—Yo vivo cerca de allí intervino el se?or Frost. Me gusta sacar calcos de las lápidas. ?Y sabíais que en realidad es una reserva natural?
—Sí, lo sé respondió secamente la se?ora Perkins. Le agradezco mucho que haya traído a Scarlett a casa, se?or Frost. Pero no quisiera entretenerlo más.
Cada palabra era como un cubito de hielo.
—Caramba, qué carácter —replicó Frost, desenfadado—. No pretendía herir sus sentimientos. ?He dicho algo que la haya molestado? Los calcos son para un trabajo sobre la historia de la ciudad, no vaya usted a creer que me dedico a desenterrar huesos o algo por el estilo.
Por una décima de segundo, Scarlett creyó que su madre iba a pegarle un pu?etazo al se?or Frost, que parecía bastante preocupado. Pero la se?ora Perkins se limitó a negar con la cabeza y dijo escuetamente:
—Perdóneme, son cosas de familia. Usted no tiene la culpa de nada. Y haciendo un esfuerzo por parecer jovial, a?adió—: Verá, lo cierto es que Scarlett solía jugar en ese cementerio cuando era peque?a, hace… ?diez a?os ya, caray! Por aquella época tenía un amigo imaginario, un ni?o llamado Nadie.
El se?or Frost esbozó una sonrisa involuntaria.
—Ah, vaya, ?un fantasmita?
—No, no lo creo. Scarlett decía que vivía allí, en el cementerio. Incluso llegó a se?alarnos la tumba en la que vivía. En ese sentido, supongo que sí debía de ser un fantasma. ?Te acuerdas, cari?o?
Scarlett meneó la cabeza para indicar que no, y afirmó:
—Debí de ser una ni?a bastante rarita.
—No creo que fueras… hum —terció el se?or Frost—. Está criando a una jovencita realmente encantadora, muy mona. Bueno, el té estaba delicioso. Siempre es una alegría hacer nuevos amigos, pero ha llegado el momento de que cada mochuelo se vaya a su olivo. Voy a ver si me preparo algo para cenar, porque luego tengo una reunión en la Sociedad Histórica local.
—?Se prepara la cena usted mismo? —le preguntó la se?ora Perkins.
—Sí, así es. Bueno, en realidad, me limito a descongelarla. También soy un artista del ?hervir y listo?. Comida para uno. Vivo solo, ?sabe? Soy un viejo solterón cascarrabias. Aunque, ahora que lo pienso, ?no suele eso interpretarse como un eufemismo para decir ?gay?? Pero no soy gay, simplemente no he encontrado a la mujer adecuada.
Y, por un momento, su rostro adoptó una expresión melancólica.
La se?ora Perkins, que detestaba cocinar, dijo que los fines de semana siempre guisaba como si tuviera que dar de comer a un ejército y, mientras acompa?aba al se?or Frost hasta la puerta, Scarlett oyó cómo él aceptaba la invitación de su madre para cenar con ellas el sábado por la noche.
Cuando la se?ora Perkins volvió a la cocina, no le dijo a Scarlett más que: ?Espero que hayas hecho tus deberes?.
Tumbada en la cama, mientras escuchaba el ruido del tráfico a lo lejos, Scarlett pensaba en todo lo que había sucedido aquella tarde. De peque?a, ella había estado allí, en aquel cementerio; por eso todo le resultaba tan familiar.
Se abandonó a sus fantasías y a sus recuerdos y, en algún momento, se quedó dormida; en sus sue?os seguía paseando por los senderos que había entre las tumbas. Era de noche, pero lo veía todo con la misma claridad que si fuera de día: se hallaba en la ladera de una colina en compa?ía de un ni?o de su misma edad, pero él estaba de espaldas, contemplando las luces de la ciudad.
—Hola, ?qué estás haciendo? —le preguntó.
El ni?o se dio la vuelta, aunque parecía tener problemas para verla.
—?Quién ha dicho eso? —Y, tras unos instantes, a?adió—: ?Ah, ya te veo! Bueno, más o menos. ?Me estás haciendo una Visita Onírica?
—Creo que estoy so?ando, sí —respondió Scarlett.
—No me refería a eso exactamente —replicó el ni?o—. Bueno, hola. Me llamo Nad.
—Y yo, Scarlett.
él volvió a mirarla como si la viera por primera vez.
—?Claro, Scarlett! Ya decía yo que me sonaba tu cara. Has estado esta tarde en el cementerio, con ese hombre, el de los calcos.
—El se?or Frost, sí; es un tipo encantador. Me llevó a casa en su coche —hizo una pausa, y preguntó—: ?Nos has visto?
—Sí, bueno… Suelo estar al tanto de todo lo que ocurre por aquí.
—?Y qué clase de nombre es Nad?
—Es el diminutivo de Nadie.
—?Pues claro! Ahora lo entiendo todo. Tú eres mi amigo imaginario, el que me inventé cuando era peque?a, pero has crecido.
Nad asintió. Era más alto que ella; iba vestido de gris (aunque Scarlett no habría sabido describir su ropa), y llevaba el cabello demasiado largo; ella pensó que debía de haber pasado mucho tiempo desde su último corte de pelo.
—Te portaste como una valiente. Bajamos hasta el centro de la colina, vimos al Hombre índigo y nos encontramos con el Sanguinario.