Peter Pinter no había oído hablar nunca de Arístipo de los cirenaicos, un discípulo de Sócrates no muy conocido que sostenía que el evitar problemas era el bien más alto que se podía alcanzar; sin embargo, había vivido su vida sin acontecimientos notorios según este precepto. En todos los sentidos excepto uno (su incapacidad para dejar escapar una ganga, ?y quién de nosotros está completamente libre de eso?), era un hombre muy moderado. No llegaba a ningún extremo. Su forma de hablar era correcta y reservada; casi nunca comía demasiado; bebía lo suficiente para ser sociable y no más; no era rico ni mucho menos y en modo alguno era pobre. Le gustaba la gente y a la gente le gustaba él. Teniendo todo eso en cuenta, ?esperaríais encontrarle en un bar de dudosa reputación en el lado más sórdido del East End de Londres, poniendo lo que se conoce coloquialmente como un ?precio? a la cabeza de alguien al que apenas conocía? No. Ni siquiera os esperaríais encontrarle en el bar.
Y, hasta un cierto viernes por la tarde, habríais tenido razón. No obstante, el amor de una mujer puede hacerle cosas extra?as a un hombre, incluso a uno tan anodino como Peter Pinter, y el descubrimiento de que la Srta. Gwendolyn Thorpe, de veintitrés a?os de edad, y de Oaktree Terrace, no 9, Purley, estaba teniendo un lío (como dirían los ordinarios) con un caballero joven y agradable de la sección de contabilidad —después, tenedlo en cuenta, de que ella hubiera consentido en llevar el anillo de compromiso, compuesto de esquirlas de rubí auténtico, oro de nueve quilates y algo que podría muy bien haber sido un diamante (de 37,50 libras) y que Peter había tardado casi toda la hora de la comida en elegir— puede hacerle cosas extra?ísimas a un hombre.
Tras hacer aquel descubrimiento horrible, Peter pasó la noche del viernes en blanco, dando vueltas en la cama con visiones de Gwendolyn y Archie Gibbons (el Don Juan de la sección de contabilidad de Clamages), bailando y nadando ante sus propios ojos, haciendo actos que incluso Peter, si le presionaran, tendría que admitir que eran de lo más improbable. No obstante, la bilis de los celos había crecido en su interior y, por la ma?ana, Peter había decidido que había que eliminar a su rival.
La ma?ana del sábado la pasó preguntándose cómo se contactaba con un asesino, porque, según tenía entendido, no había ninguno en Clamages (los grandes almacenes que empleaban a los tres integrantes de nuestro eterno triángulo y que, por cierto, proporcionaron el anillo), y se resistía a preguntarle directamente a alguien por miedo a llamar la atención.
Así fue como el sábado por la tarde se encontró buscando en las Páginas Amarillas.
Descubrió que ASESINOS no estaba entre ASERRADEROS DE PIEDRA y ASESORíAS CONTABLES; CRIMINALES no estaba entre CRIANZA DE VINOS y CRISOLES; HOMICIDAS no estaba entre HOMEOPATíA y HORCHATAS. FUMIGACIóN parecía prometedor; sin embargo, un examen más detenido de los anuncios de fumigación demostró que casi sólo se ocupaban de ?ratas, ratones, pulgas, cucarachas, conejos, topos y ratas? (por citar uno que a Peter le dio la sensación de que era bastante duro con las ratas) y no eran exactamente lo que él buscaba. Aun así, como era de naturaleza meticulosa, revisó diligentemente las entradas de aquella categoría y, al final de la segunda página, en letra peque?a, encontró una empresa que parecía prometedora.
?Eliminación completa y discreta de mamíferos fastidiosos y no deseados, etc.?, decía la entrada, ?Ketch, Hare, Burke y Ketch. La Vieja Empresa?. A continuación no daba ninguna dirección, sino sólo un número de teléfono.
Peter marcó el número, sorprendiéndose a sí mismo al hacerlo. El corazón le latía con fuerza e intentó parecer despreocupado. El teléfono sonó una, dos, tres veces. Peter ya empezaba a esperar que no contestarían y que podría olvidarse de todo el asunto, cuando se oyó un chasquido y una voz de mujer joven y enérgica dijo, ?Ketch Hare Burke Ketch. ?Qué desea??
Cuidándose mucho de dar su nombre, Peter dijo:
—Esto, ?cómo de grandes, quiero decir, hasta qué tama?o de mamíferos llegan? ?Para, eh, eliminar?
—Bueno, eso dependería del tama?o que necesite el se?or.
Peter se armó de todo su valor.
—?Una persona?
La voz de la mujer continuó enérgica y serena.
—Por supuesto. ?Tiene usted un bolígrafo y un papel a mano? Bien. Vaya al bar Burro Sucio, frente a la calle Little Courtney, E3, esta noche a las ocho. Lleve un ejemplar enrollado del Financial Times (es el de color rosa, se?or), y nuestro agente le abordará allí.
Entonces, la mujer colgó el teléfono.
Peter estaba eufórico. Había sido mucho más fácil de lo que había imaginado. Bajó al quiosco y compró un ejemplar del Financial Times, encontró la calle Little Courtney en su Londres de la A a la Z y pasó el resto de la tarde viendo fútbol por la televisión e imaginando el funeral del caballero joven y agradable de contabilidad.
Peter tardó un rato en encontrar el bar. Al final, vio el letrero del bar, en el que había un burro y que estaba increíblemente sucio.