Cómo dice? ?Que entre directamente en la historia? Sí, claro. Pero no lo olvide: yo ya le pedí muchito de su tiempo. Es que una vida tarda, padre.

 

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