Por unos demonios más

—Piensa, Rachel —dijo gesticulando—. Lleva dependiendo de Piscary toda su vida. Ivy no es la única a la que Piscary ha estado jodiendo, pero Kisten siempre ha sido dócil, para que no se note. Quizá matarte es la única forma en que podría volver con Piscary. Rache, no es seguro. No te creas esto.

 

Jenks tenía el rostro arrugado de miedo. El sonido de las sirenas era cada vez más cercano. Recordé lo que había dicho Keasley sobre que los vampiros siempre necesitan a alguien más fuerte que ellos para protegerlos de los no muertos, y entonces sentí como mi determinación se reforzaba. No podía marcharme sin más.

 

—Cúbreme las espaldas, ?vale?

 

Al decirle eso, Jenks asintió como si fuese la respuesta que esperaba.

 

—Como si fueses el último brote de mi jardín —dijo él, y luego se metió en el coche. Miré por última vez el restaurante y me sentí más decidida. Entré en el coche con un sentimiento de ligereza e irrealidad. Junto a mí, Kisten gru?ó:

 

—?Dónde está mi taco? —dijo, respirando con dificultad, y yo me asusté cuando el contacto hizo un ruido al intentar encender el motor ya en funcionamiento.

 

—Está a tus pies ——murmuré, frustrada. Metí primera y arranqué. Llegué a la salida^ antes de recordar ponerme el cinturón de seguridad y me detuve derrapando para ponérmelo. Allí sentada, viendo pasar el tráfico, sentí que se me hacía un nudo en el pecho. No tenía ningún sitio adonde ir. En una decisión repentina, salí en sentido contrario a la iglesia.

 

—?Adonde vamos? —preguntó Jenks, aterrizando en mi hombro mientras el coche tomaba la nueva dirección.

 

Yo miré el llavero, que tenía la llave del apartamento de Nick. Nick había dicho que había pagado el alquiler hasta agosto, y apostaba a que el apartamento estaba vacío.

 

—A casa de Nick. No puedo llevarle a casa —dije apenas sin mover los labios—. Todo el mundo sabe que lo llevaría allí.

 

Miré de soslayo a Kisten, que tenía el ojo hinchado y cerrado mientras murmuraba:

 

—No debería haber puesto el juego de luces. Debería haber dejado como estaba el menú de la cocina.

 

Jenks permanecía en silencio. Luego, con una vocecita impregnada de pánico, dijo:

 

—Tengo que ir a casa.

 

Yo contuve el aliento y luego lo expulsé al comprenderlo. Matalina estaba sola. Si alguien aparecía en la iglesia buscando a Kisten la familia de Jenks podría correr peligro.

 

—Vete —dije.

 

—No puedo dejarte sola.

 

Me giré y cogí el bolso del asiento de atrás y busqué en él hasta que saqué la pistola de bolas y la puse en el regazo. Mirando la expresión de Jenks, dividida por la indecisión, paré en el arcén y pisé el freno. Kisten se abrazó a sí mismo débilmente mientras se movía hacia delante y hacia atrás. Oí bocinas, pero las ignoré.

 

—Saca tu culito de pixie del coche y vete a casa —dije con una voz constante y plana mientras bajaba la ventanilla—. Vete a cuidar de tu familia.

 

—Pero tú también eres mi familia —dijo él.

 

Se me hizo un nudo en la garganta. Cada vez que la cagaba bien, Jenks desaparecía.

 

—Estaré bien.

 

—Rache…

 

—?Estaré bien! —grité, frustrada, y Kisten nos miró con los ojos entrecerrados y respirando con dificultad—. ?Soy una bruja, maldita sea! No estoy indefensa. Puedo ocuparme de esto. ?Márchate!

 

Jenks se elevó en el aire.

 

—Llámame si me necesitas. Llevo encima el teléfono.

 

Yo hice un esfuerzo por sonreír.

 

—Hecho.

 

Y luego se marchó.

 

 

 

 

 

31.

 

 

Tal y como me esperaba, encontré vacía la casa de Nick. No creía que nadie me hubiese visto ayudar a Kisten a entrar y a subir las escaleras hasta el apartamento de una habitación. Kisten se había despejado un poco durante el camino y se había metido en una ba?era de agua caliente sin mi ayuda. No había cortina de ducha y pensé que, de todas formas, un ba?o le sentaría mejor. Seguía dentro y, si no oía vaciarse la ba?era pronto, iba a tener que echarle un ojo.

 

El ruido de la calle que entraba por las ventanas abiertas era agradable. Olía a cerrado cuando había abierto la puerta dubitativamente y me había encontrado con las paredes vacías y la alfombra ajada. Estaba claro que Nick había embalado todo en el solsticio y que había dejado muy poco por lo que regresar si tenía que volver a Cincy. No sabía ni me importaba dónde tenía ahora todas sus cosas. ?Quizá en casa de su madre?

 

No podía evitar sentirme traicionada una y otra vez, aunque aquí no había nada que pudiese hacerme revivir recuerdos, solo una alfombra desgastada y estanterías vacías. Intenté no sentir amargura mientras bebía el café que Nick había dejado, junto con un saco de dormir, tres latas de estofado y la sartén para calentarlo. Había un plato, un bol y un juego de cubiertos de plata, nada que pudiese echar de menos si no regresaba jamás, pero que estaban allí por si se encontraba de paso y necesitaba un lugar en el que esconderse durante un par de noches.