El libro del cementerio

Bajaron juntos por la escalera de la alta y estrecha casa del se?or Frost, y salieron a la calle.

 

—En Cracovia, en la colina de Wawel, hay unas cuevas que se conocen por el nombre de La Caverna del Dragón. Es un lugar de sobra conocido por los turistas que visitan la zona. Pero, debajo de ellas, hay otras cuevas que los turistas no conocen y nunca visitan. Son muy profundas y están habitadas.

 

Silas iba delante, seguido de cerca por la gigantesca grisura de la se?orita Lupescu, que avanzaba silenciosamente y a cuatro patas. Detrás de ellos iba Kandar, una momia asiría con el cuerpo envuelto en vendas, alas de águila y ojo como rubíes que, a su vez, llevaba un cerdito.

 

Al principio eran cuatro, pero habían perdido a Haroun en una de las cuevas superiores, cuando el ifrit[8] (seguro de sí mismo en demasía, como todos los de su especie) se aventuró a explorar un espacio encuadrado entre tres espejos de bronce y, en medio de un fogonazo de luz rojiza, quedó atrapado dentro de los espejos. Durante unos segundos vieron su reflejo mostrando los ojos exorbitados y moviendo la boca, como si tratara de avisarlos para que se marcharan de allí; luego se desvaneció y no volvieron a verlo más.

 

Para Silas, los espejos no suponían ningún peligro, asi que se acercó y, cubriendo con su abrigo uno de ellos, dejó inutilizada la trampa. Hecho esto, dijo:

 

—Bueno, pues ahora ya sólo quedamos tres.

 

—Y un cerdo precisó Kandar.

 

—?Y para qué lo has traído si se puede saber? —preguntó la se?orita Lupescu.

 

—Trae suerte respondió Kandar —y, ante el gru?ido que emitió la se?orita Lupescu, nada convencida, preguntó—: ?Acaso Haroun tenía un cerdo?

 

—Callad les ordenó Silas. Se están acercando Por el ruido que hacen, diría que son muchos.

 

—Dejad que se acerquen —susurró Kandar.

 

El pelo de la se?orita Lupescu se erizó. Pese a ello, no dijo nada, pero se preparó para hacerles frente y tuvo que esforzarse mucho para no alzar la cabeza y soltar un aullido.

 

—Me encanta este sitio —comentó Scarlett.

 

—Sí, es muy bonito coincidió Nad.

 

—?Así que mataron a toda tu familia? ?Y alguien sabe quién lo hizo?

 

—No, que yo sepa. Lo único que me ha dicho mi tutor es que el hombre que los mató sigue vivo, y que ya me contará el resto de la historia algún día.

 

—?Cómo que algún día?

 

—Cuando esté preparado para conocer toda la verdad.

 

—?De qué tiene miedo? ?De que cojas una pistola y salgas a vengarte del hombre que mató a tus padres y a tu hermana?

 

—Es obvio —dijo el chico con gran seriedad—; no exactamente con una pistola, pero sí. Algo así.

 

—Me estás tomando el pelo.

 

Nad no respondió de momento, sino que apretó mucho los labios y negó con la cabeza. Poco después replicó:

 

—No, no estoy de broma.

 

Aquel sábado había amanecido soleado y radiante, y los dos jóvenes se hallaban en el Paseo Egipcio, a la sombra de los pinos y de las largas ramas de la araucaria.

 

—?Y tu tutor también es un muerto?

 

—Nunca hablo de él.

 

A Scarlett le dolió la respuesta.

 

—?Ni siquiera conmigo?

 

—Ni siquiera contigo.

 

—Bueno —dijo ella—, pues qué bien.

 

—Lo siento, Scarlett, no pretendía…

 

—Le prometí al se?or Frost que no tardaría mucho, así que será mejor que me vaya ya —dijo ella, al mismo tiempo que Nad intentaba disculparse.

 

—Vale —replicó el chico, temiendo haber herido los sentimientos de su amiga y sin saber muy bien qué podía decir para arreglarlo.

 

Y se la quedó mirando mientras se alejaba colina abajo. Una voz femenina y familiar dijo con mala uva: ??Mírala! ?La marquesita del Pan Pringao!?, pero por allí no se veía a nadie.

 

Nad se sentía como un idiota, y echó a andar otra vez hacia el Paseo Egipcio. Las se?oritas Lillibet y Violet le habían dado permiso para guardar en su cripta una caja de cartón llena de libros, y leer un rato era lo único que le apetecía en ese momento.

 

Scarlett estuvo ayudando al se?or Frost con sus calcos hasta el mediodía, y entonces se tomaron un respiro para comer algo.

 

El se ofreció a invitarla a pescado con patatas, así que bajaron hasta la tienda que había al final de la carretera y, mientras subían de nuevo por la colina, se fueron comiendo la humeante fritura generosamente sazonada con sal y vinagre.

 

—?Dónde investigaría usted si quisiera averiguar algo sobre un asesinato? —le preguntó Scarlett—. Ya he mirado en Internet y no he encontrado nada.

 

—Hum… Depende. ?De qué clase de asesinato estamos hablando?

 

—Un suceso local, creo. Tuvo lugar hace trece o catorce a?os. Alguien asesinó a toda una familia que vivía por aquí cerca.

 

—?Caramba! ?Estás hablando en serio?

 

—Y tan en serio. ?Se encuentra usted bien?

 

—Pues la verdad es que no. Pero no te preocupes, no es más que flojera. Prefiero no pensar en ese tipo de cosas; me refiero a los crímenes que suceden a la puerta de mi casa, como quien dice. Y me sorprende que a una chica de tu edad le interesen esas cosas tan truculentas.

 

Neil Gaiman's books