Por unos demonios más

Sam lo atacó y Kisten movió en el aire el taco roto como si fuese un cuchillo. Sam retrocedió, provocándole, hasta que Kisten lo siguió y se alejó del vampiro tumbado. Creo que todavía no respiraba, ya que seguía convulsionando en el suelo.

 

Entonces se unió a ellos un tercer vampiro que llevaba una gorra hacia atrás, agachado y cauteloso, y con la pata de una silla en la mano. Cegado por las ansias de pelea, Kisten se abalanzó sobre él con los colmillos al descubierto.

 

El vampiro saltó hacia un lado y Kisten se giró, se tiró al suelo e hizo un barrido con la pierna.

 

La pata metálica de la silla resonó al golpear el suelo justo delante del vampiro que la sostenía. Me quedé sin aliento cuando Kisten se movió demasiado rápido y cubrió al hombre en un suspiro. Su grito de dolor se cortó con una rapidez espeluznante y Kisten rodó por el suelo alejándose, ahora con la pata de metal en la mano. Estaba apuntando a Sam, y el vampiro se apartó cautelosamente. Aullando como un loco, Kisten atacó con movimientos rápidos y desdibujados.

 

El vampiro que Kisten había dejado en el suelo dejó de retorcerse. Sus ojos miraron fijamente, aunque sin ver, al cielo totalmente azul. El viento le movía el pelo, pero estaba claro que el hombre estaba muerto. Y yo ni siquiera había visto lo que le había hecho Kisten.

 

—?Kisten, para! —grité, y luego salté hacia un lado cuando el cuarto vampiro cayó sobre la mesa de billar que había a mi lado y la aplastó. Cayó con fuerza; sus ojos se pusieron negros y abrió los brazos como un águila durante un momento intenso antes de deslizarse y chocar contra el suelo.

 

Me giré hacia Kisten con el corazón a mil por hora. Quería que aquello terminase, pero él estaba descontrolado y yo tenía miedo a interferir. Tenía el rostro retorcido y feo. Sus movimientos eran repentinos y agresivos. Y cuando Sam se le acercó con el mismo aspecto, yo no pude hacer nada.

 

Gru?endo, Sam se giró con el pelo ondeando al viento mientras golpeaba la cabeza de Kisten con una patada circular.

 

Kisten se tambaleó y levantó una mano para tocar la sangre que le fluía de un corte debajo del ojo. Como si no lo sintiese, dio una patada hacia atrás y luego otra, acercándolo cada vez más a mí.

 

A la tercera, Kisten le dio. La cara de Sam se quedó rígida y, con una sonrisa salvaje, Kisten le retorció el tobillo. Sam chilló de cólera y cayó hacia atrás con un movimiento controlado, evitando así que Kisten se lo rompiese. Kisten se dispuso a darle un golpe mortal y Sam cogió impulso balanceándose sobre la espalda y, con su pie sano, golpeó a Kisten en la rodilla con un barrido.

 

Kisten cayó al suelo con el pie debajo del cuerpo. Yo hice ademán de ayudarlo, pero luego solté un grito ahogado cuando dos de los vampiros a los que él antes había tirado al suelo cayeron sobre él. Los gemidos de dolor y los golpes secos y silenciosos de pu?os golpeando carne hicieron que se me revolviese el estómago mientras veía como atacaban a Kisten. Kisten podía luchar contra un vampiro, pero ?contra dos? Aquello se había convertido en una melé espontánea.

 

Sam consiguió ponerse de pie, tambaleándose, y se limpió un hilillo de sangre que le caía de la barbilla.

 

—Levantadlo —dijo, respirando con dificultad, y Jenks se puso delante de mí para evitar que interfiriese. Frustrada, retrocedí de repente. Ya era suficiente. ?Ya había tenido suficiente!

 

Pero cuando Sam me miró y me se?aló con el dedo para que me quedase quieta, lo hice, asustada por la intensidad del odio que irradiaba.

 

—No te preocupes, bruja insolente —dijo resollando—. Casi hemos acabado. Piscary se lo ha regalado a otra persona para que lo mate, de lo contrario, ya estaría muerto.

 

Luego se rio y yo sentí un escalofrío que me llegó hasta lo más profundo del corazón. él conocía al nuevo due?o de Kisten. Me preguntaba si sería quien había convocado a Al para que preparase el timo para sacar a Piscary de la cárcel.

 

—?Quién es? —grité yo, pero él se limitó a reírse aún más fuerte.

 

Apoyándose en mi coche, el vampiro del brazo roto y el otro aturdido por chocar contra la mesa de billar se esforzaban en poner a Kisten de pie. Kisten sangraba por la boca y tenía un corte debajo del ojo, que estaba hinchado y casi cerrado. Su cabellera rubia brillaba bajo los rayos del sol y tenía la cabeza colgando hacia delante. Sam se le acercó más, lo agarró por el pelo y le levantó la cabeza.

 

Kisten entrecerró los ojos para mirarlo. La ira hervía a fuego lento en su interior y Sam sonreía con socarronería.

 

—No pensaba que fueses tan duro —dijo mientras le daba un pu?etazo en el estómago.

 

Yo avancé hacia delante al ver caer a Kisten, que casi se lleva consigo a los vampiros que lo sostenían.

 

—?No eres nada! —gritó Sam, furioso—. ?Nunca lo has sido! ?Piscary lo era todo!

 

—?Ya basta! —grité, aunque me ignoraban. Las alas de Jenks zumbaban.