Humo yespejos

Ahora tengo treinta y nueve a?os y un día tendré cincuenta y ella seguirá teniendo diecinueve a?os. Pero otra persona estará haciendo las fotografías.

 

Rachel, mi bailarina, se casó con un arquitecto.

 

La punki rubia de Canadá dirige una cadena multinacional de moda. De vez en cuando trabajo haciendo fotos para ella. Lleva el pelo muy corto y con alguna mancha gris y hoy en día es lesbiana. Me dijo que aún tenía las sábanas de visón, pero que se había inventado lo del vibrador de oro.

 

Mi ex mujer se casó con un tipo simpático que tiene dos videoclubs y se mudaron a Slough. Tienen gemelos.

 

No sé qué fue de la criada.

 

?Y Charlotte?

 

En Grecia, los filósofos están debatiendo, Sócrates está bebiendo cicuta y ella está posando para una escultura de Erato, musa de la poesía ligera y de los amantes, y tiene diecinueve a?os.

 

En Creta, se está untando los pechos de aceite y está saltando con toros en el ruedo, mientras el rey Minos aplaude y alguien pinta su retrato en una jarra de vino, y ella tiene diecinueve a?os.

 

En el 2065, está estirada en el suelo giratorio de un fotógrafo de holografías, que la graba como un sue?o erótico en Amor Vivo de los Sentidos y encierra la vista y el sonido y su olor preciso en una matriz diminuta de diamante. Ella sólo tiene diecinueve a?os.

 

Y un hombre de las cavernas esboza a Charlotte con un palo quemado en la pared de la cueva-templo, llenando su forma y su textura con tierras y tintes de bayas. Diecinueve a?os.

 

Charlotte está aquí, en todas partes, en todas las épocas, deslizándose por nuestras fantasías, una chica para siempre.

 

La quiero tanto que a veces me duele. Entonces es cuando bajo sus fotografías y simplemente las miro un rato, preguntándome por qué no intenté tocarla, por qué ni siquiera hablé con ella cuando estuvo aquí, y nunca se me ocurre una respuesta que pudiera entender.

 

ésa es la razón por la cual he escrito todo esto, supongo.

 

Esta ma?ana me fijé en que tenía otro pelo gris en la sien. Charlotte tiene diecinueve a?os. En algún lugar.

 

 

 

 

 

SóLO EL FIN DEL MUNDO OTRA VEZ

 

 

Era un mal día: me desperté desnudo en la cama con retortijones en el estómago, sintiéndome más o menos como mil demonios. Algo en la calidad de la luz, alargada y metálica, como el color de una migra?a, me dijo que era por la tarde.

 

La habitación se estaba helando, en el sentido literal: había una capa delgada de hielo en el interior de las ventanas. Las sábanas que me rodeaban estaban desgarradas y destrozadas por las u?as, y había pelo de animal en la cama. Picaba.

 

Estaba pensando en quedarme en la cama toda la semana siguiente —siempre estoy cansado después de un cambio—, pero las náuseas me obligaron a desenredarme de la ropa de cama y a correr a trompicones al cuarto de ba?o diminuto de la habitación.

 

Los retortijones volvieron a atacarme cuando llegaba a la puerta del cuarto de ba?o. Me agarré al marco de la puerta y empecé a sudar. Quizá era fiebre; esperé que no estuviese cogiendo algo.

 

Tenía retortijones fuertes en las tripas. La cabeza me daba vueltas. Me encogí en el suelo y, antes de que lograse alzar la cabeza lo suficiente para encontrar la taza del váter, empecé a vomitar.

 

Vomité un líquido amarillo poco espeso y nauseabundo; en él había una pata de perro, me imaginé que sería de un dobermann, pero la verdad es que no soy aficionado a los perros; una piel de tomate; algunas zanahorias cortadas a dados y maíz tierno; algunos trozos de carne a medio masticar, cruda; y algunos dedos. Eran dedos pálidos y bastante peque?os, de un ni?o obviamente.

 

—Mierda.

 

Los retortijones se calmaron y las náuseas pasaron. Me quedé echado en el suelo, con babas apestosas que me salían de la boca y de la nariz y con las lágrimas que se lloran al vomitar secándoseme en las mejillas.

 

Cuando me sentí un poco mejor, cogí la pata y los dedos del charco de vómito, los arrojé a la taza del váter y tiré de la cadena.

 

Abrí el grifo, me enjuagué la boca con el agua salobre de Innsmouth y la escupí en el lavabo. Limpié el resto del vómito lo mejor que pude con una toallita y papel de váter. Luego abrí el grifo de la ducha y me quedé de pie en la ba?era como un zombi mientras el agua caliente caía sobre mí.

 

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