Fuera de la ley

—Tal vez podría ayudarte a recordar algo. Cualquier cosa —dijo Ivy en un tono que parecía ligeramente asustado—. Aunque solo fuera un olor o un sonido.

 

Asustada, me toqué con la lengua la cicatriz del interior del labio y rememoré el instante en el que un desconocido me arrinconaba contra la pared. Inmediatamente después, recordé el olor a incienso vampírico, y el doloroso deseo de ser mordida, de sentir sus dientes dentro de mí, y el miedo a no conseguir resistirme. No era el recuerdo de Ivy, sino del asesino de Kisten. Pero no había nada que me permitiera identificarlo, solo el terror a ser obligada a algo que no quería hacer.

 

El corazón me latía con fuerza y, cuando levanté la vista, descubrí que Ivy se encontraba en el otro extremo del santuario, con los ojos negros, intentando resistirse ?1 deseo que mi miedo había despertado en ella.

 

—Lo siento —susurré conteniendo la respiración para ralentizar el pulso. Al verla así, me pregunté cómo íbamos a lograr vivir en la misma iglesia sin despertar mutuamente nuestros instintos. Llevábamos un a?o intentándolo, y no solo no ayudaba, sino que había empeorado las cosas.

 

Ivy cogió los restos del pastel de encima del piano y, moviéndose con una rapidez vampírica, pasó junto a mí y se adentró en el pasillo.

 

—No pasa nada.

 

Entonces me quedé escuchando mi respiración y conté hasta diez. Lentamente, agarré el cuenco de gominolas del juego que había organizado mi madre para la fiesta y la seguí. Encontré a Ivy apoyada sobre el fregadero, con una ligera expresión de resentimiento, mientras el pastel reposaba sobre la encimera.

 

—Rachel, tienes que dejar de comerte la cabeza o lo echarás todo a perder —dijo su voz de seda gris con la lluvia de fondo—. La cuestión no es si pode-mos hacerlo, sino si podremos vivir con la idea de no haberlo intentado. —A continuación alzó los ojos, que habían adquirido un estable tono marrón, pero que mostraban un atisbo de dolor—. No tienes que disculparte cada vez que sientes que, accidentalmente, has hecho algo inapropiado. Da la sensación de que te sintieras culpable, y no tienes por qué. Simplemente eres tú misma. Déjame que cargue con mi parte de responsabilidad. Solo tienes que darme tiempo para recuperarme, ?de acuerdo? Y quizá podrías volver a ponerte perfume.

 

Yo parpadeé, sorprendida de que estuviera hablando conmigo en vez de rehuirme.

 

—?Oh, sí! Claro. Ummm, lo siento.

 

Ella soltó un bufido y agarró el papel de aluminio para empezar a envolver el pastel, dando a entender que era mejor dejarlo. Mientras nos poníamos a recoger la cocina en silencio, tuve la sensación de que todo había cambiado. Habíamos dejado de andar con pies de plomo, y nos comportábamos casi como si hubiéramos reco-brado la serenidad, conscientes de que nunca sucedería nada entre nosotras y que podíamos concentrarnos en llevarnos bien. No obstante, cuando las cosas empezaban a relajarse, era cuando nuestra relación se volvía más complicada. Suspirando, me giré hacia el batir de las alas de pixie que provenía del pasillo.

 

—?Eh! Creo que Al te está esperando —dijo Jenks colocándose entre noso-tras y, por un instante, el miedo se apoderó de mí. Ivy inspiró lentamente, sus pupilas ligeramente dilatadas se encontraron con las mías.

 

—No puedo verlo pero, en esa línea luminosa, la temperatura ha bajado unos tres grados de golpe —a?adió el pixie. Luego vaciló, y su expresión se volvió recelosa cuando se dio cuenta de que nos encontrábamos a más de dos metros de distancia—. ?Interrumpo algo? —preguntó.

 

—No —respondí con rotundidad. ?Qué demonios le habrá traído hasta aquí? Pensaba que tenía la noche libre—. ?Sigue lloviendo?

 

Comportándose como el entrometido que era, Jenks rodeó a Ivy.

 

—?Estás segura? —insistió, riendo—. Porque da la impresión de que…

 

—He dicho que no —insistí dirigiéndome a la puerta trasera, sintiendo que la inseguridad se apoderaba de mí. ?Quién iba a pensar que me iría a siempre jamás de buena gana?—. Ivy y yo estábamos considerando la posibilidad de que hablara con Ford. Para ver si recuerdo alguna otra cosa.

 

La vampiresa se encontraba justo detrás de mí con el se?or Pez. Entonces abrí la puerta y descubrí que la lluvia se había convertido en una tenue neblina. Luego miré a mi beta y después a ella.

 

—?Ivy?

 

—Deberías llevarte al pez —dijo tendiéndomelo con la mirada caída—. úsalo como si fuera un canario. Si él puede soportar la toxicidad de siempre jamás, tú también podrás.

 

Consciente de que era mucho más sencillo aceptar que ponerme a discutir, lo cogí. Entonces estornudé y tuve que agarrar la pecera con fuerza para no volcarla.

 

—?Ya voy! —grité sabiendo que Al me estaba metiendo prisa. ?Como si el tiempo no fuera ya suficiente para incitarme!

 

Seguidamente hice un gesto con el dedo hacia el jardín aparentemente va-cío, y Jenks se me pegó a la oreja. No podía ver a Al, a menos que utilizara mi segunda visión, pero lo más probable es que él sí que me viera a mí.

 

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