El libro del cementerio

—?Cómo es posible que me hayas visto?

 

—En realidad no estaba segura. Al principio pensé que eras solamente una sombra o algo así. Pero tienes el mismo aspecto que en mi sue?o y, de alguna manera, empecé a verte con un poco más de nitidez.

 

Nad se le acercó e inquirió:

 

—?De verdad estás leyendo? ?Tienes luz suficiente?

 

—Es muy raro, sí —repuso Scarlett cerrando la revista—. Casi se ha hecho de noche, pero veo a la perfección. Vamos, que puedo leer sin dificultad.

 

—?Has venido…? —Nad vaciló un momento, sin saber muy bien qué era exactamente lo que quería preguntarle—. ?Has venido sola?

 

Scarlett asintió.

 

—Sí. Verás, al salir del colegio, he venido a ayudar al se?or Frost a sacar algunos calcos. Pero cuando hemos acabado, le he dicho que me apetecía sentarme aquí a pensar un rato. Le he prometido que después pasaría a tomar una taza de té con él, y se ha ofrecido a acercarme en coche a mi casa; ni siquiera me ha preguntado por qué quería quedarme. Dice que a él también le encanta pasear por los cementerios, porque no hay sitios más tranquilos en el mundo que éstos. Se calló un momento y, a continuación, le preguntó—: ?Puedo abrazarte?

 

—?Quieres abrazarme?

 

—Sí.

 

—Bueno, en ese caso —se lo pensó un momento antes de terminar la frase—, no me importa que lo hagas.

 

—Mis brazos no te atravesarán ni nada parecido, ?verdad?

 

—No, no, soy de carne y hueso; no te preocupes.

 

Y ella lo abrazó con tal fuerza que casi no le dejaba respirar.

 

—Me estás haciendo da?o —se quejó Nad.

 

—?Ay, perdona! —Y lo soltó.

 

—No, si me ha gustado. Pero es que has apretado más de lo que esperaba.

 

—Sólo quería asegurarme de que eres real. Todos estos a?os no has existido más que en mi mente, aunque luego me olvidé de ti. Pero no eras un producto de mi imaginación, y ahora has vuelto, y estás en el mundo también.

 

—Solías llevar una especie de abrigo, de color naranja, y siempre que veía algo de ese color, pensaba en ti. Imagino que ya no lo tendrás —dijo Nad sonriendo.

 

—No, claro, hace ya tiempo que no. A estas alturas no creo que cupiera en él.

 

—Sí, ya me lo imagino.

 

—Debería regresar a casa ya. Pero creo que podré volver aquí este fin de semana —dijo Scarlett y, viendo la expresión de Nad, a?adió—: Hoy es miércoles.

 

—Vale, me encantaría volver a verte.

 

Scarlett se dio la vuelta para marcharse, pero titubeó un momento y se giró de nuevo hacia Nad.

 

—?Qué he de hacer para encontrarte la próxima vez?

 

—No te preocupes; yo te encontraré. Tú ven sola y saldré a buscarte.

 

Scarlett asintió y se marchó.

 

Nad dio media vuelta y se fue colina arriba, en dirección al mausoleo de Frobisher. Sin embargo, no entró en el edificio, sino que trepó por uno de los laterales, apoyando los pies en las gruesas raíces de hiedra, y se subió al tejado de piedra. Se sentó allí y contempló el mundo que había más allá del cementerio, recordando el modo en que Scarlett lo había abrazado y lo seguro que se había sentido él entre sus brazos, aunque sólo fuera por un instante. Pensó también en lo agradable que debía de ser poder circular libremente y sin temor por el mundo que había tras las rejas del cementerio, y en lo estupendo que era ser due?o y se?or de su propio mundo en miniatura.

 

Scarlett dijo que no quería una taza de té, gracias, ni una galleta de chocolate. El se?or Frost se quedó preocupado y le dijo:

 

—En serio, parece como si hubieras visto un fantasma. Aunque, bien pensado, no sería raro, teniendo en cuenta que vienes de un cementerio, hum… Hace a?os, tuve una tía que decía que su loro estaba hechizado. En realidad era un guacamayo rojo; el loro, claro. Mi tía era arquitecta. Pero nunca logré que me diera más detalles.

 

—Estoy bien —lo tranquilizó Scarlett—. Lo que ocurre es que ha sido un día muy largo.

 

—En ese caso, te llevaré a casa. Pero antes, dime, ?tú entiendes lo que pone aquí? Llevo media hora rompiéndome la cabeza, pero no hay manera. Le se?aló un calco que tenía extendido encima de la mesa, sujeto con un bote de mermelada en cada punta. El nombre podría ser Gladstone, ?a ti qué te parece? Quizá fuera pariente de William Gladstone, el primer ministro. Pero el resto no lo entiendo.

 

—Me temo que yo tampoco lo entiendo. Ya le echaré un vistazo con más calma el sábado.

 

—?Tu madre vendrá también?

 

—Dijo que me traería aquí por la ma?ana y luego se iría a hacer la compra. Quiere hacer carne asada para cenar.

 

—?Con patatas asadas de guarnición? —preguntó el se?or Frost.

 

—Pues creo que sí.

 

El se?or Frost parecía muy complacido, aunque dijo:

 

—Tampoco querría causarle demasiadas molestias.

 

—No se preocupe, ella está encantada —aseguró Scarlett, y no mentía—. Le agradezco mucho que se tome la molestia de acercarme a casa en su coche.

 

—Es un verdadero placer.

 

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