Humo yespejos

Entonces intentaron, por todos los medios, explicarme que lo odiaban sin decirme nada que pudiera de algún modo disgustarme. Fue una conversación muy extra?a.

 

—Tenemos un problema con el tercer acto —dijeron, dando a entender vagamente que la culpa no era mía ni del tratamiento, ni siquiera del tercer acto, sino de ellos.

 

Querían que la gente fuera más comprensiva. Querían luces y sombras intensas, no tonos grises. Querían que la heroína fuera un héroe. Y yo asentí y tomé notas.

 

Al final de la reunión le di la mano a Alguien, y el ayudante de las gafas de montura azul me llevó por el laberinto de los pasillos en busca del mundo exterior y mi coche y mi chófer.

 

Mientras andábamos, pregunté si el estudio tenía alguna foto de June Lincoln.

 

—?Quién? —resultó que se llamaba Greg. Sacó un bloc de notas peque?o y escribió algo en él con un lápiz.

 

—Era una estrella del cine mudo. Famosa en 1926.

 

—?Estaba en el estudio?

 

—No tengo ni idea —reconocí—. Pero era famosa. Incluso más famosa que Marie Provost.

 

—?Quién?

 

—?Una triunfadora que acabó siendo la cena de un perrito?. Una de las estrellas del cine mudo más conocidas. Murió en la pobreza cuando llegó el cine sonoro y se la comió su perro salchicha. Nick Lowe escribió una canción sobre ella.

 

—?Quién?

 

—Yo conocía a la novia cuando bailaba el rock and roll. Bueno, June Lincoln. ?Alguien puede encontrarme una foto?

 

Escribió algo más en el bloc. Se lo quedó mirando un momento. Luego escribió otra cosa. Entonces asintió con la cabeza.

 

Habíamos llegado a la luz del día y el coche me estaba esperando.

 

—Por cierto —dijo él—, deberías saber que aquel tío es un mentiroso de mierda.

 

—?Cómo?

 

—Un mentiroso de mierda. No eran Spielberg y Lucas los que estaban con Belushi. Eran Bette Midler y Linda Ronstadt. Fue una orgía de coca. Todo el mundo lo sabe. Es un mentiroso de mierda. Y él sólo era un subcontable del estudio, por amor de Dios, en la película de Indiana Jones. Como si fuera su película. Gilipollas.

 

Nos estrechamos las manos. Subí al coche y regresé al hotel.

 

Los cambios horarios pudieron más que yo aquella noche y me desperté, total e irrevocablemente, a las cuatro de la madrugada.

 

Me levanté, meé, luego me puse unos tejanos (duermo con camiseta) y salí.

 

Quería ver las estrellas, pero las luces de la ciudad brillaban excesivamente y el aire estaba demasiado contaminado. El cielo era de un amarillo sucio y sin estrellas y pensé en todas las constelaciones que podía ver desde la campi?a inglesa y sentí, por primera vez, una a?oranza profunda y estúpida.

 

Echaba de menos las estrellas.

 

Quería trabajar en el cuento o empezar el guión de la película. En cambio, estaba trabajando en el segundo borrador del tratamiento.

 

Rebajé el número de hijos de Manson de doce a cinco y dejé claro desde el principio que uno de ellos, que ahora era varón, no era un mal chico y que los otros cuatro lo eran sin lugar a dudas.

 

Me enviaron un ejemplar de una revista de cine. Olía a papel barato y viejo y tenía un sello violeta con el nombre del estudio y la palabra ARCHIVOS debajo. En la portada salía John Barrymore, en una barca.

 

El artículo que había dentro era sobre la muerte de June Lincoln. Me costó leerlo y aún me costó más entenderlo: hacía insinuaciones sobre los vicios prohibidos que la llevaron a la muerte, eso sí podía entenderlo, pero era como si hablara en un código para el que los lectores modernos no tenían ninguna clave. O, quizá, pensándolo bien, el que había escrito su nota necrológica no sabía nada y hacía insinuaciones sin fundamento.

 

Las fotos eran más interesantes o, en todo caso, más comprensibles. Una foto a toda página y con bordes negros de una mujer de ojos enormes y sonrisa dulce, fumando un cigarrillo (habían pintado el humo con aerógrafo, un trabajo muy tosco a mi modo de ver; ?aquellas falsificaciones tan burdas habían enga?ado a la gente alguna vez?); otra foto de ella en un abrazo escénico con Douglas Fairbanks; una foto peque?a de ella sobre el estribo de un coche, con un par de perros diminutos en los brazos.

 

No era, por las fotografías, una belleza contemporánea. Carecía de la trascendencia de una Louise Brooks, el sex appeal de una Marilyn Monroe, la elegancia de putilla de una Rita Hayworth. Era una starlet de los a?os veinte tan aburrida como cualquier otra starlet de los a?os veinte. No vi ningún misterio en sus ojos enormes, su pelo cortado a lo paje. Tenía labios de arco de Cupido perfectamente maquillados. Yo no tenía ni idea del aspecto que habría tenido si hubiera estado viva y en activo hoy en día.

 

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