Yo no tenía una voluntad tan fuerte. Lo sabía, lo aceptaba y evitaba el problema rehuyendo las líneas luminosas siempre que podía. Esperaba que adoptar a un pez como familiar no significase el inicio de un nuevo camino, sino solo un bache en mi trayectoria actual. Miré a Bob y juré que no era más que eso. Todas las brujas tenían familiares y no había nada en el hechizo que perjudicase a nadie.
Respiré hondo lentamente y cerré los ojos para prepararme para la consiguiente desorientación al conectarme con la línea luminosa. Paulatinamente enfoqué mi segunda visión. El olor a ámbar quemado me hizo cosquillas en la nariz. Un viento invisible movió mi pelo, aunque la ventana de la cocina estaba cerrada. Siempre hacía viento en siempre jamás. Me imaginé que las paredes que me rodeaban se volvían transparentes y así lo hicieron en mi mente. Mi segunda visión se amplió y la sensación de estar en el exterior se hizo más fuerte hasta que el escenario mental, más allá de las paredes de la iglesia, se hizo tan real como la encimera, ahora invisible bajo mis dedos. Con los ojos cerrados para bloquear mi visión mundana, miré alrededor de la ya inexistente cocina con la imaginación. Nick no aparecía por ninguna parte y el recuerdo de los muros de la iglesia se había desvanecido para convertirse en finas líneas de tiza plateada. A través de ellas, veía el paisaje que me rodeaba.
Parecía un parque con una bruma rojiza reflejándose en el fondo de nubes, donde debería estar Cincinnati, ocultándose tras unos raquíticos árboles. Era sabido que los demonios tenían su propia ciudad construida sobre las mismas líneas luminosas que Cincinnati. Los árboles y plantas despedían un brillo rojizo similar y, a pesar de que no soplaba ningún viento entre los tilos fuera de la cocina, las ramas de los raquíticos árboles de siempre jamás oscilaban en el viento que me levantaba el pelo. Había gente a la que le encantaban las discrepancias entre la realidad y siempre jamás, pero a mí me parecían inquietantemente incómodas. Algún día subiría a la Torre Carew y miraría con mi segunda visión hacia la ciudad de los demonios, brillante y rota. Se me encogió el estómago. Sí, seguro que lo haría.
Mi vista se sintió atraída hacia el cementerio por las descarnadas tumbas, blancas y casi brillantes, que junto con la luna eran las únicas cosas que parecían no emitir ese brillo rojizo y seguían inalteradas en ambos mundos. Reprimí un escalofrío. La línea luminosa formaba un chorro rojo de aspecto sólido que apuntaba directamente hacia el norte, a la altura de mi cabeza y por encima de las tumbas. Era peque?a, de apenas dieciocho metros, más o menos, pero tan poco usada que parecía más fuerte que la enorme línea sobre la que se asentaba la universidad.
Era consciente de que Nick probablemente también estuviese mirando con su propia segunda visión y alargué mi voluntad para tocar el lazo de poder. Me tambaleé y me esforcé por mantener los ojos cerrados mientras me agarraba con fuerza a la encimera. El pulso me dio un vuelco y se me aceleró la respiración.
—Estupendo —mascullé, pensando que la fuerza que me atravesaba parecía más fuerte que la última vez.
Me quedé de pie sin hacer nada mientras el influjo continuaba e intenté equiparar nuestras fuerzas. Me hormigueaban las yemas de los dedos y me dolían los dedos gordos de los pies al refluir la fuerza por mis extremidades teóricas, que se reflejaban en las reales. Finalmente empezó a equilibrarse y un rastro de energía me abandonó para reunirse de nuevo con la línea. Fue como si yo formase parte de un circuito y el paso de la línea hubiese dejado un residuo brillante que me hacía sentirme viscosa.
La unión con la línea luminosa resultaba embriagadora, ya no podía mantener por más tiempo los párpados cerrados y se me abrieron de golpe. La atestada cocina reemplazó los trazos plateados. Mareada y desorientada, intenté reconciliar mi imaginación con la visión mundana, usando ambas simultáneamente. Aunque no podía ver a Nick con mi segunda visión, podía proyectar sombras sobre él con mi visión normal. A veces no había diferencias, pero apostaba a que Nick no sería de ese tipo de personas. Nuestras miradas se cruzaron y noté cómo se me desencajaba la cara. Su aura estaba bordeada de negro. Eso no era necesariamente malo, pero apuntaba hacia una incómoda dirección. Su delgada envergadura parecía demacrada y mientras que normalmente su semblante de ratón de biblioteca le daba antes un aire de erudito, ahora tenía un trasfondo peligroso. Pero lo que más me chocó fue la sombra circular negra en su sien izquierda. Era donde el demonio del que me salvó le había dejado su marca, un recordatorio de la deuda que algún día Nick tendría que saldar. Inmediatamente me miré mi mu?eca. Mi piel solo presentaba la habitual cicatriz que sobresalía con forma de círculo con una línea que lo cruzaba. Eso no significaba que eso fuese lo que Nick veía. Levanté el brazo y le pregunté.
—?Está de color negro?
él asintió solemnemente. Su apariencia habitual empezaba a superponerse a su amenazadora imagen en mi imaginación al vacilar mi segunda visión a la fuerza de mi misión mundana.