—Estás pensando: ?es esto una iglesia o una capilla funeraria? Y la respuesta, según lo que he averiguado, es que en este lugar hubo una iglesia con su correspondiente cementerio. Estoy hablando del siglo VIII o IX de nuestra era.
Fue reconstruida y ampliada en diversas ocasiones, pero hacia 1820 hubo un incendio, y por aquel entonces resultaba ya demasiado peque?a. Hacía tiempo que la parroquia había sido trasladada a Saint Dunstan, en el centro de la ciudad, así que cuando la reconstruyeron, pasó a ser simplemente una capilla funeraria. Se conservaron muchos elementos de la primera edificación, como las vidrieras del muro del fondo que, al parecer, son las originales…
—La verdad —lo interrumpió Scarlett— es que estaba pensando que mi madre me va a matar. Me equivoqué de autobús, y hace ya mucho rato que debería estar en casa…
—Santo cielo, pobrecita. Mira, yo vivo un poco más abajo. Espérame aquí…
El hombre cogió la carpeta, los carboncillos y el papel enrollado, y echó a correr hacia la puerta del cementerio, con la cabeza agachada para que la lluvia no le empapase la cara. Apenas dos minutos más tarde, Scarlett vio las luces de un coche y oyó el claxon.
Scarlett corrió hacia las puertas y vio un viejo Mini verde detenido delante de ellas. Al volante, reconoció al hombre con el que había estado charlando, que bajó la ventanilla y le dijo:
—Sube. ?Adonde te llevo?
Scarlett se quedó quieta, con el agua chorreándole por la nuca.
—Nunca subo al coche de un extra?o.
—Y haces muy bien. Pero, como se suele decir, favor con favor se paga. Venga, deja tus cosas en el asiento de atrás antes de que se empapen del todo.
El hombre abrió la puerta del copiloto, y Scarlett las puso en el asiento de atrás lo mejor que pudo.
—Tengo una idea —dijo el hombre—. ?Por qué no llamas a tu madre (puedes usar mi móvil) y le das el número de la matrícula? Pero mejor hazlo aquí dentro, porque te estás quedando hecha una sopa.
Scarlett titubeó un momento. En efecto, el cabello le chorreaba, y hacía frío.
El hombre alargó el brazo y le ofreció su móvil. Ella se quedó mirándolo. Entonces se dio cuenta de que le daba más miedo llamar a su madre que meterse en el coche.
—También podría llamar a la policía, ?verdad?
—Claro, desde luego. O puedes volver andando a tu casa. O, incluso, puedes llamar a tu madre y pedirle que venga a buscarte.
La joven se subió al coche y cerró la puerta, pero sin separarse del móvil.
—?Dónde vives?
—No es necesario que se moleste, de verdad. Quiero decir que sería suficiente con que me acercara a la parada del autobús…
—Te llevaré a casa, y no se hable más. ?Dónde vives?
—Acacia Avenue, número 102a. Hay que salir de la carretera principal en una desviación que hay pasado el polideportivo…
—Caramba, pues sí que te has apartado de tu camino. Muy bien, vamos allá.
El hombre soltó el freno de mano, maniobró y se fueron colina abajo.
—?Y hace mucho que vives aquí?
—No, no mucho. Nos trasladamos después de Navidad. Pero ya habíamos vivido aquí antes cuando yo tenía cinco a?os.
—Tu acento es del norte, ?verdad?
—Estuvimos diez a?os viviendo en Escocia. Allí todo el mundo hablaba como yo, pero aquí voy dando el cante con mi acento.
Su intención era que pareciera una broma, pero era cierto, y se percató en cuanto las palabras salieron de su boca. No tenía ninguna gracia; era muy triste.
El hombre la llevó hasta Acacia Avenue, estacionó el coche frente a su casa, e insistió en acompa?arla hasta la puerta. Cuando la madre de Scarlett salió a abrir la puerta, dijo:
—Le ruego me disculpe, se?ora. Me he tomado la libertad de traerle a su hija. La ha educado usted muy bien y sabe que no debe subir nunca al coche de un extra?o, pero, en fin, se puso a llover, ella se equivocó de autobús y acabó en la otra punta de la ciudad. Bueno, es un poco complicado de explicar. Pero seguro que es usted due?a de un corazón generoso y sabrá perdonarla… a ella, y… hum, a mí también, claro.
Scarlett creía que su madre se iba a liar a gritos con los dos, así que se llevó una sorpresa muy agradable cuando le oyó decir que con los tiempos que corren toda precaución es poca, y que si el se?or Hum era uno de sus profesores y, por cierto, ?podía ofrecerle una taza de té? El se?or Hum le explicó que en realidad era el se?or Frost, pero prefería que lo llamara Jay, y la se?ora Perkins sonrió y le pidió que la llamara Noona, y puso agua a hervir.
Mientras tomaban el té, Scarlett le contó su odisea con los autobuses, cómo había llegado hasta el cementerio y encontrado al se?or Frost junto a la vieja iglesia…
A la se?ora Perkins se le cayó la taza de las manos.
Estaban sentados alrededor de la mesa de la cocina, así que la taza no llegó muy lejos y ni siquiera se rompió, aunque se derramó el té. La se?ora Perkins se disculpó y fue a coger una bayeta para limpiarlo.
—?Te refieres al cementerio de la colina, el que está en la parte antigua de la ciudad? ?Te refieres a ése?