Humo yespejos

—?No ha muerto para usted, verdad?

 

Negó con la cabeza. Luego se fue. Pero me dejó el libro para que lo mirase.

 

El secreto de la ilusión de ?El sue?o del artista? era éste: se hacía llevando a la chica al escenario, que se aguantaba con fuerza a la parte de atrás del lienzo. Sostenían el lienzo con alambres escondidos, así que, mientras el artista sacaba el lienzo con facilidad e indiferencia y lo colocaba en el caballete, también estaba sacando a la chica. El cuadro de la chica en el caballete estaba puesto como si fuese una persiana y se enrollaba o desenrollaba.

 

?La ventana encantada?, por otro lado, estaba, literalmente, hecho con espejos: se orientaba un espejo para que reflejase las caras de gente que nadie veía y que estaba en los bastidores.

 

Incluso hoy en día muchos magos utilizan espejos en sus actuaciones para hacernos creer que estamos viendo algo que no vemos.

 

Era fácil, cuando sabías cómo se hacía.

 

—Antes de empezar —dijo el hombre—, debería decirte que no leo tratamientos. Tiendo a creer que inhibe mi creatividad. No te preocupes, le pedí a una secretaria que me hiciera un resumen, así que podemos ir al grano.

 

Tenía barba y el pelo largo y se parecía un poco a Jesucristo, aunque dudaba que Jesús tuviera unos dientes tan perfectos. Era, al parecer, la persona más importante con la que había hablado hasta entonces. Se llamaba John Ray e incluso yo había oído hablar de él, aunque no estaba del todo seguro de lo que hacía: su nombre solía aparecer al principio de las películas, junto a palabras como PRODUCTOR EJECUTIVO. La voz del estudio que había convocado la reunión me dijo que ellos, el estudio, estaban muy entusiasmados por el hecho de que él se hubiese ?adscrito al proyecto?.

 

—?Y el resumen no inhibe tu creatividad también?

 

Sonrió.

 

—Bien, todos pensamos que has hecho un trabajo alucinante. Realmente sensacional. Hay sólo unas cosas con las que tenemos un problema.

 

—?Como por ejemplo?

 

—Bueno, el asunto de Manson. Y la idea de esos críos que se hacen mayores. Así que hemos estado barajando varios guiones en la oficina: a ver qué te parece éste. Hay un tipo llamado, digamos, Jack Maloss, con dos eses, eso fue idea de Donna.

 

Donna inclinó la cabeza modestamente.

 

—Le encerraron por abusos satánicos, le frieron en la silla y cuando se está muriendo jura que volverá y que los destruirá a todos.

 

?Bueno, es el presente y vemos a unos chicos que están enganchados a un videojuego llamado Sed Maloss. La cara del hombre en el videojuego. Y, mientras juegan, él empieza a poseerles. Quizá su cara podría tener algo raro, al estilo de Jason o de Freddy.

 

Se detuvo, como si tratara de obtener mi aprobación.

 

Así que dije:

 

—?Y quién hará esos videojuegos?

 

Me se?aló con el dedo y dijo:

 

—Tú eres el escritor, querido. ?Quieres que te hagamos todo el trabajo?

 

No dije nada. No sabía qué decir.

 

Razona como un cineasta, pensé. Ellos entienden de películas. Dije:

 

—Pero lo que me proponéis es como hacer Los ni?os del Brasil sin Hitler.

 

Parecía confundido.

 

—Era una película de Ira Levin —dije. En sus ojos no vi la más mínima se?al de reconocimiento—. La semilla del diablo —él continuó perplejo—. Acosada.

 

Asintió con la cabeza; al final se había dado cuenta.

 

—De acuerdo —dijo—. Tú escribe el papel de Sharon Stone y nosotros removeremos el cielo y la tierra para traértela. Tengo un enchufe con su gente.

 

Así que me fui.

 

Aquella noche hacía frío y no debería haber hecho frío en Los ángeles, y el aire olía más que nunca a jarabe para la tos.

 

Tenía una antigua novia que vivía en la zona de Los ángeles y decidí dar con ella. Telefoneé al número que tenía para llamarla y emprendí una búsqueda que me llevó casi todo el resto de la tarde. Una gente me daba números y yo los llamaba y otra gente me daba números y también los llamaba.

 

Al final, llamé a un número y reconocí su voz.

 

—?Sabes dónde estoy? —me dijo.

 

—No —dije—. Alguien me ha dado este número.

 

—Esto es una habitación de hospital —dijo—. De mi madre. Tuvo una hemorragia cerebral.

 

—Lo siento. ?Está bien?

 

—No.

 

—Lo siento.

 

Hubo un silencio incómodo.

 

—?Cómo estás? —preguntó ella.

 

—Bastante mal —dije.

 

Le conté todo lo que me había pasado hasta entonces. Le conté cómo me sentía.

 

—?Por qué pasa esto? —le pregunté.

 

—Porque están asustados.

 

—?Por qué están asustados? ?Qué es lo que les asusta?

 

—Porque sólo vales lo que valen los últimos éxitos a los que puedas unir tu nombre.

 

—?Eh?

 

—Si dices que sí a algo, puede que el estudio haga una película y costará veinte o treinta millones de dólares y, si es un fracaso, tu nombre estará unido a ella y perderás estatus.

 

—?Ah, sí?

 

—Más o menos.

 

—?Cómo es que sabes tanto sobre todo esto? Eres músico, no estás metida en el cine.

 

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