—Vale.
Nad se aplastó contra los barrotes. Las puertas formaban parte del cementerio, pero confiaba en que la ciudadanía honorífica que le concedieron en su día pudiera extenderse, aunque sólo fuera por esa vez, a otra persona.
Y entonces, como si estuviera hecho de humo, Nad atravesó los barrotes.
—Ahora ya puedes abrir los ojos —dijo.
Scarlett los abrió.
—?Cómo has hecho eso?
—Estoy en mi casa —le explicó—, y aquí puedo hacer cosas como ésta.
En ese momento oyeron un ruido de pisadas que se acercaban por la acera, y vieron a dos hombres que sacudían la otra puerta, intentando abrirla.
—?Hola, hola, hola! —exclamó Jack Ketch torciendo el bigote y sonriendo a Scarlett a través de los barrotes, como si estuviera en posesión de un secreto. Llevaba una cuerda de seda negra enrollada en el antebrazo izquierdo y, con la enguantada mano derecha, tiraba de ella. La desenrolló y la estiró con las dos manos, como si quisiera probar su resistencia. Ven aquí, jovencita. No pasa nada. Nadie te va a hacer da?o.
—Sólo queremos que respondas a unas preguntas —dijo el rubio, el se?or Nimble—. Hemos venido por un asunto oficial.
(Mentía descaradamente. El gremio de los Jack no tenía carácter oficial, ni mucho menos, aunque había habido algunos Jack al frente de muchos gobiernos, fuerzas policiales y demás instancias oficiales.)
—?Corre! —le dijo Nad a Scarlett, tirándole de la mano, y ella lo obedeció.
—?Has visto eso? —preguntó Jack Ketch.
—?El qué?
—Había alguien con ella. Un chico.
—?Te refieres al chico? —preguntó el Jack que se hacía llamar Nimble.
—?Y cómo quieres que lo sepa?
—A ver, aúpame.
El vikingo juntó las manos a modo de estribo y Jack Ketch apoyó el pie, se encaramó a la puerta y saltó, aterrizando a cuatro patas, como si fuera una rana.
—Mira a ver si encuentras otro modo de entrar. Yo voy tras ellos —le dijo a Nimble mientras se dirigía por el sendero hacia el interior del cementerio.
—?Qué hacemos? —preguntó Scarlett.
Nad caminaba ahora a toda prisa por el cementerio, pero sin correr, de momento.
—?Qué quieres decir?
—Creo que quería matarme. ?Has visto cómo jugaba con esa cuerda negra?
—Pues claro que quería matarte. Y ese tal Jack (tu se?or Frost) iba a matarme a mí. Tiene un pu?al.
—No es mi se?or Frost. Bueno, supongo que sí lo es, en cierto modo. Lo siento. Pero ?adonde vamos?
—Pues en primer lugar, a buscarte un sitio seguro donde pueda dejarte a salvo. Después yo me ocuparé de ellos.
Los habitantes del cementerio empezaban a despertar y a congregarse en torno a Nad, alarmados.
—?Qué está ocurriendo, Nad? —cuestionó Cayo Pompeyo.
—Mala gente —respondió Nad—. ?Os importaría echarles un ojo y mantenerme informado de dónde están en todo momento? Y tenemos que esconder a Scarlett, ?se os ocurre alguna idea?
—?Qué te parece en la cripta de la iglesia? —sugirió Thackeray Porringer.
—Será el primer lugar donde buscarán.
—?Con quién hablas? —preguntó Scarlett mirando fijamente a su amigo, como si creyera que se había vuelto loco de repente.
—?Y en el interior de la colina? —insinuó Cayo Pompeyo.
Nad reflexionó un momento y replicó:
—Sí. Buena idea. Scarlett, ?te acuerdas de la gruta en la que encontramos al Hombre índigo?
—Más o menos; estaba muy oscura. Pero recuerdo que no había nada de qué asustarse.
—Te llevaré allí.
Echaron a correr por el sendero. Scarlett se dio cuenta de que Nad iba hablando con gente por el camino, pero ella sólo oía lo que decía él. Era como escuchar a alguien que hablara por teléfono. Eso le recordó que…
—Mi madre estará histérica —dijo—. Ya puedo darme por muerta.
—No, no estás muerta; todavía no. Y en lo que de mí dependa, seguirás viva muchos a?os —le aseguró Nad y, a continuación, dirigiéndose a otro ente, dijo—: Son dos. ?Van juntos? Entendido.
Llegaron al mausoleo de Frobisher.
—La entrada está detrás del ataúd de la izquierda, abajo del todo —le indicó Nad—. Si alguien intenta acercarse y no soy yo, baja inmediatamente hasta el fondo… ?Tienes algo con lo que puedas alumbrarte para no tropezar?
—Sí. Mi llavero tiene un LED que puedo usar como linterna.
—Estupendo.
Nad abrió la puerta del mausoleo y le recomendó:
—Y ten cuidado, no vayas a tropezar ni nada de eso.
—?Adonde vas?
—Esta es mi casa, y voy a protegerla.
Scarlett apretó con fuerza su llavero-linterna, y se puso a gatas para pasar por el agujero. El espacio era muy estrecho, pero logró pasar y volvió a colocar el ataúd en su sitio. El LED le iluminaba el camino lo justo para no tropezar con los escalones. Sin dejar de tocar la pared con una mano, bajó tres pelda?os y luego se sentó a esperar, confiando en que Nad supiera lo que estaba haciendo.