Humo yespejos

Me encogí de hombros, avergonzado.

 

—En serio, sólo es un cigarrillo. Me imagino que si le doy cigarrillos a la gente, entonces, cuando me quede sin algún día, puede que la gente me los dé a mí —me reí, para demostrarle que no lo decía en serio, aunque era verdad—. Déjalo.

 

—Mmm. ?Quieres oír una historia? ?Una historia verídica? Antes, las historias siempre eran un buen pago. Hoy en día… —se encogió de hombros— … no tanto.

 

Me recosté en el banco, la noche era cálida y miré la hora: casi la una de la madrugada. En Inglaterra un día nuevo y helado ya habría empezado: un día laboral estaría empezando para aquellos que pudiesen ganarle a la nieve y llegar al trabajo; otro pu?ado de ancianos y de gente sin hogar habrían muerto, por la noche, del frío.

 

—Claro —le dije al hombre—. Claro que sí. Cuéntame una historia.

 

Tosió, sonrió con dientes blancos —un destello en la oscuridad— y empezó.

 

—Lo primero que recuerdo fue el Verbo. Y el Verbo era Dios. A veces, cuando me deprimo mucho, recuerdo el sonido del Verbo en mi cabeza, dándome forma, creándome, dándome vida.

 

?El Verbo me dio un cuerpo, me dio ojos. Y abrí los ojos y vi la luz de la ciudad de Plata.

 

?Estaba en una habitación, plateada, y allí no había nada más que yo. Delante de mí había una ventana que iba del suelo al techo, abierta al cielo, y por la ventana veía los chapiteles de la Ciudad y, en los límites de la Ciudad, la Oscuridad.

 

?No sé cuánto tiempo esperé allí. Aunque no estaba impaciente ni nada. Eso lo recuerdo. Era como si estuviese esperando a que me llamaran; y sabía que en algún momento lo harían. Y si tenía que esperar hasta el final sin que me llamaran jamás, pues también me parecía bien. Pero me llamarían, estaba seguro, y entonces conocería mi nombre y mi función.

 

?Por la ventana veía los chapiteles de plata y en muchos de los otros chapiteles había ventanas; y en ellos veía a otros como yo. Así es como supe qué aspecto tenía.

 

?No te lo imaginarías de mí, al verme ahora, pero era hermoso. Me he venido bastante a menos desde entonces.

 

?Era más alto en aquella época, y tenía alas.

 

?Eran alas enormes y poderosas, con plumas del color de la madreperla. Me salían justo entre los omóplatos. Estaban tan bien, mis alas.

 

?A veces veía a otros como yo, los que habían dejado sus habitaciones, que ya estaban cumpliendo con su deber. Solía mirar cómo planeaban por el cielo de chapitel en chapitel, realizando misiones que apenas podía imaginar.

 

?El cielo que había sobre la Ciudad era algo maravilloso. Siempre estaba iluminado, aunque no por el sol, sino, quizá, por la Ciudad misma; sin embargo, la calidad de la luz cambiaba continuamente. De repente era una luz de color de peltre, luego era un latón, luego un dorado suave o un amatista sutil y discreto…

 

El hombre dejó de hablar. Me miró, inclinando la cabeza a un lado. Había un destello en sus ojos que me asustaba.

 

—?Sabes lo que es una amatista? ?Una especie de piedra violeta?

 

Asentí con la cabeza.

 

Me molestaba la entrepierna.

 

Se me ocurrió entonces que aquel hombre tal vez no estuviera loco; eso me resultaba mucho más inquietante que la alternativa.

 

El hombre empezó a hablar otra vez.

 

—No sé cuánto esperé en aquella habitación, pero el tiempo no significaba nada. No en aquella época. Teníamos todo el tiempo del mundo.

 

?Lo que me sucedió a continuación fue que el ángel Lucifer vino a mi celda. él era más alto que yo y sus alas eran imponentes, su plumaje perfecto. Tenía la piel del color de la bruma y el pelo rizado y plateado y unos ojos grises maravillosos…

 

?Digo él, pero deberías entender que ninguno de nosotros tenía sexo alguno.

 

Hizo un gesto hacia su regazo.

 

—Liso y vacío. Aquí no hay nada, ya sabes.

 

?Lucifer brillaba. Lo digo en serio, resplandecía desde dentro. Pasa con todos los ángeles. Están iluminados desde dentro y en mi celda el ángel Lucifer ardía como una tormenta de rayos.

 

?Me miró. Y me dio un nombre.

 

?“Tú eres Ragüel —dijo—. La Venganza del Se?or.”

 

?Incliné la cabeza, porque sabía que era verdad. Aquel era mi nombre. Aquella era mi función.

 

?“Ha pasado… una cosa mala —dijo—. La primera de esa clase. Te necesitan.”

 

?Se giró y se impulsó hacia el espacio, y yo le seguí, crucé volando detrás de él la Ciudad de Plata hasta las afueras, donde la Ciudad se detiene y empieza la Oscuridad; y fue allí, bajo un chapitel plateado e inmenso, donde descendimos a la calle y vi el ángel muerto.

 

?El cuerpo yacía, arrugado y roto, en la acera plateada. Las alas aplastadas estaban debajo y algunas plumas sueltas ya habían volado hasta la alcantarilla plateada.

 

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