Se echó en la cama con una mano en el estómago, el fluido espermático secándose y enfriándose sobre la piel, y degustó al hombre en su mente.
Degustó a cada mujer con la que él se había acostado. Degustó lo que hacía con su amiga, sonriendo para sí misma por las perversidades diminutas de Natalie. Degustó el día en que él perdió su primer empleo. Degustó la ma?ana en que se había despertado, borracho todavía, en su coche, en medio de un trigal, y, aterrorizado, había jurado dejar la bebida para siempre. Sabía su verdadero nombre. Recordaba el nombre que había llevado tatuado en el brazo y supo por qué ya no podía seguir ahí. Degustó el color de sus ojos por dentro y se estremeció por la pesadilla que él tenía en la que le obligaban a llevar un pez con púas en la boca y de la que se despertaba, asfixiándose, noche tras noche. Saboreó su hambre tanto de comida como de ficción, y descubrió un cielo oscuro de cuando era peque?o y se había quedado mirando las estrellas y se asombró de su vastedad e inmensidad, que incluso él había olvidado.
Ella había descubierto que hasta en el material más insignificante, menos prometedor, se podían encontrar auténticos tesoros. Además, él tenía un poco del talento, aunque nunca lo había entendido ni utilizado para algo que no fuera el sexo. Ella se preguntó, mientras nadaba entre los recuerdos y sue?os de aquel hombre, si él los echaría de menos, si algún día se daría cuenta de que habían desaparecido. Entonces, estremeciéndose, extática, se corrió, con fogonazos brillantes, lo que la reconfortó y la sacó de sí misma, haciéndola entrar en la perfección única de la peque?a muerte.
Se oyó un estrépito en el callejón de abajo. Alguien había tropezado con un cubo de basura.
Se sentó y se limpió la sustancia pegajosa de la piel. Entonces, sin ducharse, empezó a vestirse de nuevo, con parsimonia, empezando por las braguitas blancas de algodón y acabando con los elaborados pendientes de plata.
PASTELES DE BEBé
Hace unos a?os todos los animales se fueron.
Nos despertamos una ma?ana y ya no estaban allí. Ni siquiera nos dejaron una nota o nos dijeron adiós. Nunca acabamos de entender adónde se habían ido.
Los echábamos de menos.
Algunos pensamos que el mundo se había acabado, pero no era así. Sencillamente, no había más animales. Ni gatos ni conejos, ni perros ni ballenas, ni peces en los mares, ni aves en los cielos.
Estábamos completamente solos.
No sabíamos qué hacer.
Vagamos perdidos un tiempo y entonces alguien se?aló que, sólo porque ya no había animales, no teníamos por qué cambiar nuestras vidas. No teníamos por qué cambiar nuestras dietas o dejar de poner a prueba productos que podrían hacernos da?o.
Después de todo, aún quedaban los bebés.
Los bebés no saben hablar. Apenas se pueden mover. Un bebé no es una criatura racional y pensante.
Hicimos bebés.
Y los usamos.
Algunos nos los comimos. La carne de bebé es tierna y suculenta.
Los despellejamos y nos decoramos con su piel. El cuero de bebé es suave y cómodo.
Con otros hicimos pruebas.
Les sujetamos los ojos abiertos con cinta adhesiva y vertimos detergentes y champús dentro, de gota en gota.
Los cubrimos de cicatrices y los escaldamos. Los quemamos. Los sujetamos con abrazaderas y colocamos electrodos en sus cerebros. Hicimos injertos y los congelamos e irradiamos.
Los bebés respiraban nuestro humo y en sus venas corrían nuestras medicinas y drogas, hasta que dejaban de respirar o hasta que la sangre les dejaba de correr.
Fue duro, desde luego, pero era necesario.
Nadie podía negarlo.
Si habían desaparecido los animales, ?qué otra cosa podíamos hacer?
Algunas personas se quejaron, por supuesto. Pero la verdad es que siempre lo hacen.
Así que todo volvió a la normalidad.
Pero…
Ayer, todos los bebés habían desaparecido.
No sabemos adónde se fueron. Ni siquiera los vimos marcharse.
No sabemos qué vamos a hacer sin ellos.
Pero ya se nos ocurrirá algo. Los seres humanos son listos. Es lo que nos hace superiores a los animales y a los bebés.
Ya encontraremos una solución.
MISTERIOS DE UN ASESINATO
El Cuarto ángel dice:
De esta orden se me ha hecho,
para proteger de los hombres este lugar
al que han renunciado por su Culpabilidad
ya que han perdido Su Gracia;
Por consiguiente, lo deben rehuir
o si no mi Espada abrazarán
y yo seré su Enemigo
y haré que les arda el Rostro.
—CICLO DE MISTERIOS DE CHESTER,
LA CREACIóN DE ADáN Y EVA, 1461.
Esto es verdad.
Hace diez a?os, a?o más, a?o menos, me encontré realizando una estancia forzosa en Los ángeles, muy lejos de casa. Era diciembre y el tiempo californiano era cálido y agradable.
Inglaterra, sin embargo, estaba asolada por las nieblas y las tormentas de nieve y ningún avión aterrizaba allí. Yo llamaba cada día al aeropuerto y siempre me decían que esperase un día más.