Humo yespejos

—A mí me gusta Seinfeld —dijo ella—. ?Tú ves esa serie? No va de nada. Es decir, tienen episodios enteros que no van de nada. Y me gustaba Garry Shandling antes de que hiciera la nueva serie y se volviera malo.

 

—Las ilusiones —continué—, como todas las grandes ilusiones, hacen que pongamos en duda la naturaleza de la realidad. Pero también enmarcan, un juego de palabras, supongo, intencionadillo, la cuestión de en qué se convertirá el espectáculo. Películas antes de que existieran las películas, tele antes de que existiera la TV.

 

Frunció el ce?o.

 

—?Es una película?

 

—Espero que no. Es un cuento, si consigo que funcione.

 

—Entonces hablemos de la película —leyó por encima un montón de notas. Tenía alrededor de veinticinco a?os y parecía tanto atractiva como estéril. Me pregunté si era una de las mujeres que habían venido al desayuno de mi primer día, una tal Deanna o una tal Tina.

 

Miró algo, desconcertada, y leyó:

 

—?Yo conocía a la novia cuando bailaba el rock and roll?

 

—?Apuntó eso? No es esta película.

 

Asintió con la cabeza.

 

—Bueno, he de decir que parte de tu tratamiento es bastante… polémico. El asunto de Manson… bien, no estamos seguros de que vaya a funcionar. ?Podríamos eliminarlo?

 

—Pero si la película trata precisamente de eso. Quiero decir, el libro se llama Hijos del hombre; va de los hijos de Manson. Si le elimináis, no tenéis gran cosa, ?no? Es decir, éste es el libro que comprasteis —lo alcé para que lo viera: mi talismán—. Sacar a Manson es como, no sé, es como pedir una pizza y después quejarse cuando llega porque es plana, redonda y está cubierta de queso y salsa de tomate.

 

No dio ningún indicio de haber oído nada de lo que yo había dicho. Preguntó:

 

—?Qué opinas de Cuando éramos maloss como título? Dos eses en maloss.

 

—No sé. ?Para ésta?

 

—No queremos que la gente crea que es religiosa. Hijos del hombre. Suena como si pudiera ser algo anticristiana.

 

—Bueno, en cierto modo sí que insinúo que el poder que posee a los hijos de Manson es de alguna forma una especie de poder demoníaco.

 

—?Ah, sí?

 

—En el libro.

 

Me contempló con una mirada de lástima, de ésas que sólo la gente que sabe que los libros son, como mucho, accesorios en los que las películas se basan libremente pueden otorgarnos a todos los demás.

 

—Bueno, no creo que el estudio lo considere apropiado —dijo.

 

—?Sabes quién fue June Lincoln? —le pregunté.

 

Negó con la cabeza.

 

—?David Gambol? ?Jacob Klein?

 

Negó con la cabeza otra vez, un poco impaciente. Entonces me dio una lista escrita a máquina de las cosas que ella creía que había que arreglar, que venía a ser más o menos todo. La lista era PARA: mí y otras cuantas personas, cuyos nombres no reconocí, y era DE: Donna Leary.

 

Dije, Gracias, Donna, y regresé al hotel.

 

Estuve bajo de moral durante un día. Entonces se me ocurrió una manera de reescribir el tratamiento que resolvería, pensé, toda la lista de quejas de Donna.

 

Otro día de reflexión, unos días escribiendo, y envié por fax al estudio el tercer tratamiento.

 

Pío Dundas trajo su álbum de recortes para que lo viera, una vez que tuvo la certeza de que yo estaba sinceramente interesado en June Lincoln —así llamada, descubrí, por el mes y el presidente—, cuyo verdadero nombre era Ruth Baumgarten y que nació en 1903. Era un álbum de recortes viejo y encuadernado en piel, del tama?o y el peso de una Biblia familiar.

 

Ella tenía veinticuatro a?os cuando murió.

 

—Ojalá la hubiera visto —dijo Pío Dundas—. Ojalá algunas de sus películas hubieran sobrevivido. Era tan famosa. Era la mejor de todas las estrellas.

 

—?Era buena actriz?

 

Negó con la cabeza, categóricamente.

 

—No.

 

—?Era una gran belleza? Si lo era, me cuesta verlo.

 

Volvió a negar con la cabeza.

 

—A la cámara le gustaba, seguro. Pero no se trataba de eso. En la última fila del coro había una docena de chicas más guapas que ella.

 

—?Entonces de qué se trataba?

 

—Era una estrella —se encogió de hombros—. Eso es lo que significa ser una estrella.

 

Giré las páginas: recortes de periódicos en los que se rese?aban películas de las que nunca había oído hablar, películas de las que los únicos negativos y copias hacía tiempo que se habían perdido, extraviado o que el cuerpo de bomberos había destruido, ya que era bien sabido que los negativos de nitrato podían causar un incendio; otros recortes de revistas de cine: June Lincoln actuando, June Lincoln descansando, June Lincoln en el plató de La camisa del prestamista, June Lincoln con un abrigo de piel enorme, lo que curiosamente evidenciaba la fecha en que se hizo la fotografía mucho más que el extra?o pelo cortado a lo paje o los cigarrillos omnipresentes.

 

—?La amaba?

 

él negó con la cabeza.

 

—No como amarías a una mujer… —dijo.

 

Hubo una pausa. Alargó la mano para girar las páginas.

 

—Y mi mujer me habría matado si me hubiera oído decir esto…

 

Otra pausa.

 

—Pero sí. Esa mujer flacucha y blanquísima. Supongo que la amaba —cerró el libro.

 

Neil Gaiman's books