El vampiro, enojado, se limpió la sangre de la nariz y le manchó el pelo a Kisten al agarrárselo para levantarle de nuevo la cabeza. Kisten tenía los ojos cerrados y podía ver que su aliento movía la sangre que le cubría el labio y su pecho se levantaba al respirar.
—Nunca has sido nada, Felps. Recuerda eso cuando mueras. No eras nada en vida y serás aún menos cuando estés muerto.
—?He dicho que ya es suficiente! —grité, y entonces escuché el sonido de sirenas a lo lejos.
Sam me miró y sonrió ense?ándome los dientes.
—Ven a verme cuando necesites algo, bruja insolente. Te lo daré encantado.
Tomé aire para decirle que se podía meter su invitación por el culo, pero los dos vampiros soltaron a Kisten y él cayó deslizándose contra el lateral de mi coche.
Haciendo equilibrios para no apoyar la pierna sobre el tobillo roto, Sam se inclinó hacia Kisten. Kisten se sacudió de golpe y contemplé horrorizada como Sam se erguía de nuevo con el pendiente de diamantes que Kisten llevaba en la oreja.
—Piscary dice que cuando salga el sol habrás muerto dos veces —dijo Sam con la cabeza ladeada mientras se ponía el pendiente en su propia oreja—. No cree que tengas las pelotas para presenciarlo y redimirte. Dice que te has vuelto blando. ?Y yo? Yo creo que nunca tuviste lo que hay que tener para ser un no muerto.
Los otros dos vampiros empezaron a alejarse renqueando y, después de darle la última patada a Kisten, Sam los siguió dejando al último de ellos mirando fijamente al sol.
Kisten apenas se movía y estaba hecho un ovillo. Con el pulso a mil, fui hacia él. Aquello había sido una estupidez. ?Dios! ?Hasta dónde llega la estupidez de los hombres? Darse una paliza había sido fantástico, lo había arreglado todo, desde luego.
—Kisten —dije arrodillándome a su lado. Miré a mis espaldas, a la carretera, y me pregunté por qué nadie habría parado. Kisten estaba hecho un trapo: tenía la cabeza colgada hacia delante y sangraba por todos los ara?azos y contusiones que había sufrido. Sus pantalones caros estaban rozados y la camisa de seda desgarrada. Con dedos temblorosos, me quité el amuleto contra el dolor del cuello y se lo puse a él y lo escuché respirar limpiamente cuando se lo metí debajo de la camisa y se conectó con la piel.
—Todo irá bien —dije, deseando poder ver el restaurante, pero mi coche estaba en medio—. Vamos, Kisten. Ayúdame a ponerte de pie. —Así al menos no tendría que arrastrarlo hasta el coche.
él me apartó, luego se inclinó hacia atrás e hizo fuerza con las piernas para apoyarse contra el coche y levantarse.
—Estoy bien —dijo, mirando de reojo mi cara de preocupación, y luego escupió sangre en la gravilla.
—Dame… dame mi… mi palo de la suerte.
Estaba mirando el taco roto y yo apreté los labios.
—Métete en el puto coche —dije—. Tenemos que largarnos de aquí. Parece que viene la SI —dije agarrando la puerta. Jenks estaba en medio intentando ayudar, quitándole el polvo a los cortes de Kisten.
—Quiero mi palo —repitió Kisten mientras se dejaba caer en el asiento del acompa?ante y manchaba la ventana con el cabello ensangrentado—. Voy a… voy a metérselo por el culo a Piscary.
Sí, seguro que sí. Pero después de meterle los dos pies en el coche y di incorporarlo, recogí el taco roto y lo puse a su lado. Cerré la puerta y solo) entonces miré al restaurante. Sentí miedo y me rodeé con los brazos sintiendo como el viento me movía el pelo. Ivy estaba allí dentro, perdida en la locura que era Piscary. Y yo iba a tener que negociar con él por Kisten y también por mí. Luego miré a Kisten, tirado en el asiento del acompa?ante. Tenía que sacar di allí a Ivy. Eso era una locura. Cosas así no deberían ocurrir.
Sentí el aullido de las sirenas y, mientras los coches pasaban a más de setenta kilómetros por hora, me dirigí a mi asiento.
—Rachel —dijo Jenks poniéndose en mi camino—, esto no es seguro.
—?No me digas! —dije con amargura mientras intentaba agarrar la manilla de la puerta, pero se me volvió a poner delante.
—No —dijo él, revoloteando tan cerca de mí que casi me deja bizca—. Quiero decir que no creo que estés segura. Con Kisten.
Miré a Kisten, que estaba recostado sobre la ventana manchada de sangre, y luego abrí mi puerta.
—No es momento para paranoias de pixie —dije con firmeza.
él despidió un polvo cobrizo que me cubrió la mano y me hizo cosquillas y se negó a moverse.
—Creo que Piscary le ha dicho que te mate —dijo en voz baja para que Kisten no lo oyese—. Y cuando Kisten se negó, lo echó a la calle. Ya oíste lo que dijo Kisten: Ivy dijo que no y recibió halagos y a él lo echaron de una patada.
Yo me quedé quieta con la mano sobre la puerta abierta. Sentí frío. Jenks se posó sobre la ventanilla delante de mí sin dejar de mover las alas.