El libro del cementerio

—A través de una inmobiliaria. Estaba desocupada y el precio me pareció razonable. Bueno, más o menos. Buscaba una casa lo más cerca posible del cementerio, y ésta parecía perfecta.

 

—Se?or Frost —Scarlett no sabía muy bien cómo decírselo, así que se lo soltó a bocajarro—, hace unos trece a?os, tres personas fueron asesinadas en esa misma casa. Era la familia Dorian.

 

Al otro lado del hilo telefónico se hizo un silencio.

 

—?Se?or Frost? ?Sigue usted ahí?

 

—Hum… Sí, sigo aquí, Scarlett. Perdona. Es que no esperaba oír algo así. Es una casa antigua, quiero decir que no sería extra?o que hubieran sucedido cosas hace muchos a?os, pero no… Caramba. ?Y qué fue exactamente lo que sucedió?

 

Scarlett no estaba muy segura de hasta dónde podía contarle.

 

—Encontré una noticia breve en un periódico antiguo, pero no mencionaba los detalles del suceso, sino únicamente la dirección de la casa. No sé cómo murieron ni nada más.

 

—?Santo cielo! —Por el tono de voz, el se?or Frost parecía más intrigado de lo que Scarlett había previsto—. Es precisamente en este tipo de investigaciones donde los cronistas locales nos movemos con más soltura que nadie. Deja que yo me ocupe. Me pondré a investigar y cuando haya averiguado que fue lo que sucedió, te lo contaré todo.

 

—Muchas gracias —dijo Scarlett, aliviada.

 

—Hum… Imagino que me has llamado porque si Noona llega a enterarse de que hubo un asesinato en mi casa, aunque fuera hace trece a?os, no querría que volvieras a verme y te prohibiría ir al cementerio. De modo que, hum, supongo que será mejor que no lo mencione a menos que tú saques el tema.

 

—?Muchísimas gracias, se?or Frost!

 

—Nos vemos a las siete. Y llevaré bombones.

 

Lo pasaron realmente bien en la cena. La cocina ya no olía a quemado. El pollo no estuvo mal, la ensalada estaba muy rica y, aunque las patatas se habían quedado un poco duras, el se?or Frost proclamó que estaban exactamente como a él le gustaban, e insistió en repetir.

 

Las flores no eran nada del otro mundo, pero los bombones estaban riquísimos y, después de cenar, el se?or Frost se quedó charlando con ellas, e incluso se quedó a ver la tele un rato. Pero a eso de las diez, les dijo que ya era hora de marcharse a casa.

 

—El tiempo, la marea y el trabajo de investigación no esperan a nadie —dijo, estrechando con entusiasmo la mano de Noona mientras, en un gesto de complicidad, le gui?aba un ojo a Scarlett.

 

Aquella noche la chica intentó buscar a Nad en sus sue?os; se acostó pensando en él y se imaginó que lo buscaba por todo el cementerio, pero en cambio, so?ó que deambulaba por las calles del centro de Glasgow con sus viejos amigos. Iban buscando una determinada calle, pero fueran por donde fueran no encontraban más que callejones sin salida.

 

En los abismos de la tierra Cracovia y, a su vez, en la gruta más profunda de lo que se conoce como La Caverna del Dragón, la se?orita Lupescu se tambaleó y cayó al suelo.

 

Silas se agachó a su lado y le sostuvo la cabeza entre las manos. Tenía sangre en la cara, y parte de esa sangre pertenecía a la propia se?orita Lupescu.

 

—No te preocupes por mí —le dijo a Silas—; ve a salvar al ni?o.

 

Su cuerpo era ahora mitad lobo y mitad mujer, pero la cabeza era la de una mujer.

 

—No —dijo Silas—, no pienso abandonarte.

 

Justo detrás de él, Kandar mecía al cerdito como si fuera un ni?o acunando una mu?eca. El ala izquierda de la momia estaba destrozada, y no podría volver a volar, pero su barbado rostro tenía una expresión implacable.

 

—Volverán, Silas —murmuró la se?orita Lupescu—. Y está a punto de salir el sol.

 

—Entonces —dijo Silas—, tendremos que ocuparnos de ellos antes de que tengan tiempo de organizarse para un nuevo ataque. ?Podrías mantenerte en pie?

 

—Da. Soy un sabueso de Dios; aguantaré.

 

La se?orita Lupescu inclinó la cabeza y se desentumeció los dedos. Cuando alzó de nuevo la cabeza, volvía a ser la de un lobo. Plantó en el suelo sus garras delanteras y, con mucho esfuerzo, logró ponerse en pie; era de nuevo un lobo gris más grande que un oso, pero su pelaje tenía manchas de sangre.

 

Echó la cabeza hacia atrás y, en actitud desafiante, lanzó un aullido lleno de furia. Después, poco a poco, recuperó la posición normal.

 

—Venga —gru?ó la se?orita Lupescu—. Vamos a poner fin a esto.

 

El domingo, a última hora de la tarde, sonó el teléfono.

 

Scarlett estaba en la planta baja, copiando los dibujos de un cómic manga que había leído. Fue su madre quien cogió el teléfono.

 

—?Qué casualidad, precisamente estábamos hablando de usted! —decía Noona, aunque no era verdad que estuvieran hablando de él—. Lo pasamos de maravilla —continuó—. No, no, en absoluto, ninguna molestia. ?Los bombones? Estaban deliciosos; realmente deliciosos. Ya le dije a Scarlett que le dijera que puede venir a cenar con nosotras cuando quiera. Así que… ?Scarlett, dice? Sí, sí, está en casa; se la paso. Scarlett, ?dónde estás?

 

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