Ni siquiera enarcó las cejas.
—La verdad —explicó—, es que sale bastante barato; verá, no tendríamos que hacerlos a todos individualmente. Armas nucleares a peque?a escala, unos bombardeos acertados, asfixia con gas, la peste, dejar caer radios en piscinas y, luego, reducir a los rezagados. Digamos cuatro mil libras.
—?Cuatro mi…? ?Eso es increíble!
El vendedor parecía satisfecho consigo mismo.
—Nuestros operarios se alegrarán del trabajo, se?or —sonrió—. Nos preciamos del servicio que ofrecemos a nuestros clientes al por mayor.
El viento sopló frío cuando Peter salió del bar e hizo que el viejo letrero se balancease. No se parecía mucho a un burro sucio, pensó Peter. Se parecía más a un caballo pálido.
Peter se estaba quedando dormido aquella noche, ensayando mentalmente su discurso de coronación, cuando un pensamiento entró en su cabeza y se quedó allí. No quería irse. ?Podría… podría estar dejando pasar un ahorro aún más grande que el que ya iba a conseguir? ?Podría estar desperdiciando una ganga?
Peter salió de la cama y caminó hasta el teléfono. Eran casi las tres de la madrugada, pero aun así…
Sus Páginas Amarillas estaban abiertas por donde las había dejado el sábado anterior, y marcó el número.
Pareció que el teléfono sonaba una eternidad. Hubo un chasquido y una voz aburrida dijo:
—Burke Hare Ketch. ?Qué desea?
—Espero que no esté llamando demasiado tarde… —empezó Peter.
—Por supuesto que no, se?or.
—Me preguntaba si podría hablar con el Sr. Kemble.
—No cuelgue, por favor. Veré si está libre.
Peter esperó un par de minutos, escuchando los ruidos y susurros fantasmales que siempre resuenan por las líneas telefónicas vacías.
—?Sigue ahí?
—Sí.
—Ahora le pongo —hubo un zumbido y, después—, Kemble al habla.
—Ah, Sr. Kemble. Hola. Perdone si le he hecho salir de la cama o si le he molestado. Soy, hum, Peter Pinter.
—?Sí, Sr. Pinter?
—Bueno, siento que sea tan tarde, es sólo que me estaba preguntando… ?Cuánto costaría matar a todo el mundo? ?A toda la gente del mundo?
—?A todo el mundo? ?A toda la gente?
—Sí. ?Cuánto? Es decir, por un pedido como éste, seguro que tendrían algún tipo de descuento grande. ?Cuánto costaría? ?Por todo el mundo?
—Nada en absoluto, Sr. Pinter.
—?Quiere decir que no lo harían?
—Quiero decir que lo haríamos por nada, Sr. Pinter. Sólo tienen que pedírnoslo, sabe. Siempre tienen que pedírnoslo.
Peter estaba perplejo.
—Pero… ?cuándo empezarían?
—?Empezar? Enseguida. Ahora. Hace mucho tiempo que estamos preparados, pero nos lo tenían que pedir, Sr. Pinter. Buenas noches. Ha sido un placer trabajar con usted.
Se cortó la comunicación.
Peter se sentía extra?o. Todo parecía muy lejano. Quería sentarse. ?Qué demonios había querido decir el hombre? ?Siempre tienen que pedírnoslo?. En efecto, era muy extra?o. Nadie hace nada por nada en este mundo; tenía ganas de volver a llamar a Kemble y olvidarse de todo el asunto. Quizá había reaccionado de forma exagerada, quizá había una razón totalmente inocente por la que Archie y Gwendolyn había entrado juntos en el almacén. Hablaría con ella; eso es lo que haría. Hablaría con Gwennie por la ma?ana a primera hora…
Fue entonces cuando empezaron los ruidos.
Gritos raros al otro lado de la calle. ?Una pelea de gatos? Zorros, probablemente. Esperaba que alguien les tirara un zapato. Entonces, desde el pasillo fuera de su piso, oyó un ruido apagado de pisadas fuertes, como si alguien estuviese arrastrando algo muy pesado por el suelo. Se detuvo. Alguien llamó a su puerta, dos veces, muy bajo.
Fuera de la ventana los gritos eran cada vez más fuertes. Peter se quedó sentado en la silla, sabiendo que de algún modo, en algún sitio, se había perdido algo. Algo importante. Los golpes aumentaron. Dio gracias a Dios porque siempre cerraba la puerta con llave y cadena por la noche.
Hacía mucho tiempo que estaban preparados, pero tenían que pedírselo…
Cuando la cosa pasó por la puerta. Peter empezó a gritar, pero la verdad es que no gritó mucho tiempo.
UNA VIDA, AMUEBLADA CON MOORCOCK DE LA PRIMERA éPOCA
El príncipe pálido y albino alzó su gran espada negra.
—ésta es Tormentosa —dijo—, y se beberá tu alma.
La princesa suspiró.
—?Muy bien! —dijo—. Si eso es lo que necesitas para conseguir la energía para luchar contra los Guerreros Dragones, entonces debes matarme y dejar que tu ancha espada se alimente de mi alma.
—No quiero hacerlo —le dijo él.