Fuera de la ley

Quen se quedó mirando cómo se alejaba, y cuando oyó que me aclaraba la garganta para llamar su atención, se sonrojó.

 

—No te preocupes —lo tranquilicé poniendo cierta distancia entre nosotros—. No le contaré a nadie que estás locamente enamorado.

 

Incómodo, se quedó mirando a un punto detrás de mí y, en cierto modo, algo más alto. Su cicatriz, invisible gracias a un retoque genético ilegal, se había convertido en una masa blanca de tejido prácticamente oculta detrás del cuello de la camisa.

 

—No creo haberte dado las gracias por tu ayuda —dijo sin alterarse—. Me refiero a la noche de Halloween.

 

Yo me giré y los dos nos quedamos hombro con hombro, observando como Ceri hablaba con Ivy y con mi madre.

 

—Sí, bueno… El que se mete a redentor sale crucificado.

 

él inclinó la cabeza, pero al ver su expresión impasible, me asaltó una duda.

 

—Oye —le espeté—, sabéis que lo de convertir a Trent en mi familiar era solo un truco para liberarlo, ?verdad? No tengo ninguna intención de ponerlo en práctica.

 

Sin embargo, mi brazo mostraba el atisbo de una marca, y era el reflejo de la de Trent. Había dado por hecho que Newt se la había transferido a Al pero, aparentemente, era yo la que la tenía. ?Qué curioso!

 

Quen esbozó una media sonrisa.

 

—Lo sabe. —Después, tras echar un vistazo a Ceri, se inclinó de manera que solo yo pudiera verle la cara—. Intentó matarte porque lo que su padre te hizo ha permitido que, accidentalmente, los demonios recuperen la posibilidad de tener descendencia. La razón por la que sigues con vida es porque me salvaste cuando él no fue capaz de hacerlo, y porque, poco después, lo rescataste cuando más indefenso estaba, pagando un alto precio por ello. Si no fuera por todo eso, ya habría acabado contigo, con tu iglesia y con todos y todo lo que contiene.

 

—Sí, vale —dije, nerviosa, convencida de que hablaba totalmente en serio. Trent estaba en su derecho de odiarme, pero me debía un gran favor. Con un poco de suerte, pasaría de mí.

 

En aquel momento, Quen se quedó mirando cómo Ceri terminaba de despe-dirse, y yo me removí, inquieta. Me quedaba una cosa por decirle y, probable-mente, no volvería a presentárseme otra oportunidad como aquella.

 

—Quen —dije suavemente, consiguiendo que se detuviera—, ?podrías decirle a Trent que siento que tuviera que soportar que lo trataran como a un animal por culpa de lo mal que lo gestioné todo? —él me miró en silencio y yo esbocé una sonrisa forzada—. Nunca debí llevármelo a siempre jamás. Creo que fue una cuestión de ego, que intentaba demostrarle que era mucho más fuerte y más inteligente que él. Fue estúpido y egoísta… y lo siento.

 

En su rostro cuarteado y picado de viruela se dibujó una sonrisa. A conti-nuación dirigió la vista hacia Ceri y asintió con la cabeza.

 

—Lo haré.

 

Luego volvió a mirarme y me tendió la mano. Sintiéndome extra?a, se la estreché. Tenía los dedos cálidos, y era como si hubiera podido sentirlos sobre mí incluso después de que se alejara para reunirse con Ceri y acompa?arla lentamente hacia la puerta.

 

Ambos se marcharon en medio de un gran alboroto y, por suerte, se llevaron con ellos a una buena parte de los pixies. Yo solté un suspiro de alivio por en-cima del sonido mitigado del montón de seres alados especialmente excitados por efecto del azúcar. En aquel momento, vi que mi madre y Takata se dirigían hacia mí. Ella llevaba el abrigo y el bolso y, por lo visto, también ellos tenían intención de marcharse.

 

Yo me apoyé en la mesa de billar sintiendo que un asomo de nerviosismo me tensaba los músculos. Takata jamás ocuparía el lugar de mi padre, y tampoco pensaba que tuviera intención de hacerlo, pero iba a formar parte de mi vida y todavía no sabía lo que aquello significaba. Una vez más, me sorprendí al comprobar lo mucho que nos parecíamos. Especialmente en la nariz.

 

—Cari?o, nosotros también tenemos que irnos —dijo mi madre taconeando elegantemente conforme se acercaba—. Ha sido una fiesta estupenda.

 

Luego me dio un abrazo golpeándome ligeramente en la espalda con su bolsita de chucherías.

 

—Gracias por venir, mamá.

 

—No me lo habría perdido por nada del mundo —dijo dando un paso atrás con los ojos brillantes.

 

Takata, que la tenía agarrada por el codo, se removió inquieto.

 

—?Ya se lo has pedido? —dijo a mi madre. Yo los miré alternativamente. ?Pedirme qué?

 

Mi madre me agarró la mano intentando tranquilizarme, pero no funcionó.

 

—Estaba a punto de hacerlo —dijo, sonrojándose. A continuación me miró a los ojos y preguntó—: ?Te importaría cuidarme la casa durante un par de semanas? Me voy a la Costa Oeste para visitar a Robbie. Por lo visto, ha em-pezado a salir con una chica encantadora y me gustaría conocerla.

 

De algún modo, no pensé que conocer a la novia de Robbie fuera el motivo por el que sus mejillas habían adquirido aquel particular tono rosado. Takata iba a acompa?arla.

 

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