El libro del cementerio

El número 33 era una casa alta y estrecha, situada en el centro de la hilera de casas adosadas; una vivienda corriente de ladrillo rojo. Nad la contempló con aire dubitativo, preguntándose por qué no había nada en ella que le resultara familiar. No era más que una casa como cualquier otra. En lugar de jardín delantero, había tan sólo un peque?o espacio asfaltado, donde habían aparcado un Mini verde; la puerta principal estaba pintada de azul, pero el tiempo y el sol habían deslucido mucho la pintura.

 

—?Vamos? —le preguntó Scarlett.

 

Nad llamó a la puerta. Al cabo de unos segundos, oyeron un ruido de pasos en el interior, y la puerta se abrió, dejando a la vista un peque?o recibidor y el inicio de una escalera. En el umbral había un hombre con gafas, canoso y con entradas. El individuo parpadeó y alargó la mano para estrechar la de Nad.

 

—Tú debes de ser el misterioso amigo de la se?orita Perkins —comentó con una sonrisa nerviosa—. Encantado de conocerte.

 

—Este es Nad —dijo Scarlett.

 

—?Nat?

 

—Nad, acabado en ?d? —lo corrigió Scarlett—. Nad, éste es el se?or Frost.

 

Nad y Frost se estrecharon la mano.

 

—He puesto agua a hervir —les informó el se?or Frost.

 

—?Qué os parece si tomamos una taza de té mientras hablamos?

 

Lo siguieron por la escalera hasta la cocina, donde Frost sirvió tres tazas de té y, a continuación, los condujo a una peque?a sala de estar.

 

—El resto de las habitaciones están arriba les —dijo—. El cuarto de ba?o está en el piso inmediatamente superior y, arriba del todo, los dormitorios y mi despacho. Andar todo el día subiendo y bajando la escalera te mantiene en forma.

 

Se sentaron en un espacioso sofá de color morado chillón (?Ya estaba aquí cuando llegué?), y se dispusieron a tomar el té.

 

Scarlett temía que el se?or Frost abrumara a Nad con toda clase de preguntas, pero no lo hizo. No obstante, parecía muy emocionado, como si acabara de identificar la tumba de algún personaje famoso y estuviera impaciente por dar a conocer su hallazgo al mundo entero. No paraba de rebullirse en su asiento; parecía que tuviera algo verdaderamente importante que comunicarles y estuviera haciendo un gran esfuerzo por contenerse.

 

—Bueno, ?qué es lo que ha averiguado? —le preguntó Scarlett sin más preámbulos.

 

—Bien, pues, en primer lugar, tenías razón. En efecto, ésta es la casa en la que mataron a esas tres personas. Y el hecho… quiero decir, el crimen, fue… bueno, no es que intentaran ocultarlo deliberadamente, pero lo cierto es que la policía lo dejó correr. Se hicieron los locos, por así decirlo.

 

—No lo entiendo —dijo Scarlett—. Un asesinato no es algo que se pueda barrer y dejarlo debajo de la alfombra.

 

—Pues eso fue exactamente lo que hicieron con éste —dijo el se?or Frost mientras apuraba su té—. Supongo que alguien muy influyente movió algunos hilos. Es la única explicación que se me ocurre para ese silencio y para lo que pasó con el peque?o…

 

—?Y qué fue lo que pasó con él? —preguntó Nad.

 

—Sobrevivió —respondió Frost—, de eso estoy seguro.

 

—Pero nadie lo buscó. Normalmente, la desaparición de un ni?o de dos a?os habría sido una noticia de interés nacional.

 

—Pero ellos… hum… debieron de ocultársela a los medios.

 

—?Y quiénes son ellos? —inquirió Nad.

 

—Los mismos que asesinaron al resto de la familia.

 

—?Y ha podido averiguar algo más?

 

—Sí. Bueno, poca cosa… —Frost intentó desdecirse—. Perdonadme. Yo… Veréis. Teniendo en cuenta lo que he descubierto… En fin, resulta todo muy difícil de creer.

 

Scarlett empezaba a sentirse frustrada y le espetó:

 

—Cuéntenoslo. Díganos qué es lo que ha descubierto.

 

Frost parecía algo avergonzado.

 

—Tienes razón. Perdonadme. Esto de andar con secretitos no es buena idea. Los historiadores no nos dedicamos a enterrar cosas; lo que hacemos es sacarlas a la luz, mostrárselas a la gente. Bien… —vaciló un momento, y luego continuó—. He encontrado una carta. Sí, ahí arriba. Estaba escondida bajo una placa suelta de la tarima. Y volviéndose hacia Nad, le preguntó—: Jovencito, ?sería hacertado por mi parte pensar que… en fin, que tu interés en este asunto, en este trágico asunto, es de índole personal?

 

Nad asintió con la cabeza.

 

—No te preguntaré nada más —aseguró el se?or Frost, y se puso en pie—. Ven conmigo —le dijo—. Tú no, Scarlett, todavía no. Quiero que él la lea primero. Luego, si lo cree oportuno, te la ense?aré a ti también. ?De acuerdo?

 

—De acuerdo —respondió Scarlett.

 

—No tardaremos —le dijo el se?or Frost—. Vamos, jovencito.

 

Nad se levantó y miró a Scarlett con aire preocupado.

 

—Tranquilo le —dijo Scarlett sonriendo—. Yo te espero aquí.

 

La chica siguió las sombras de los dos con la mirada mientras salían de la habitación y subían por la escalera.

 

Se preguntó qué sería lo que Nad estaba a punto de descubrir, pero le parecía bien que él fuera el primero en saberlo. Al fin y al cabo se trataba de su historia. Así era como debía ser.

 

El se?or Frost subió delante de Nad.

 

El chico iba mirando alrededor, pero todo lo que veía seguía sin resultarle familiar.

 

—Vamos al último piso, arriba del todo —indicó el se?or Frost, y siguieron subiendo—. Yo no… bueno, si no quieres, no tienes por qué responder, pero… hum… Tú eres el ni?o que desapareció, ?verdad?

 

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