El libro del cementerio

El chico miró a Paul y éste miró hacia otra parte; estaba avergonzado.

 

—Te pegaron o te amenazaron para que robaras ese CD. Luego te dijeron que si no les pagabas todas las semanas, se chivarían. ?Qué hicieron? ?Te grabaron en vídeo mientras lo hacías?

 

Paul asintió.

 

—Pues diles que no —dijo el chico—. No lo hagas.

 

—Me matarán. Y, además, dijeron…

 

—Diles que la policía y la dirección del colegio seguramente se mostrarán mucho más interesados en dos alumnos que obligan a otros más peque?os a entregarles su dinero y a robar para ellos, que en un ni?o que se ha visto obligado a robar un CD en contra de su voluntad. Asegúrales que si vuelven a meterse contigo, los denunciarás a la policía. Y diles también que lo has contado todo en una carta, y si algo llegara a sucederte, como que te pusieran un ojo morado o lo que sea, tus amigos entregarían de inmediato esa carta al director del centro y a la policía.

 

—Pero es que no puedo —se quejó Paul.

 

—Pues entonces tendrás que seguir regalándoles tu dinero hasta que termines el colegio. Y además, nunca dejarás de tenerles miedo.

 

—?Y si voy directamente a la policía y se lo cuento todo?

 

—Esa es otra posibilidad.

 

—No, creo que primero voy a intentarlo a tu manera —Paul sonrió. Fue una sonrisa tímida, pero una sonrisa al fin y al cabo; la primera en tres semanas.

 

Así que Paul Singh fue a hablar con Nick Farthing y le explicó bien clarito cómo y por qué no iba a regalarle más su dinero, y se marchó tan tranquilo, dejando a Nick Farthing con un palmo de narices, incapaz de decir nada y gesticulando con los pu?os de pura rabia. Y al día siguiente, otros cinco ni?os de séptimo aprovecharon el recreo para ir a ver a Nick y exigirle que les devolviera su dinero, todo el que le habían entregado a lo largo del mes, o de lo contrario, se chivarían a la policía, con lo cual, el chaval era ahora el ni?o más desgraciado de todo el colegio.

 

—Ha sido él —afirmó Mo—. él es quien tiene la culpa de todo. De no ser por él… jamás se les habría ocurrído algo así. Tenemos que darle una buena lección. Así se enterarán de quién manda aquí.

 

—?El? ?Quién? —preguntó Nick.

 

—Ese que está siempre leyendo. El de la biblioteca Ned Owens, se llama.

 

—?Cuál de ellos?

 

—Ya te lo se?alaré cuando lo vea.

 

Nad estaba acostumbrado a que todo el mundo lo ignorara y a moverse entre las sombras. Cuando lo natural es que las miradas te atraviesen como si fueras transparente, te das cuenta enseguida de que alguien se fija en ti, o de que alguien te mira con atención. Y si lo normal es que la mayoría de la gente ni siquiera sepa de tu existencia, que de repente te se?alen o te sigan por los pasillos…es algo que te sorprende de inmediato.

 

Continuaron siguiéndolo al salir del colegio y, después, mientras subía por la carretera, al doblar la esquina del kiosco de prensa y por el paso elevado que cruzaba la vía del tren. Se lo tomó con calma, para asegurarse de que los dos que lo iban siguiendo, un chico grandote y una ni?a rubia de rasgos angulosos, no lo perdían de vista, y por fin, entró en el minúsculo cementerio que había al final de la carretera, un cementerio en miniatura situado detrás de la parroquia; los esperó junto a la tumba de Roderick Persson y su esposa, Amabella, y su segunda esposa, Portunia (?Dormidos en la esperanza de un nuevo despertar.?).

 

—Tú eres ese chico —dijo una voz de ni?a—. Ned Owens.

 

—Bien, pues estás metido en un lío y de los gordos, Ned Owens.

 

—Ned no, Nad —la corrigió Nad mirándolos fijamente—. Con ?a?. Y vosotros sois el doctor Jekyll y míster Hyde.

 

—Fuiste tú —lo acusó la ni?a—. Tú les comiste el tarro a los de séptimo.

 

—Así que vamos a darte una lección —a?adió Nick Farthing sonriendo con maldad.

 

—A mí me encantan las lecciones —dijo Nad—. Y si estudiarais las vuestras como es debido, no tendríais que andar chantajeando a los peque?os para quedaros con su dinero.

 

—Estás muerto, Owens —sentenció Nick.

 

—No, yo no estoy muerto, pero ellos sí. —Y Nad se?aló el entorno.

 

—?Quiénes? —preguntó Mo.

 

—Los que están enterrados aquí —respondió Nad—.Veréis, os he traído hasta aquí para daros la oportunidad…

 

—Tú no nos has traído hasta aquí —protestó Nick.

 

—Estáis aquí —dijo Nad—. Yo quería veros aquí. Vine aquí. Vosotros me seguisteis.

 

—?Qué más da! —Mo, inquieta, miró alrededor—. ?Has quedado aquí con tus amigos?

 

—Me parece que no me estáis entendiendo. Tenéis que cambiar de actitud. Dejad de comportaros como si los demás no importaran nada; dejad de hacer da?o a la gente.

 

Mo sonrió con desprecio y le espetó a Nick:

 

—?Maldita sea, pártele la cara de una vez!

 

—Os he dado una oportunidad —les advirtió Nad.

 

Nick lanzó un pu?etazo a Nad con todas sus fuerzas, pero él ya no estaba allí, y el pu?o de Nick fue a estrellarse contra el canto de la lápida.

 

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