Humo yespejos

Le paso mi jarra al hombre.

 

La coge, con cuidado, y regresa arrastrando los pies a las sombras de la catedral que le están esperando.

 

Cuando vuelve la jarra está llena otra vez.

 

Le tomo el pelo, ??Me garantiza que es bendita??

 

Traza una palabra en el polvo helado: LQVELQO

 

y no me devuelve la sonrisa.

 

(Lo que velo. Lo ve loco.)

 

Tose flema gris y lechosa,

 

escupe en los escalones.

 

Lo que veo en la jarra: parece lo bastante bendita, pero nunca se sabe seguro, a menos que seas una sirena o una aparición, cuajándose en el micrófono de un teléfono, montada en el pitido, una invocación, un Número muy Equivocado; entonces puedes distinguirla de la bendita.

 

Ya he vertido teléfonos en cubos de ese líquido, he observado cosas que empiezan a formarse luego burbujean y silban cuando el agua las alcanza: purificadas y rociadas, la Autorización Final.

 

Una tarde

 

había toda una cola, atrapadas en la cinta de mi contestador automático: las copié en un disquette y lo archivé.

 

?Lo quieres?

 

Oye, todo está en venta.

 

El sacerdote tendría que afeitarse y le ha entrado el tembleque.

 

Sus vestiduras manchadas de vino hacen poco para que no se enfríe.

 

Le doy dinero.

 

(No mucho. Después de todo,

 

es sólo agua, algunas criaturas son tan estúpidas que te harían una porquería de fundido de Savini si las rociaras con Perrier

 

por el amor de Dios, y no dejarían de gemir, Todo mi mal, mi hermoso mal.) El viejo sacerdote se guarda la moneda en el bolsillo, me da una bolsa de migas como gratificación,

 

se sienta en los escalones, abrazándose.

 

Siento la necesidad de decir algo antes de marcharme.

 

Mira, le digo, no es culpa tuya.

 

No es más que un sistema multiusuario.

 

No tenías cómo saberlo.

 

Si las oraciones pudieran transmitirse por la red, si el saintware estuviera listo y en marcha, si pudieras hacer que tu lado fuera tan de fiar como ellos han hecho que lo sea el suyo…

 

?Lo Que Ves?, masculla desconsolado,

 

?Lo Que Ves Es Lo Que Hay?. Desmenuza una hostia se la tira a las palomas,

 

no hace intento alguno de atrapar siquiera al pájaro más lento.

 

Las guerras frías dan malos perdedores.

 

Me voy a casa.

 

 

 

VI.

 

Las noticias de las diez. Y aquí está Abel Drugger, para contárselas:

 

 

 

VII.

 

Los rabillos de mis ojos captan un movimiento apresurado y sin vida…

 

?un ratón?

 

Bueno, era un periférico de algún tipo, desde luego.

 

 

 

VIII.

 

Es hora de acostarse. Doy de comer a las palomas, luego me desnudo.

 

Pienso en transferir un súcubo de un panel, quizá sólo llame a un adlátere

 

(hay cosas del dominio público, iconos y co?os, elementos para compartir, no hay por qué pagar una fortuna, hasta el material protegido se puede copiar, pasar, todo tiene un precio, cualquiera de nosotros).

 

Elementos secos, elementos húmedos, elementos físicos, elementos que no lo son, elementos negros, elementos oscuros,

 

elementos nocturnos, lamentos nocturnos…

 

El módem está junto al teléfono, tentador, ojos rojos.

 

Lo dejo descansar…

 

no te puedes fiar de nadie hoy en día.

 

Transfieres, mierda, ya no sabes qué vino ni de dónde, quién fue el último en tenerlo.

 

?Y a ti no? ?No te asustan los virus?

 

Incluso los archivos mejor protegidos se corrompen y los más protegidos se corrompen totalmente.

 

En la cocina oigo a las palomas juntar los picos y hacer colitas, so?ando con cuchillos para zurdos,

 

con hornillos de atanor y espejos.

 

Sangre de paloma mancha el suelo de mi estudio.

 

Solo, duermo. Y muy solo sue?o

 

 

 

IX.

 

Quizá me despierto por la noche, comprendiendo algo de repente, alargo la mano,

 

anoto en el dorso de una factura vieja

 

mi revelación, mi entendimiento nuevo,

 

sabiendo que la ma?ana hará que resulte prosaico, sabiendo que la magia es una cosa de la noche, recordando entonces cuando aún lo era…

 

La revelación le cede el paso al cliché, escuchad: Las cosas parecían más sencillas antes de que tuviésemos ordenadores.

 

 

 

X.

 

Despierto o so?ando, desde fuera oigo

 

aquelarres salvajes, vientos que chillan, el zumbido de una cinta, música industrial metálica; brujas a horcajadas en transistores de gueto a todo volumen abarrotan la luna, luego aterrizan en el monte, con los costados desnudos brillantes.

 

Nadie paga nada para asistir al encuentro, todos han hecho que alguien se ocupara de ello por adelantado, huesos de bebé con grasa aún adherida a ellos; estas cosas son un débito directo, orden permanente de pago, y veo

 

o creo que veo

 

una cara que reconozco y todos ellos hacen cola para besarle el culo, vayamos a bordear al diablo, chicos, simiente fría, y en la oscuridad él se gira y me mira:

 

Una puerta se abre, otra da un portazo, espero que todo sea satisfactorio.

 

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