El libro del cementerio

—Aquí, mamá. No hace falta que des esas voces —Scarlett se puso al teléfono—. Hola, se?or Frost.

 

—Hola. El hombre parecía excitado. El… Hum… Mira, el asunto del que estuvimos hablando el otro día, aquel suceso que tuvo lugar en mi casa… Puedes decirle a tu amigo que he descubierto… hum, pero antes dime una cosa: cuando hablabas de ?un amigo?, ?estabas hablando en realidad de ti, o de verdad existe ese amigo? No me malinterpretes, no querría inmiscuirme en tu vida personal, simplemente, siento curiosidad.

 

—No, no, es verdad que tengo un amigo que tiene interés en saber lo que ocurrió —respondió Scarlett, divertida.

 

Su madre la miró desconcertada.

 

—Pues dile a tu amigo que he estado haciendo algunas averiguaciones, y creo haber descubierto algo. Parece que he tropezado con cierta información que ha permanecido en secreto todos estos a?os. Pero creo que deberíamos manejarla con mucho cuidado… Yo… hum… He averiguado algunas cosas más.

 

—?Como, por ejemplo?

 

—Verás… no vayas a creer que me he vuelto loco. El caso es que, bueno, por lo que he podido averiguar, efectivamente fueron tres las víctimas. Pero había también otra persona (un bebé, según creo) que logró salvarse. Era una familia compuesta por cuatro personas, en vez de tres. Y hay más, pero no me parece prudente hablar de ello por teléfono. Dile a tu amigo que venga a verme, y le pondré al corriente de todo.

 

—Se lo diré —dijo Scarlett, y colgó el teléfono—. Su corazón latía a cien por hora.

 

Nad bajó los estrechos escalones de piedra por primera vez en seis a?os. El eco multiplicaba el ruido de sus pasos en la caverna situada en el corazón de la colina.

 

Finalmente, llegó al nivel inferior y esperó a que el Sanguinario se manifestara. Esperó y esperó, pero no sucedió nada; no hubo susurros, ni movimiento alguno.

 

Echó un vistazo alrededor; la oscuridad no suponía ningún impedimento para él, pues veía en la oscuridad igual que los muertos. Se acercó a la losa que hacía las veces de altar, donde aún podían verse el cáliz, el broche y el pu?al de piedra.

 

Nad acarició la hoja del pu?al. Estaba más afilada de lo que esperaba, y le rasgó levemente la piel del dedo.

 

—ése es el tesoro del sanguinario —susurró la triple voz, pero sonaba más débil e insegura que a?os atrás.

 

—Tú eres el más viejo del lugar le —dijo Nad—. He venido a hablar contigo, porque necesito que me aconsejes sobre una cosa.

 

Silencio.

 

—Nadie viene a pedir consejos al sanguinario. El sanguinario custodia. El sanguinario espera.

 

—Sí, ya lo sé. Pero Silas no está, y no sé a quién más puedo recurrir.

 

Nadie respondió. únicamente un silencio con ecos de polvo y soledad.

 

—No sé qué hacer —admitió Nad—. Creo que puedo averiguar quién mató a mi familia, quién es esa persona que ahora quiere matarme a mí. Pero para lograrlo, tendría que abandonar el cementerio.

 

El Sanguinario no dijo nada. Pero sus tentáculos de humo iban envolviendo lentamente la caverna.

 

—No me asusta morir —continuó Nad—. Es sólo que, toda la gente a la que quiero se ha esforzado tanto y durante tanto tiempo en mantenerme a salvo, en darme una educación, en protegerme…

 

De nuevo el silencio.

 

—Es algo que tengo que hacer yo solo —dijo—. Sí. Pues, eso es todo. Siento haberte molestado.

 

Entonces una voz sinuosa e insinuante le susurró en la mente:

 

—El sanguinario fue colocado aquí para custodiar el tesoro hasta que el amo regrese. ?Eres tú el amo?

 

—No —respondió Nad.

 

Y entonces, con un gemido esperanzado, le preguntó:

 

—?Querrías ser nuestro amo?

 

—Pues la verdad es que no.

 

—Sí fueras nuestro amo, podríamos rodearte con nuestros tentáculos de humo para siempre; si fueras nuestro amo, podríamos protegerte y mantenerte a salvo hasta el final de los tiempos y no tendrías que hacer frente a los peligros del mundo.

 

—No soy vuestro amo. No.

 

Nad notó que el Sanguinario se le retorcía en el interior de la mente.

 

—En tal caso, ve y encuentra tu nombre.

 

Acto seguido, la mente del chico se vació, y la caverna también quedó vacía de nuevo. Nad estaba solo una vez más.

 

Volvió a subir la escalera, con cuidado, pero muy deprisa. Había tomado una decisión y tenía que actuar rápido, antes de que se arrepintiera.

 

Scarlett lo estaba esperando en el banco que había frente a la vieja capilla.

 

—?Y bien? —le pregunto.

 

—Iré a verlo. ?Vamos! —contestó Nad.

 

Y, juntos, avanzaron por el sendero en dirección a las puertas del cementerio.

 

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