Humo yespejos

Los hombres de Dymton, los ancianos y los jóvenes, hablaron entre ellos y dijeron: si la visitásemos, ?quién se enteraría? (Entendiendo por visitar que pretendían violarla.)

 

éste es el rumor que se hizo correr: que todos los hombres irían de caza formando una cofradía, cuando la Luna estuviera llena: la noche que lo estuvo, de uno en uno, salieron sigilosamente de sus casas y se encontraron frente al Convento & el Alguacil de Dymton abrió la puerta & entraron de uno en uno. La encontraron escondida en el sótano, asustada por el ruido.

 

La doncella era incluso más bonita de lo que les habían dicho: tenía el pelo rojo, lo que era poco frecuente, & no llevaba más que un vestido blanco &, cuando les vio, tuvo mucho miedo porque nunca había visto a un Hombre, sólo a la mujer que le traía sus vituallas: & se quedó mirándoles con ojos enormes & lanzó grititos, como si les estuviera implorando que no le hiciesen da?o.

 

Los habitantes del Pueblo se limitaron a reírse ya que tenían malas intenciones & eran hombres malvados y crueles: & se abalanzaron sobre ella a la luz de la luna.

 

Entonces la chica empezó a chillar & a llorar, pero eso no les apartó de su propósito. & la ventana grande se oscureció & algo impidió el paso de la luz de la luna: & se oyó el sonido de alas poderosas; pero los hombres no se dieron cuenta porque estaban concentrados en su violación.

 

La gente de Dymton que estaba en la cama esa noche so?ó con ululatos & gritos y aullidos: & con aves grandes: & so?ó que se había convertido en ratoncitos & ratas.

 

Al día siguiente, cuando el sol estaba alto, las buenas mujeres del Pueblo recorrieron Dymton removiendo Cielo & Tierra para encontrar a sus Maridos & a sus Hijos; &, al llegar al Convento, encontraron, en las piedras del Sótano, las bolitas de excremento de búhos: & en las bolitas descubrieron pelo & hebillas & monedas & huesecitos: & también bastante paja en el suelo.

 

Así que nunca se volvió a ver a ninguno de los hombres de Dymton. Sin embargo, durante algunos a?os a partir de entonces, hubo quien dijo haber visto a la Doncella en Lugares prominentes, como los Robles más altos & torres, &c.; algo que siempre ocurría al anochecer y por la noche & nadie se atrevía a jurar con seguridad si era ella o no.

 

(Era una figura blanca: pero el Sr E. Wyld no recordaba bien si la gente dijo si iba vestida o desnuda.)

 

La verdad no la sé, pero es un relato alegre & uno que escribo aquí.

 

 

 

 

 

LA VIEJA PECULIAR DE SHOGGOTH

 

 

Benjamin Lassiter estaba llegando a la conclusión inevitable de que la mujer que había escrito Un viaje a pie por la costa británica, el libro que llevaba en la mochila, nunca había hecho ningún viaje a pie de ningún tipo y, probablemente, no reconocería la costa británica aunque ésta bailase por su dormitorio a la cabeza de una banda militar, cantando ?Soy la costa británica? en voz alta y alegre y acompa?ándose con el kazoo.

 

Ya llevaba cinco días siguiendo sus consejos y le habían reportado muy poco, a excepción de ampollas y dolor de espalda. Todos los centros turísticos costeros británicos contienen varias pensiones, que estarán encantadas de alojarle ?fuera de temporada?, era uno de esos consejos. Ben lo había tachado y había escrito al margen junto a la frase: Todos los centros turísticos costeros británicos contienen un pu?ado de pensiones, cuyos due?os se largan a Espa?a o a Provenza o a algún sitio el último día de septiembre y cierran las puertas tras ellos al irse.

 

Había a?adido otras cuantas notas marginales, como No, repito, bajo ninguna circunstancia, no pedir huevos fritos otra vez en ninguna cafetería junto a la carretera y ?Qué es eso del fish and chips[9]? y No, no lo están. La última estaba escrita junto a un párrafo que aseguraba que si había algo que los habitantes de los pintorescos pueblos de la costa británica estaban encantados de ver era a un joven turista americano haciendo un viaje a pie.

 

Durante cinco días horrorosos, Ben había caminado de pueblo en pueblo, había bebido té dulce y café instantáneo en restaurantes y cafeterías donde se había quedado mirando por la ventana las vistas rocosas y grises y el mar de color pizarra, había tiritado bajo sus dos jerséis gruesos, se había mojado y no había visto ninguno de los lugares de interés que le habían prometido.

 

Sentado en la parada de autobús donde había desenrollado el saco de dormir una noche, había empezado a traducir las palabras descriptivas clave: decidió que encantador significaba sin nada de particular; pintoresco significaba feo pero con una vista bonita si algún día deja de llover, delicioso probablemente significaba Nunca hemos estado aquí y no conocemos a nadie que lo haya hecho. También había llegado a la conclusión de que cuanto más exótico era el nombre del pueblo, más aburrido resultaba.

 

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