El libro del cementerio

Nehemiah Trot sonrió lánguidamente y respondió:

 

—Estoy a tu entera disposición, mi arriscado amigo. ?El consejo es a un poeta lo que la cordialidad es a un rey! ?Qué ungüento, no, ungüento no, qué bálsamo puedo yo ofrecerte para aliviar tu dolor?

 

—Pues, dolor no tengo ninguno, pero es que… Bueno, verá, es que hace tiempo conocí a una chica, y la verdad es que no sé si debería ir a hablar con ella o simplemente olvidarla.

 

Nehemiah Trot se enderezó (aun así seguía siendo más bajo que Nad), y se llevó ambas manos al pecho con emoción.

 

—?Oh! Debes ir en su busca e implorarle. Debes decirle que es tu Terpsícore, tu Eco, tu Clitemnestra. Debes cantar sus virtudes en un poema, dedicarle una oda sublime (no te preocupes, muchacho, yo te ayudaré), y entonces, sólo entonces, conquistarás el corazón de tu gran amor.

 

—En realidad no pretendo conquistar su corazón, ni es mi gran amor. Simplemente, me gusta hablar con ella.

 

—De todos los órganos que componen el ser humano —replicó Nehemiah Trot—, la lengua es el más extraordinario. Pues nos es necesaria tanto para paladear el néctar más delicioso como el más acerbo de los venenos, y con una misma lengua pronunciamos también las palabras más dulces y las más ultrajantes. ?Ve en su busca y hablale sin más demora!

 

—Pero es que no debería.

 

—?Deberías, claro que deberías! Y yo daré fe de tu victoria en un poema, una vez concluida y ganada la batalla.

 

—Pero si me hago visible para hablar con ella, otros podrían verme también…

 

—?Ah, escúchame bien, joven Leandro, joven Héroe, joven Alejandro! Si nada arriesgas, llegarás al fin de tus días y nada habrás ganado.

 

—Interesante planteamiento.

 

Nad se alegraba de haber ido a pedirle consejo al poeta. ?De hecho pensó, ?quién podría ofrecerme mejores consejos que un poeta??. Y eso le recordó que…

 

—Se?or Trot —dijo Nad—, hábleme de la venganza.

 

—La venganza es un plato que se sirve frío —sentenció Nehemiah Trot—. Jamás la lleves a cabo en caliente; espera el momento propicio. Recuerdo a un poetastro de aquellos que malvivían en Grub Street (se llamaba O'Leary y era irlandés, por más se?as), que tuvo el valor y la desfachatez de escribir una rese?a de mi primer poemario, ?Florilegio lírico para caballeros con clase?, afirmando que se trataba de un vulgar compendio de ripios sin interés alguno, y que el papel en el que había sido escrito habría estado mejor empleado en… No, no puedo repetirlo. Digamos sencillamente que terminaba la frase de manera harto vulgar.

 

—Pero ?se vengó usted de él? —quiso saber Nad.

 

—?Oh, claro que me vengué, de él y de todos los de su misma ralea! ?Oh, sí, joven Owens, y fue una venganza terrible! Escribí una epístola que clavé en las puertas de todos los pubs de Londres que solían frecuentar aquellos ganapanes. En ella explicaba que, dada la fragilidad del genio poético, había decidido no volver a publicar un solo verso mientras viviera. Y dejé instrucciones de que, a mi muerte, me enterraran con todos mis poemas inéditos, para que únicamente cuando la posteridad reconociera mi genio y la irreparable pérdida que esto suponía, sólo entonces, fueran rescatados de entre mis gélidas manos y publicados para el deleite de todos. Es algo atroz adelantarse a los tiempos que a uno le ha tocado vivir.

 

—?Y, después de muerto, lo desenterraron y publicaron sus poemas?

 

—Todavía no. Pero aún hay tiempo de sobra. La posteridad es vasta.

 

—Entonces… ?ésa fue toda su venganza?

 

—Nada menos. ?Una venganza sublime, refinada y aplastante!

 

—Sí… Sí, claro —replicó Nad sin mucha convicción.

 

—Mejor. Servirla. Fría —sentenció Nehemiah Trot—, muy hueco.

 

Nad abandonó el selvático paraje y regresó a la parte más civilizada del cementerio. Empezaba a caer latarde, y se dirigió hacia la vieja capilla, no porque esperara que Silas hubiera regresado de su largo viaje, sino porque llevaba toda la vida visitándola al anochecer, y le reconfortaba seguir su rutina de siempre. Además, tenía hambre.

 

Atravesó con sigilo la puerta y bajó a la cripta. Apartó una caja de cartón llena de húmedos y abarquillados registros parroquiales, y sacó un cartón de zumo de naranja, una manzana, una bolsa de colines y una cu?a de queso, y se puso a comer mientras se planteaba si debía ir a buscar a Scarlett y cómo se las arreglaría para encontrarla.

 

Quizá lo más adecuado sería hacerle una Visita Onírica, ya que ella había elegido ese medio para ir a su encuentro…

 

Al terminar, salió de la iglesia y, según se dirigía hacia el banco para sentarse un rato, vio algo que le hizo dudar: el banco ya estaba ocupado por una chica que leía una revista. Nad puso en marcha la Desapación total y se fundió con el entorno, como si fuera una sombra más. Pero la chica alzó la vista, lo miró directamente y preguntó:

 

—?Eres tú, Nad?

 

él tardó unos segundos en decidirse a responder.

 

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