Humo yespejos

Que un plato de labrador resultara ser un trozo rectangular de queso muy curado, una hoja de lechuga, un tomate más peque?o de lo normal marcado con la huella de un pulgar, un montoncito de algo húmedo y marrón que sabía a mermelada agria y un panecillo peque?o, duro y viejo fue una triste decepción para Ben, que ya había decidido que los británicos trataban la comida como si fuera una especie de castigo. Masticó el queso y la hoja de lechuga y maldijo a todos los labradores de Inglaterra por elegir una bazofia como ésa para cenar.

 

Los caballeros de las gabardinas grises, que habían estado sentados en el rincón, acabaron la partida de dominó, cogieron sus jarras y fueron a sentarse al lado de Ben.

 

—?Qué bebe? —preguntó uno de ellos, con curiosidad.

 

—Refresco de cereza —les dijo—. Sabe a algo salido de una fábrica química.

 

—Resulta interesante que diga eso —dijo el más bajo de los dos—. Resulta interesante que diga eso, porque yo tenía un amigo que trabajaba en una fábrica química y nunca bebía refresco de cereza.

 

Hizo una pausa exagerada y luego tomó un sorbo de su bebida marrón. Ben esperó a que siguiese, pero parecía que ya no había más que hablar; la conversación se había acabado.

 

Haciendo un esfuerzo para parecer educado, Ben preguntó, a su vez: —Bien, ?y ustedes qué beben?

 

El más alto de los dos desconocidos, que hasta entonces había tenido un aspecto lúgubre, se animó.

 

—Vaya, es usted muy amable. Una pinta de Vieja Peculiar de Shoggoth para mí, por favor.

 

—Y para mí también —dijo su amigo—. Qué no daría por una Shoggoth. Oye, apuesto a que eso sería un buen eslogan publicitario. ?Qué no daría por una Shoggoth?. Debería escribir a la compa?ía y sugerírselo. Apuesto a que se alegrarían mucho de mi sugerencia.

 

Ben se acercó a la camarera, pensando pedirle dos pintas de Vieja Peculiar de Shoggoth y un vaso de agua para él, y se encontró con que ella ya le había servido tres pintas de la cerveza oscura. Bueno, pensó, de perdidos, al río, además, estaba seguro de que no podía ser peor que el refresco de cereza. Tomó un sorbo y sospechó que la cerveza era del tipo que los anunciantes habrían descrito como con cuerpo, aunque si les presionasen tendrían que reconocer que el cuerpo en cuestión había sido el de una cabra.

 

Pagó a la camarera y, con algunas dificultades, volvió hasta sus nuevos amigos.

 

—Bueno. ?Qué está haciendo en Innsmouth? —preguntó el más alto de los dos—. Supongo que es usted uno de nuestros primos americanos que ha venido a ver el más famoso de los pueblos ingleses.

 

—Al de América lo llamaron así por este pueblo, ?sabe? —dijo el más bajo.

 

—?Hay un Innsmouth en los Estados Unidos? —preguntó Ben.

 

—Diría que sí —dijo el hombre más bajo—. él escribía sobre ese pueblo constantemente. Aquel cuyo nombre no mencionamos.

 

—?Cómo? —dijo Ben.

 

El hombrecito miró por encima del hombro y luego dijo entre dientes, muy alto: —?H. P. Lovecraft!

 

—Te dije que no mencionaras ese nombre —dijo su amigo, y se tomó un sorbo de la cerveza marrón oscuro—. H. P. Lovecraft. H. P. maldito Lovecraft. H. maldito P. maldito Love maldito craft —hizo una pausa para respirar—. Qué sabía él. ?Eh? A ver, ?qué co?o sabía?

 

Ben bebía su cerveza a sorbos. El nombre le sonaba vagamente; recordaba haberlo visto hurgando un día entre la pila de elepés de vinilo antiguos que había en el fondo del garaje de su padre.

 

—?No era un grupo de rock?

 

—No hablaba de ningún grupo de rock. Me refería al escritor.

 

Ben se encogió de hombros.

 

—Nunca he oído hablar de él —reconoció—. La verdad es que en general sólo leo novelas del Oeste. Y manuales técnicos.

 

El hombrecito le dio un golpe con el codo a su vecino.

 

—?Ves, Wilf? ?Has oído eso? Nunca ha oído hablar de él.

 

—Bueno. Eso no tiene nada de malo. Yo solía leer a Zane Grey —dijo el más alto.

 

—Sí. Bueno. No es como para estar orgulloso. Este tipo… ?cómo ha dicho que se llamaba?

 

—Ben. Ben Lassiter. ?Y ustedes son…?

 

El hombrecito sonrió; se parecía muchísimo a una rana, pensó Ben.

 

—Yo soy Seth —dijo—. Y aquí mi amigo se llama Wilf.

 

—Encantado —dijo Wilf.

 

—Hola —dijo Ben.

 

—Con franqueza —dijo el hombrecito—, estoy de acuerdo con usted.

 

—?Ah, sí? —dijo Ben, perplejo.

 

El hombrecito asintió.

 

—Sí. H. P. Lovecraft. No sé a qué viene tanto alboroto. Si no sabía escribir, co?o.

 

Sorbió la cerveza negra haciendo ruido, luego se lamió la espuma de los labios con una lengua larga y flexible.

 

—En serio, para empezar, fíjese en las palabras que usaba. Ominoso. ?Sabe lo que significa ominoso?

 

Ben negó con la cabeza. Parecía que estaba hablando de literatura con dos desconocidos en un pub inglés mientras bebía cerveza. Se preguntó por un instante si se habría convertido en otra persona cuando no estaba mirando. La cerveza sabía menos mal cuanto más se acercaba al final del vaso y estaba empezando a borrar el regusto persistente del refresco de cereza.

 

—Ominoso. Significa de mal agüero. Malo. Más malo que la ti?a. Eso es lo que significa. Lo busqué. En un diccionario. ?Y gibosa?

 

Ben volvió a negar con la cabeza.

 

—Gibosa significa que la luna estaba casi llena. ?Y qué hay de lo que siempre nos llamaba, eh? Aquello. ?Cómo era? Empieza con una b. Lo tengo en la punta de la lengua…

 

—?Bastardos? —sugirió Wilf.

 

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