El libro del cementerio

Y se marchó cerrando la puerta al salir.

 

El laboratorio era muy antiguo. En él había unas mesas muy largas, de madera oscura, con hornillos, grifos y pilas encastradas; estantes de esa misma madera llenos de tarros con toda clase de cosas dentro. Las cosas que flotaban dentro de los tarros estaban muertas; llevaban muertas muchos a?os. Había, incluso, un esqueleto humano amarilleado por el tiempo en un rincón de la sala; Mo no sabía si era de verdad o no, pero en ese momento le daba escalofríos.

 

Cada vez que hacía un ruido se oía el eco, pues era una sala muy grande. Para que el lugar no pareciera tan siniestro, encendió todas las luces del techo, e incluso la que había encima de la pizarra. La sala se estaba quedando helada, pero la pena era que no podía encender la calefacción. Se acercó a uno de los inmensos radiadores metálicos y lo tocó con la mano: ardía. Y, sin embargo, ella temblaba de frío.

 

El laboratorio estaba vacío, y ese vacío resultaba inquietante. Mo tenía la sensación de que no estaba sola… Alguien la observaba.

 

?Qué bobada, pues claro que alguien me observa pensó. Hay como cien cosas muertas dentro de esos tarros, observándome, por no hablar ya del esqueleto.? Y miró furtivamente hacia los estantes.

 

Entonces fue cuando las cosas muertas de los tarros empezaron a moverse: una serpiente de ojos lechosos y ciegos se retorció dentro de su bote; un bicho marino sin cara y lleno de púas se revolvió en su mar de alcohol, y un gatito, que llevaba varias décadas muerto, le ense?ó los dientes y ara?ó el cristal con las zarpas.

 

Mo cerró los ojos.

 

?Esto no está pasando de verdad se dijo. Es sólo cosa de mi imaginación.?

 

—No tengo miedo —dijo en voz alta.

 

—Eso está bien —dijo alguien desde la puerta, oculto entre las sombras—. No mola nada tener miedo.

 

—Ninguno de los profesores se acuerda de ti —le dijo.

 

—Pero tú si te acuerdas de mí —dijo el ni?o, el responsable de todas sus desgracias.

 

La ni?a cogió un vaso de precipitados y se lo tiró, pero no apuntó bien y el vaso fue a estrellarse contra una pared sin tocar a Nad ni de lejos.

 

—?Cómo está Nick? —le preguntó Nad, como si nada.

 

—Sabes perfectamente cómo está replicó ella. Ya no me dirige la palabra; se queda callado en clase, y al salir, vuelve directamente a su casa y hace los deberes. Seguro que hasta juega con un tren eléctrico.

 

—Estupendo.

 

—?Y tú, qué? Llevas una semana entera faltando a clase. Se te va a caer el pelo, Ned Owens. El otro día vino la policía; preguntaban por ti.

 

—Huy, casi se me olvida… ?Cómo está tu tío Tam?

 

Mo no contestó.

 

—En cierto modo —continuó Nad—, podría decirse que te has salido con la tuya, porque me voy del colegio. Pero en realidad no; no te has salido con la tuya. ?Te han hechizado en alguna ocasión, Maureen Quilling? ?Te has mirado alguna vez al espejo preguntándote si esos ojos que te miran desde el otro lado son de verdad los tuyos? ?O alguna vez has estado sentada en una habitación vacía y, de repente, has tenido la sensación de que no estabas sola?

 

—?Vas a hechizarme? —preguntó Mo con voz trémula.

 

Nad no dijo ni mu y se limitó a mirarla fijamente. Algo cayó al suelo en un rincón del laboratorio: la cartera de la ni?a se había deslizado de la silla, y cuando volvió a mirar a la puerta, comprobó que se había quedado sola de nuevo.

 

El camino de vuelta a casa iba a ser muy largo y muy oscuro.

 

El ni?o y su tutor contemplaban las luces de la ciudad desde lo alto de la colina.

 

—?Te sigue doliendo? —preguntó el ni?o.

 

—Un poco —respondió Silas—. Pero me recupero deprisa. Pronto estaré como nuevo.

 

—?Podría haberte matado? Me refiero al atropello.

 

Silas meneó la cabeza para indicar que no, y explicó:

 

—Existen diversos medios para acabar con alguien como yo, pero el coche no es uno de ellos. Soy muy viejo y aguanto mucho.

 

—Metí la pata, ?verdad? —preguntó Nad—. La idea era ir al colegio sin que nadie se diera cuenta, pasando completamente desapercibido. Y yo voy y me implico en los asuntos internos y, de repente, me encuentro metido en un lío tremendo con policía incluida y toda la pesca. He sido muy egoísta.

 

—No, no has sido egoísta, sino que necesitas relacionarte con tus semejantes; es lo más natural. Aunque ocurre que el mundo de los vivos es más complicado, y a nosotros no nos resulta fácil protegerte si estás en él. Yo quería mantenerte a salvo de todo, pero para los que son como tú sólo existe un lugar seguro, un lugar al que no llegarás hasta que hayas superado todas las aventuras que te quedan por vivir.

 

Nad pasó la mano por la superficie de la lápida de Thomas R. Stout (1817-1851. ?Profundamente a?orado por cuantos lo conocieron.?), y acarició el suave tapiz de musgo, que se le deshacía entre los dedos.

 

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