Como se sentía más cómodo entre las sombras, se metió en un callejón.
—Así que te vas, ?eh? —dijo una voz de ni?a, pero Nad no contestó—. ésa es la diferencia entre los vivos y los muertos, ?no? —continuó la voz. Era Liza Hempstock la que le hablaba, y él lo sabía, aunque no se la veía por ninguna parte—. Los muertos no te decepcionan. Ellos ya vivieron su vida, y lo que hicieron, hecho está; nosotros no cambiamos. Pero los vivos siempre te decepcionan, ?verdad? Conoces a un ni?o lleno de nobleza y valentía, y cuando crece, va y sale huyendo…
—?Eso no es justo! —protestó Nad.
—El Nadie Owens que yo conocí no se habría escapado del cementerio sin siquiera despedirse de la gente que lo aprecia y que siempre cuidó de él. A la se?ora Owen le vas a romper el corazón.
Nad no había caído en ese detalle.
—Me he peleado con Silas —dijo excusándose.
—?Ah, sí?
—él quiere que vuelva al cementerio y deje de ir al colegio; cree que es demasiado peligroso.
—?Por qué? Con tu talento y mi magia, apenas se fijarán en ti.
—Me estaba involucrando demasiado con lo de esos ni?os que se aprovechaban de los peque?os. Yo sólo quería que no lo hicieran más. Pero de ese modo empecé a llamar la atención…
Liza se había vuelto visible, aunque no era más que una forma nebulosa caminando al lado de Nad.
—él está ahí fuera, en alguna parte, y quiere verte muerto —afirmó Liza—. él mató a tu familia. Pero nosotros, los que vivimos en el cementerio, deseamos que sigas vivo. Queremos que sigas sorprendiéndonos, decepcionándonos, impresionándonos y asombrándonos. Vuelve a casa, Nad.
—Creo… Le dije a Silas ciertas cosas. Seguro que esta enfadado conmigo.
—Si está enfadado contigo, será porque se preocupa por ti…
Eso fue todo cuanto Liza le dijo.
Bajo los pies de Nad, las hojas secas del oto?o se volvían resbaladizas y la neblina difuminaba los límites que separaban unas cosas de otras. Nada estaba tan claro y tan bien definido como él lo veía unos minutos antes.
—He hecho una Visita Onírica —explicó el ni?o.
—?Y qué tal?
—Bien. Bueno, me las he arreglado bastante bien.
—Deberías decírselo al se?or Pennyworth. Se alegraría mucho.
—Tienes razón. Debería hacerlo.
Llegó hasta el final del callejón y, en lugar de dar la vuelta, tal como tenía pensado, giró a la izquierda y siguió por la calle principal, para volver a Dunston Road y, por allí, enfilar hacia el cementerio de la colina.
—?Quéee? —se extra?ó Liza Hempstock—. ?Qué estás haciendo?
—Vuelvo a casa, como tú me has sugerido —replicó Nad.
Las luces de las tiendas estaban encendidas, los adoquines relucían y se percibía el olorcillo a fritura que despedía el puesto de comida rápida de la esquina.
—Bien hecho —dijo Liza Hempstock, que volvía a ser tan sólo una voz. Pero, de pronto, esa voz lo alertó—. ?Corre! ?O pon en práctica la Desaparición! ?Algo pasa!
Nad estaba a punto de decirle que no pasaba nada, que no fuera tonta, cuando vio un gran coche con una sirena encendida en el techo que bajaba a toda velocidad por la carretera y se detenía frente a él.
Dos hombres salieron del coche.
—Un momento, joven —dijo uno de ellos—. Policía. ?Puedo saber qué haces en la calle a estas horas?
—No sabía que eso fuera ilegal —respondió Nad.
El hombre de mayor estatura abrió la puerta posterior del coche, y preguntó:
—?Es éste el joven que vio usted, se?orita?
Mo Quilling salió del coche, echó un vistazo a Nad y sonrió.
—Es él —afirmó—. Entró en el jardín trasero de nuestra casa y se puso a romper cosas. Y después se dio a la fuga. Acto seguido, miró directamente a Nad a los ojos y a?adió—: Te vi por la ventana de mi cuarto. Creo que es el que va por ahí rompiendo los cristales de las ventanas.
—?Quién eres? —le preguntó el policía del bigote color canela.
—Nadie —contestó Nad, y exclamó: ??Ay!?, pues el hombre acababa de darle un fuerte tirón de orejas.
—No abuses de mi paciencia —le recomendó el policía.
—Limítate a responder a mis preguntas como un chico bien educado, ?estamos? —Nad guardó silencio.
—Veamos, ?dónde vives, exactamente?
Nad no respondió. Intentaba desaparecerse, pero la Desaparición incluso cuando uno cuenta con la ayuda de una bruja consiste básicamente en desviar de ti la atención de todos, pero, en aquel momento, él era el centro de atención y, por si fuera poco, el policía le sujetaba por los hombros con ambas manos.
—No tiene usted derecho a arrestarme simplemente por no darle mi nombre o mi dirección se defendió.
—No, no lo tengo. Pero puedo llevarte a comisaría y retenerte hasta que nos des el nombre de algún familiar, tutor, o adulto responsable que se haga cargo de ti.
Obligó a Nad a instalarse en el asiento trasero del coche, al lado de Mo Quilling, que sonreía como un gato que acabara de comerse una docena de canarios.