El libro del cementerio

—Harás lo que se te diga, ?me oyes? —sentenció Silas, confundido y disgustado en medio de la oscuridad.

 

—?Y si no, qué? —replicó Nad con las mejillas encendidas—. ?Cómo piensas obligarme a permanecer aquí? ?Acaso me matarás? —Y dicho esto, dio media vuelta y echó andar hacia las puertas del cementerio.

 

Silas lo llamó y le pidió que volviera, luego se puso en pie y se quedó solo en plena noche.

 

En el mejor de los casos, su expresión era del todo inescrutable. En aquel momento su rostro parecía un libro escrito en una lengua ignota, cuyo alfabeto resultaba indescifrable. Silas se envolvió en las sombras como si fueran una capa, y continuó mirando en la dirección que había seguido el ni?o, pero no fue tras él.

 

Nick Farthing dormía plácidamente en su cama so?ando con piratas que navegaban por un soleado mar azul, cuando, de repente, todo se fue al traste. Al comienzo del sue?o, Nick era el capitán de su propio barco pirata, un lugar feliz, tripulado por obedientes ni?os de once a?os, excepto las ni?as, que eran todas un a?o o dos mayores que él y estaban especialmente bonitas con su atuendo pirata; pero, en un visto y no visto, se halló solo en cubierta, al mismo tiempo que, surcando las tempestuosas aguas, se le acercaba cada vez más un barco oscuro y gigantesco del tama?o de un petrolero, de andrajosas velas negras y un mascarón de proa en forma de calavera.

 

Y entonces, sin solución de continuidad, tal como suceden las cosas en los sue?os, se encontró de pie en la negra cubierta del otro barco, y frente a alguien más alto que él.

 

—Así que no me tienes miedo, ?eh? —dijo el hombre.

 

Nick alzó la vista. En el sue?o, sí estaba asustado, asustado de ese hombre con cara de muerto vestido de pirata, que apoyaba la mano en la empu?adura de un alfanje.

 

—?Crees que eres un pirata, Nick? —preguntó su captor, y el crío creyó detectar algo en él que le resultaba vagamente familiar.

 

—Eres el chico ése —dijo—: Ned Owens.

 

—Yo —replicó el hombre— soy Nadie. Y tú tienes que cambiar: pasa página, refórmate. Ya sabes a qué me refiero. O las cosas se van a poner muy feas para ti.

 

—?Muy feas?

 

—Sí, mucho —afirmó el rey de los piratas, que ahora tenía el aspecto de su compa?ero de clase. Además, ya no estaban en la cubierta del buque pirata, sino en el colegio, aunque la tormenta no había amainado y el suelo se inclinaba arriba y abajo como si siguieran a bordo de un barco.

 

—Esto no es más que un sue?o —dijo Nick.

 

—Pues claro que es un sue?o —replicó el otro ni?o—. Tendría que ser un monstruo para hacer algo así en la vida real.

 

Sonriendo, Nick le preguntó:

 

—?Y qué da?o puedes hacerme si esto es un sue?o? No te tengo ningún miedo. Todavía tienes mi lápiz marcado en la mano. Y se?aló el punto negro en la mano de su interlocutor.

 

—Confiaba en no tener que recurrir a esto —se disculpó el otro ni?o, e inclinando la cabeza hacia un lado, como si estuviera escuchando algo, dijo—: Parecen hambrientos.

 

—?Quiénes? ?Qué son? —preguntó Nick.

 

—Esas cosas que viven en los sótanos, o en la sentina.

 

—Eso depende de si estamos en una escuela o a bordo de un barco, ?no? —Nick era consciente de que estaba empezando a sentir verdadero pánico. No serán… ara?as… ?verdad? Podrían ser.

 

—Tú mismo lo descubrirás enseguida, no te preocupes.

 

—No —suplicó Nick—. Por favor, no.

 

—En realidad, eso depende de ti. Sólo tienes que elegir: o cambias de actitud, o bajas a los sótanos.

 

El ruido se oía más fuerte ahora, algo así como de tumulto y revuelo. Nick Farthing no tenía la menor idea de qué se trataba, pero estaba total y absolutamente convencido de que, sin duda, sería lo más pavoroso y terrible que iba a ver en toda su vida…

 

Y se despertó gritando.

 

Nad oyó el alarido, un grito de terror, y sintió la satisfacción del trabajo bien hecho.

 

De pie en la acera, delante de la casa de Nick Farthing, notaba la humedad en el rostro a causa de la espesa niebla nocturna, y se sentía entusiasmado pero exhausto, puesto que todavía no controlaba demasiado la técnica de la Visita Onírica. En todo momento había sido consciente de que en aquel sue?o únicamente participaban Nick y él, y que Nick se había asustado tan sólo de un ruido.

 

Pero Nad estaba satisfecho. El otro chico se lo pensaría dos veces antes de volver a atormentar a los peque?os.

 

?Y ahora, qué? Se metió las manos en los bolsillos y echó a andar, sin saber muy bien hacia dónde. Abandonaría el colegio, pensó, igual que había abandonado el cementerio; se iría a algún lugar donde nadie lo conociera y se pasaría el día metido en una biblioteca, leyendo libros y escuchando respirar a la gente. Se preguntó si aún quedarían islas desiertas en el mundo, como aquella en la que había naufragado Robinson Crusoe. Podría irse a vivir a una de ellas… Caminaba cabizbajo. Si hubiera alzado la vista, habría visto un par de ojos azules que lo vigilaban con atención desde la ventana de un dormitorio.

 

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