Humo yespejos

Aun así, era real; había vivido. La gente la había idolatrado en las salas de cine. Había besado el pez y se había paseado por los jardines de mi hotel setenta a?os antes: un instante en Inglaterra, pero una eternidad en Hollywood.

 

Fui al estudio a hablar del tratamiento. Ninguna de las personas con las que había hablado antes estaba allí. En cambio, me hicieron pasar a una oficina peque?a para ver a un hombre joven, que nunca sonreía y que me dijo lo mucho que le gustaba el tratamiento y lo encantado que estaba de que el estudio tuviera los derechos.

 

Dijo que pensaba que el personaje de Charles Manson estaba especialmente bien y que, quizá, ?en cuanto estuviera dimensionalizado del todo?, Manson podría ser el próximo Hannibal Lecter.

 

—Pero. Uhm. Manson. Es real. Ahora está en la cárcel. Su gente mató a Sharon Tate.

 

—?Sharon Tate?

 

—Era una actriz. Una estrella de cine. Estaba embarazada y la mataron. Estaba casada con Polanski.

 

—?Roman Polanski?

 

—El director. Sí.

 

Frunció el ce?o.

 

—Pero si estamos haciendo un trato con Polanski.

 

—Eso está bien. Es un buen director.

 

—?él está al corriente?

 

—?Al corriente de qué? ?Del libro? ?De nuestra película? ?De la muerte de Sharon Tate?

 

Negó con la cabeza: nada de lo anterior.

 

—Es un trato para tres películas. Julia Roberts está semiadscrita al trato. ?Dices que Polanski no está al corriente de este tratamiento?

 

—No, lo que he dicho es que…

 

Se miró el reloj.

 

—?Dónde te alojas? —preguntó—. ?Te hemos buscado un buen hotel?

 

—Sí, gracias —dije—. Estoy a unos bungalows de la habitación en la que murió Belushi.

 

Esperaba otro par de estrellas en confianza: que me dijera que John Belushi había estirado la pata en compa?ía de Julie Andrews y la Cerdita Peggy de los tele?ecos. Me equivoqué.

 

—?Belushi ha muerto? —dijo, mientras se le fruncía el joven entrecejo—. Belushi no está muerto. Estamos haciendo una película con Belushi.

 

—Me refiero al hermano —le dije—. El hermano murió, hace a?os.

 

Se encogió de hombros.

 

—Suena a lugar de mala muerte —dijo—. La próxima vez que vengas, diles que quieres alojarte en el Bel Air. ?Quieres que te cambiemos allí ahora?

 

—No, gracias —dije—. Me he acostumbrado al sitio donde estoy.

 

—?Qué hay del tratamiento? —pregunté.

 

—Déjanoslo.

 

Me di cuenta de que me estaba quedando fascinado con dos viejas ilusiones teatrales que encontré en mis libros: ?El sue?o del artista? y ?La ventana encantada?. Eran metáforas de algo, de eso estaba seguro; pero el cuento que tendría que haberlas acompa?ado aún no estaba allí. Escribía primeras frases que no llegaban a primeros párrafos, primeros párrafos que nunca llegaban a primeras páginas. Las escribía en el ordenador, luego salía sin guardar nada.

 

Me senté fuera en el patio y miré las dos carpas blancas y la carpa escarlata y blanca. Parecían, decidí, dibujos de peces de Escher, lo que me sorprendió, porque nunca se me había ocurrido que hubiese siquiera un poco de realismo en los dibujos de Escher.

 

Pío Dundas le estaba sacando brillo a las hojas de las plantas. Tenía un frasco de abrillantador y un trapo.

 

—Hola, Pío.

 

—Se?or.

 

—Un día precioso.

 

Asintió con la cabeza y tosió y se golpeó en el pecho con el pu?o y asintió otro poco.

 

Dejé los peces, me senté en el banco.

 

—?Por qué no han hecho que se retire? —pregunté—. ?No debería haberse retirado hace quince a?os?

 

Siguió limpiando.

 

—Ni hablar, yo soy un monumento histórico. Ellos pueden decir que todas las estrellas del cielo se alojaron aquí, pero yo le digo a la gente lo que Cary Grant tomaba para desayunar.

 

—?Se acuerda?

 

—Qué va. Pero ellos no lo saben —tosió otra vez—. ?Qué está escribiendo?

 

—Bueno, la semana pasada escribí un tratamiento para una película. Después escribí otro tratamiento. Y ahora estoy esperando… algo.

 

—Entonces, ?qué está escribiendo?

 

—Un cuento que no quiere salir. Va de un truco de magia victoriano llamado ?El sue?o del artista?. Un artista sale al escenario, con un lienzo grande que pone en un caballete. Hay una mujer pintada en el lienzo. él mira el cuadro y pierde las esperanzas de convertirse en un pintor de verdad. Entonces se sienta y se queda dormido y la mujer del cuadro cobra vida, baja del marco y le dice que no se rinda. Que siga luchando. Algún día será un gran pintor. Vuelve a subir al marco. Las luces se van atenuando. Entonces él se despierta y la mujer ya vuelve a ser un cuadro…

 

—…y la otra ilusión —le dije a la mujer del estudio, que había cometido el error de fingir interés al principio de la reunión—, se llamaba ?La ventana encantada?. Una ventana flota en el aire y en ella aparecen caras, pero allí no hay nadie. Creo que puedo establecer una especie de paralelismo extra?o entre la ventana encantada y probablemente la televisión: parece una candidata natural, al fin y al cabo.

 

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