Humo yespejos

—Es una tía legal. Natalie. Y está genial para su edad.

 

—?Y a Natalie qué le gusta hacer, entonces?

 

él le sonrió.

 

—Secreto profesional —dijo—. He jurado guardar el secreto. Honor de boy scout.

 

—Espera —dijo ella. Se bajó de él y se volvió—. Por detrás. Me gusta por detrás.

 

—Tendría que haberlo sabido —dijo él, y casi sonaba molesto. Se levantó, se colocó detrás de ella, le pasó un dedo por la piel suave que le cubría la columna. Le metió la mano entre las piernas, entonces se agarró el pene y se lo metió en la vagina.

 

—Muy despacio —dijo ella.

 

él empujó con las caderas, deslizando el pene dentro de ella. Ella dio un grito ahogado.

 

—?Te gusta? —preguntó él.

 

—No —dijo ella—. Me ha dolido un poco cuando estaba del todo dentro. No lo metas tanto la próxima vez. Así que sabes cosas sobre las mujeres cuando te las tiras. ?Qué sabes sobre mí?

 

—Nada en especial. Soy un gran admirador tuyo.

 

—Ahórrate eso.

 

él tenía un brazo sobre los pechos de ella. Con la otra mano le tocó los labios. Ella le chupó el índice y se lo lamió.

 

—Bueno, no soy un admirador tan grande, pero te vi con Letterman y pensé que eras maravillosa. Muy divertida.

 

—Gracias.

 

—No puedo creer que estemos haciendo esto.

 

—?Follar?

 

—No. Hablar mientras follamos.

 

—Me gusta hablar mientras folio. Ya basta de esta postura. Se me están cansando las rodillas.

 

él sacó el pene y se sentó, recostándose en la cama.

 

—?Así que sabías lo que estaban pensando las mujeres y lo que querían? Uhm. ?También funciona con los hombres?

 

—No lo sé. Nunca he hecho el amor con un hombre.

 

Ella se lo quedó mirando. Le puso un dedo en la frente, lo bajó lentamente hasta la barbilla, dibujándole la línea del pómulo por el camino.

 

—Pero eres tan guapo.

 

—Gracias.

 

—Y eres un gigoló.

 

—Un acompa?ante —dijo él.

 

—Y presumido.

 

—Quizá. ?Tú no?

 

Ella sonrió.

 

—?Touché! Bueno. ?Sabes lo que quiero ahora?

 

—No.

 

Ella se tumbó de lado.

 

—Ponte un condón y métemela por el culo.

 

—?Tienes algún lubricante?

 

—En la mesita de noche.

 

Cogió el condón y el gel del cajón, y se puso el condón.

 

—Odio los condones —le dijo mientras se lo ponía—. Me pican. Además, tengo el visto bueno del médico. Ya te he ense?ado el certificado.

 

—Me da igual.

 

—Sólo quería mencionarlo. Nada más.

 

Le aplicó el lubricante frotándole el ano por dentro y por el contorno y luego le metió la punta del pene. Ella gimió. él se detuvo.

 

—?Así… está bien?

 

—Sí.

 

él se mecía para atrás y para adelante, penetrándola cada vez más. Ella resopló, rítmicamente, mientras él se mecía. Unos minutos después, ella dijo: —Basta.

 

él sacó el pene. Ella se puso boca arriba y le quitó el condón usado del pene, lo dejó caer en la alfombra.

 

—Ahora puedes correrte —le dijo ella.

 

—No estoy listo. Además, aún podríamos seguir varias horas.

 

—No me importa. Córrete en mi estómago —le sonrió—. Quiero que te corras. Ahora.

 

él negó con la cabeza, pero su mano ya estaba tanteándose el pene, meneándolo hacia delante y hacia atrás hasta que eyaculó un reguero brillante por todo el estómago y los pechos de la mujer.

 

Ella bajó la mano y se frotó la piel perezosamente con el semen lechoso.

 

—Creo que deberías irte ahora —dijo.

 

—Pero tú no te has corrido. ?No quieres que haga que te corras?

 

—Me has dado lo que quería.

 

él negó con la cabeza, con turbación. Tenía el pene flácido y encogido.

 

—Debería haberlo sabido —dijo, desconcertado—. Pero no, no lo sé. No sé nada.

 

—Vístete —le dijo ella—. Vete.

 

él se puso la ropa, eficientemente, empezando por los calcetines. Entonces se inclinó hacia ella, para besarla.

 

Ella apartó la cabeza de los labios de él.

 

—No —dijo.

 

—?Te podré ver otra vez?

 

Ella negó con la cabeza.

 

—Creo que no.

 

él estaba temblando.

 

—?Qué hay del dinero? —preguntó.

 

—Ya te he pagado —dijo ella—. Te pagué cuando entraste. ?No te acuerdas?

 

él asintió, nervioso, como si no se acordara pero no se atreviera a admitirlo. Entonces se palpó los bolsillos hasta que encontró el sobre con el dinero dentro y volvió a asentir con la cabeza.

 

—Me siento tan vacío —dijo, lastimeramente.

 

Ella apenas se dio cuenta cuando él se marchó.

 

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