Con un temor profundo en los ojos, el borde azul iba estrechándose cuando se sentó a la mesa en un apartamento vacío y vio su vida hacerse pedazos y nadie dispuesto a enfrentarse a la cólera de Piscary para ayudarlo. Yo me moví hacia delante y me senté delante de él, le agarré las manos y las puse sobre mi regazo.
—Mírame, Kisten —le pedí asustada. No puedo convertirme en su fuente de sangre. Tengo que mantenerlo con vida—. ?Mírame! —repetí, y nuestras miradas se cruzaron con agitación—. Estoy aquí —dije lentamente, intentando traerlo de vuelta a la realidad—. No te van a encontrar. Llegaré a algún acuerdo con Piscary. Esa cosa tiene cinco mil a?os de antigüedad. Tiene que valer por los dos.
El agua del ba?o le caía por los hombros y su expresión estaba llena de miedo mientras me miraba como si estuviese en medio de él mismo y la locura. Quizá en ese momento lo estuviese.
—Estoy bien —dijo con voz ronca, y apartó la mano de la mía. Era evidente que estaba intentando no mostrar sus sentimientos—. ?Dónde está Jenks? —preguntó, cambiando de tema.
De repente me sentí incómoda.
—En casa —dije sin más—. Fue a ver a los ni?os. —Pero el corazón me latía con fuerza y el pelo de la nuca se me erizó—. Mmm… quizá debería irme a casa y comprobar que está bien —dije sin darle importancia. Sin saber por qué, todos mis instintos me decían que me marchase y que me marchase ya. Por lo menos durante un rato. Tenía que pensar. Algo me decía que tenía que pensar.
Kisten levantó la cabeza con una mirada de pánico.
—?Te marchas?
Yo me estremecí, pero al instante se me pasó.
—Faltan dos horas para la puesta de sol —dije poniéndome de pie. De repente, no me gustó que él estuviese entre yo y la puerta. Lo amaba, pero él estaba al límite y no quería tener que decir que no si me pedía que fuese su sucesora—. Nadie sabe que estás aquí. No tardaré. —Me aparté de él y recogí su ropa—. Además, no creo que quieras volver a ponerte esto hasta que esté limpio. Te lavaré la ropa y volveré antes del anochecer. Lo prometo. También aprovecharé para hacer algunos hechizos.
Tenía que salir de allí. Tenía que darle tiempo para que se diese cuenta de que lo conseguiría. De lo contrario asumiría que no y me pediría algo a lo que yo no quería responder.
Kisten relajó los hombros y expiró.
—Gracias, cari?o —dijo, haciéndome sentir culpable—. No me apetecía nada volver a ponérmela. No en ese estado.
Yo me incliné y le di un beso desde atrás. Mis labios tocaron su mejilla mientras él levantaba una mano para acariciarme la mandíbula.
—?Quieres mientras tanto la camisa de Jenks? —pregunté, apartándome de él cuando dijo que no con la cabeza—. ?Quieres que pare y recoja algo mientras estoy fuera?
—No —repitió él con aire de preocupación.
—Kisten, todo va a salir bien —dije casi rogándole. Deseaba que pudiese ponerse de pie para poder darle un beso de despedida de verdad.
Al oír mi tristeza, él sonrió y se puso de pie. Fuimos juntos hacia la puerta. La ropa que atestaba mis brazos olía a él. él, al estar húmedo a causa del ba?o, no olía casi nada. Vacilé al llegar a la puerta y me colgué al hombro el bolso con la pistola de bolas dentro.
él me rodeó con sus brazos y yo exhalé apoyando todo mi cuerpo contra él, relajándome y oliéndolo. Bajo el olor del jabón estaba el leve aroma del incienso y cerré los ojos mientras lo abrazaba con fuerza.
Estuvimos allí de pie durante un buen rato y no quería soltarlo cuando se apartó hacia atrás. Me miró a los ojos y arrugó la frente al ver mi miedo por él.
—Todo va a salir bien —dijo, al verme dudar.
—Kisten…
Y entonces me apretó más fuerte e inclinó la cabeza para besarme. Sentí como querían salir las lágrimas al besarnos. Se me aceleró el pulso, no de excitación, sino de congoja. Kisten me abrazó con más fuerza y se me hizo un nudo en la garganta. Iba a estar bien. Tenía que estarlo.
Pero en su beso sentí el miedo que transmitían sus músculos tensos contra mí y también su abrazo, un poco más fuerte. Dijo que estaría bien, pero no se lo creía. Aunque decía que no tenía miedo a morir, sabía que le aterrorizaba sentirse indefenso. Y lo estaba. Un extra?o sin rostro iba a intentar poner fin a su vida y no habría pena, cuidado ni amabilidad. Cualquier sentimiento de pertenencia o de familia, aun deformado, estaría totalmente ausente. Kisten sería menos que un perro para quien viniese. Se convertiría de lo que podría ser un rito de paso a un horrible acto de asesinato en beneficio propio. Kisten no debería morir así. Pero así era como vivía.
No pude soportarlo más. Me aparté de él. Nuestros labios se separaron y lo miré a los ojos, que estaban llenos de lágrimas no derramadas. Iba a hacerle creer. Iba a demostrarle que no tenía razón.
—Tengo que marcharme —susurré, y me soltó, pero sin ganas.
—Vuelve pronto —me rogó, y yo bajé la cabeza, incapaz de mirarlo—. Te quiero —dijo mientras yo abría la puerta—. Nunca lo olvides.
Parpadeé para contener las lágrimas.