El libro del cementerio

—?Dónde se ha metido? —inquirió Mo.

 

Nick soltaba sapos y culebras por la boca mientras sacudía la mano para calmar el dolor. Mo, desconcertada, recorrió el sombrío cementerio con la mirada.

 

—Estaba aquí mismo. Tú lo has visto, ?no?

 

Nick no tenía demasiadas luces, y tampoco estaba de humor para ponerse a pensar.

 

—A lo mejor ha salido corriendo —dijo.

 

—No, no ha salido corriendo. Sencillamente, se ha evaporado.

 

Mo sí que era lista, y era ella quien tomaba las decisiones. Pero en aquel momento, en que ya anochecía, se le puso la carne de gallina.

 

—Esto no me gusta nada de nada —masculló la ni?a, y con la voz estrangulada por el miedo, a?adió—. Tenemos que largarnos de aquí.

 

—Ni hablar, quiero encontrar a ese chico —dijo Nick—, y no voy a parar hasta reventarle las entra?as.

 

Mo sentía cierta angustia en la boca del estómago, pues le daba la impresión de que las sombras oscilaban en torno a ellos.

 

—Nick, tengo miedo.

 

El miedo es muy contagioso. Y a veces basta con que alguien diga que tiene miedo para que éste se vuelva real. Mo estaba aterrorizada y Nick, también. El chico no dijo nada. Simplemente, echó a correr, y Mo salió disparada tras él. Las farolas se iban encendiendo a medida que corrían con desesperación para regresar al mundo real, mientras la noche se cernía sobre ellos, transformando las sombras en áreas de oscuridad total en las que cualquier cosa podía suceder.

 

Siguieron corriendo sin parar hasta llegar a casa de Nick, entraron y encendieron todas las luces; Mo llamó a su madre por teléfono y, entre sollozos, le pidió que fuera a recogerla en coche porque esa noche no quería volver andando a casa, aunque en realidad vivía muy cerca de allí.

 

Nad se había quedado contemplándolos muy satisfecho mientras corrían.

 

—Eso ha estado muy bien, cielo —dijo una voz a sus espaldas; era una mujer alta y vestida de blanco—. Para empezar, una bonita Desaparición. Y después, el Miedo.

 

—Gracias —dijo Nad—. Aún no había probado el Miedo con un vivo. Quiero decir que me sabía muy bien la teoría, pero… Bueno, en fin…

 

—Pues lo has bordado —afirmó ella, divertida—. Soy Amabella Persson.

 

—Nad. Nadie Owens.

 

—?Ah! ?El ni?o vivo del cementerio grande de la colina? ?En serio? ?Hum!

 

Nad no imaginaba que alguien que no residiera en su mismo cementerio supiera quién era. Amabella golpeó la lápida con los nudillos.

 

—?Roddy? ?Portunia? ?Mirad a quién tenemos aquí!

 

Ahora había tres fantasmas, y Amabella les presentó a Nad, que les estrechó la mano diciendo: ?Es un placer. Encantado?. Pues a esas alturas dominaba las distintas fórmulas de cortesía que habían estado en uso en los últimos novecientos a?os.

 

—Aquí donde lo veis, el joven Owens estaba asustando a unos ni?os que, sin duda alguna, se lo merecían —explicó Amabella.

 

—Formidable representación —dijo Roderick Persson.

 

—Unos truhanes, reos de conducta reprensible, ?eh?

 

—Matones de colegio —especificó Nad—. Se dedican a aterrorizar a los peque?os para que les entreguen el dinero de la merienda y cosas por el estilo.

 

—El Miedo es un buen comienzo —opinó Portunia Persson, que era una mujer robusta y bastante mayor que Amabella—. ?Y qué piensas hacer si no da resultado?

 

—Pues la verdad es que no lo he pensado —comentó Nad, pero Amabella lo interrumpió.

 

—Yo te sugeriría que probaras con la Visita Onírica; creo que resultaría muy eficaz en este caso. Sabes cómo realizarla, ?no?

 

—No estoy muy seguro —respondió Nad—. El se?or Pennyworth me ense?ó cómo se hacía, pero en realidad… Bueno, de ciertas cosas sólo conozco la teoría, y…

 

—La Visita Onírica está muy bien, pero ?qué tal una buena Visitación? Es el único lenguaje que entiende esa clase de gente —aseguró Portunia.

 

—?Oh, una Visitación! —exclamó Amabella—. Portunia, querida, de ningún modo pienso…

 

—No, claro que no. Por fortuna, una de las dos sí piensa.

 

—Tengo que marcharme ya —se apresuró a decir Nad—. Estarán preocupados por mi tardanza.

 

?Naturalmente?, dijeron los Persson, y ?Ha sido un placer conocerte?, y ?Que tengas muy buenas noches, joven?. Amabella Persson y Portunia Persson se fulminaron mutuamente con la mirada.

 

—Discúlpame si me tomo la libertad de hacerte una última pregunta: ?Qué tal está tu tutor? —inquirió Roderick Persson.

 

—?Silas? Muy bien, gracias.

 

—Dale recuerdos de nuestra parte. Me temo que en un cementerio tan modesto como es éste… En fin, nunca llegaremos a conocer en persona a un miembro de la Guardia de Honor. Empero, es reconfortante saber que están ahí.

 

—Buenas noches —se despidió Nad, que no sabía de qué demonios le estaba hablando el buen se?or, pero mentalmente tomó nota para averiguarlo más adelante—. Se los daré de su parte.

 

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