El libro del cementerio

—Ha sido un accidente… ?Tú lo has visto! Se echó encima….

 

—Lo que yo he visto —dijo Nad, furioso es que usted se prestó a hacerle un favor a su sobrinita, y ha asustado a un compa?ero de colegio con el que ella ha tenido problemas. De modo que me arrestó sin más por estar en la calle de noche, y cuando mi padre ha intentado detenerlos para averiguar qué estaba pasando, usted lo ha atropellado deliberadamente.

 

—?Ha sido un accidente! —repetía Simón.

 

—?O sea que tú y Mo habéis tenido problemas en el colegio? —preguntó el tío de la ni?a sin demasiada convicción.

 

—Vamos a la misma clase, en el colegio que está en el casco viejo —respondió Nad—. Y usted ha matado a mi padre.

 

A lo lejos se oía un ruido de sirenas.

 

—Simón —dijo el poli alto—, tenemos que hablar de este asunto.

 

Ambos se fueron hacia el otro lado del coche, y dejaron a Nad solo, entre las sombras, junto al cuerpo de Silas. El ni?o oyó discutir acaloradamente a los dos policías.

 

??Por culpa de tu maldita sobrina!?, decía Simón y, clavando el dedo en el pecho de su compa?ero, a?adió: ??Si hubieras estado atento a la carretera…!?.

 

Entonces Nad susurró:

 

—Venga, vamos a aprovechar ahora que los polis están distraídos.

 

Y se desapareció.

 

Una profunda oscuridad se arremolinó en torno a ellos, y el cuerpo que estaba tendido en la carretera se puso en pie.

 

—Te voy a llevar a casa —dijo Silas—. Cuélgate de mi cuello.

 

Nad se agarró con firmeza a su tutor, y juntos se zambulleron en la negra noche, rumbo al viejo cementerio.

 

—Lo siento —se excusó Nad.

 

—Yo también lo siento —replicó Silas.

 

—?Te ha dolido mucho? Me refiero a cuando te has dejado atropellar.

 

—Sí, bastante. Y deberías darle las gracias a tu amiga, la ni?a bruja. Fue ella quien vino a decirme que estabas en peligro y me lo explicó todo.

 

Aterrizaron en el cementerio. Nad contempló su hogar como si lo viera por primera vez.

 

—Lo que ha pasado esta noche ha sido una estupidez, ?verdad? Quiero decir que he corrido un riesgo innecesario.

 

—No te imaginas hasta qué punto, Nadie Owens.

 

—Tenías razón. No voy a volver, ni a ese colegio, ni de ese modo.

 

Maureen Quilling estaba viviendo la peor semana de toda su vida: Nick Farthing ya no le hablaba; su tío Tam le había echado la bronca por el asunto Owens y advertido de que no se le ocurriera contarle a nadie lo que había pasado aquella noche, porque a lo mejor le costaba el empleo, y si eso llegaba a suceder, ya podía echarse a temblar; sus padres estaban furiosos con ella; sentía que el mundo entero se había puesto en su contra y, para colmo, los de séptimo ya no le tenían ningún miedo. ?Qué asco de vida! Deseaba por encima de todo que Owens, a quien ella culpaba de todos sus males, pagara por lo que le había hecho. Y cuando pensaba que debía de haberlo pasado mal al arrestarlo… urdía complicados y perversos planes de venganza. Eso era lo único capaz de hacerle sentir un poco mejor, pero tampoco era un consuelo.

 

Si había una tarea que Mo detestaba con toda su alma, era la de limpiar el laboratorio de ciencias: guardar los mecheros Bunsen y volver a colocar en su sitio los tubos de ensayo, las placas de Petri y los filtros sin usar que habían quedado por en medio.

 

En realidad se encargaban de aquella tarea por turnos, y a Mo le correspondía hacerlo una vez cada dos meses, pero ya era mala suerte que le hubiera ido a tocar precisamente ese día, en la peor semana de toda su vida, y que, para más inri, tuviera que hacerlo ella sólita.

 

Al menos, la se?ora Hawkings, que daba clase de ciencias, estaba allí también, ordenando sus papeles y sus cosas para el día siguiente. Agradecía que alguien le hiciera compa?ía.

 

—Estás haciendo un buen trabajo, Maureen —dijo la se?ora Hawkins.

 

Una serpiente blanca, que estaba dentro de un tarro con formol, las miraba fijamente con sus ojos sin vida.

 

—Gracias —respondió Mo.

 

—Pero ?no lo hacéis siempre de dos en dos? —preguntó la profesora.

 

—Sí, hoy nos tocaba a Owens y a mí. Pero lleva días y días sin venir al colegio.

 

—?Y quién es Owens? —le preguntó, un tanto ausente y extra?ada—. Ni siquiera lo tengo en la lista.

 

—Sí, Ned Owens: pelo pardusco y bastante largo; no habla mucho. Fue quien acertó los nombres de todos los huesos del cuerpo humano en el concurso, ?se acuerda?

 

—Pues la verdad es que no.

 

—?Tiene que acordarse! ?Nadie se acuerda de él! ?Ni siquiera el se?or Kirby!

 

La se?ora Hawkins terminó de guardar los papeles en su cartera, y dijo:

 

—En fin, es muy amable por tu parte que te encargues de todo tú sola. No te olvides de pasarles una bayeta a las mesas de trabajo antes de irte.

 

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