El libro del cementerio

—Y no me interesan especialmente; es que quiero ayudar a un amigo mío.

 

El se?or Frost comió su último trozo de bacalao, y dijo:

 

—Podrías mirar en la biblioteca, supongo. En la hemeroteca se guardan ejemplares antiguos de los periódicos locales. Y, por cierto, ?a santo de qué te ha dado a ti por investigar ese asunto?

 

—Pues —Scarlett quería mentir lo menos posible— por un chico que conozco; está interesado en conocer los detalles.

 

—En ese caso, lo mejor es que vaya a la biblioteca. Un asesinato… Brrr. Se me pone la carne de gallina.

 

—A mí también. Si no es mucha molestia, ?le importaría acercarme a la biblioteca esta tarde?

 

El se?or Frost mordió un trozo grande de patata, lo masticó y se quedó mirando el trozo que tenía en la mano con cierta desilusión.

 

—Se quedan frías enseguida, ?verdad? Cuando empiezas a comerlas, te abrasas la lengua y, al momento, ya se han quedado heladas.

 

—Perdone se disculpó Scarlett, a veces parece que creo que es usted mi chófer particular…

 

—No, no, en absoluto. Sólo estaba tratando de organizarme, y pensando si a tu madre le gustarán los bombones. ?A ti qué te parece: llevo una botella de vino, o mejor unos bombones? No termino de decidirme. ?Y si llevo las dos cosas?

 

—Al salir de la biblioteca, puedo volver a casa por mi cuenta —dijo Scarlett—. A mi madre le encantan los bombones. Y a mí también.

 

—Decidido entonces, llevaré bombones —aseguró el se?or Frost, aliviado. Habían llegado a la mitad de la hilera de casas adosadas que jalonaban la carretera de la colina, donde estaba aparcado el Mini verde, frente a la casa del se?or Frost—. Sube. Te llevaré a la biblioteca.

 

La biblioteca era un edificio cuadrado de piedra y ladrillo de principios del siglo anterior. Scarlett entró y se acercó al mostrador.

 

—?Qué deseas? —inquirió la mujer que lo atendía.

 

—Necesito consultar unos periódicos antiguos —dijo Scarlett.

 

—?Para un trabajo escolar?

 

—Sí, algo sobre la historia de la ciudad —respondió Scarlett, contenta de no haber tenido que inventar una mentira.

 

—Los archivos del periódico local están en microfichas explicó la mujer.

 

Era una mujer grandota y llevaba aros de plata en las orejas. El corazón de Scarlett le latía con fuerza dentro del pecho; estaba segura de que su actitud resultaba sospechosa, pero la mujer la condujo hasta una sala llena de cajas que parecían monitores de ordenador, y le ense?ó cómo funcionaban.

 

—Algún día los mandaremos digitalizar —dijo la mujer—. A ver, dime qué época es la que te interesa.

 

—Hace unos trece o catorce a?os contestó Scarlett. No puedo precisar más. Pero reconoceré lo que busco en cuanto lo vea.

 

La mujer le entregó una cajita que contenía el equivalente a cinco a?os del periódico en microfilm, y le dijo:

 

—Tú misma.

 

Scarlett imaginaba que el asesinato de una familia al completo habría merecido figurar en la primera página, pero lo que encontró fue una noticia breve en la página cinco. Tuvo lugar trece a?os antes, en el mes de octubre. El artículo era una mera enumeración de los datos más significativos:

 

?Se han encontrado los cadáveres del arquitecto Ronald Dorian, de 36 a?os, su mujer Carlotta, una editora de 34 a?os de edad, y la hija de ambos, Misty, de 7 a?os, en el número 33 de Dunstan Road. La policía sospecha que han sido asesinados. El portavoz de la policía afirma que todavía es pronto para determinar cómo y por qué sucedió todo, pero hay varias líneas de investigación abiertas?.

 

El periodista no precisaba cómo habían muerto ni mencionaba la desaparición de ningún bebé. Y Scarlett no encontró ninguna noticia relacionada con la investigación en ediciones posteriores; por lo visto, la policía no volvió a hacer declaraciones sobre el particular.

 

Pero era la noticia que buscaba; estaba segura. Además, el hecho tuvo lugar en el número 33 de Dunstan Road, y Scarlett conocía esa casa. Es más, había estado en ella.

 

Al pasar por el mostrador, devolvió la cajita a la bibliotecaria, le dio las gracias y regresó a su casa bajo el sol abrile?o.

 

Su madre estaba cocinando, sin demasiado acierto a juzgar por el olor a quemado que inundaba el apartamento.

 

Scarlett se fue a su habitación, abrió las ventanas de par en par, y se sentó en la cama para hablar por teléfono.

 

—?Oiga? ?Se?or Frost?

 

—Hola, Scarlett. ?Sigue en pie lo de esta noche? ?Qué tal está tu madre?

 

—?Oh, sí, no se preocupe! Está todo bajo control —le dijo Scarlett, que era exactamente lo que le había contestado su madre cuando se lo preguntó—. Hum… Se?or Frost, ?cuánto tiempo lleva usted viviendo en esa casa?

 

—?Qué cuánto tiempo llevo…? Pues, a ver, unos cuatro meses, aproximadamente.

 

—?Y cómo la encontró?

 

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