—?Joder! —exclamó.
Miré la foto que estaba debajo de la que ahora tenía en la mano y noté que se me quedaba la cara blanca. Era del mismo día ya que en el fondo estaba el mismo autobús; pero aquí, en lugar de estar rodeado de ni?as preadolescentes, mi padre estaba junto a un hombre clavado a un Trent Kalamack envejecido. Me quedé sin respiración. Ambos hombres sonreían y entornaban los ojos por el sol. Se pasaban los brazos sobre los hombros el uno al otro en un gesto de compa?erismo y estaban obviamente contentos. Intercambié una mirada asustada con Jenks.
—?Mamá? —logré decir finalmente—. ?Quién es este?
Ella se acercó e hizo un peque?o sonido de sorpresa.
—Oh, había olvidado que tenía esa foto. Era el due?o del campamento. Tu padre y él eran muy buenos amigos. Cuando murió, a tu padre se le partió el corazón. Y además fue algo muy trágico, no habían pasado ni seis a?os desde que había muerto su mujer. Creo que eso influyó en que tu padre perdiese las ganas de seguir luchando. Murieron con solo una semana de diferencia, ?sabes?
—No, no lo sabía —susurré mirando fijamente la foto. No era Trent, pero el parecido era espeluznante. Tenía que ser su padre. ?Mi padre conocía al padre de Trent? Me llevé una mano al estómago al ocurrírseme una cosa. Había acudido a un campamento con una rara enfermedad en la sangre y cada a?o volvía sintiéndome mejor. Trent trajinaba con la investigación genética. Puede que su padre hiciese lo mismo. Mi recuperación se había considerado un milagro. Quizá se debía a la manipulación genética ilegal e inmoral.
—Que Dios me ayude —susurré. Tres campamentos de verano. Meses de no poder levantarme casi hasta el anochecer. El inexplicable dolor en mi cadera. Las pesadillas de un asfixiante vapor que ocasionalmente aún me despertaban. ?Cuánto?, me pregunté. ?Qué le había exigido el padre de Trent al mío en pago por la vida de su hija? ?La había intercambiado por su propia vida?
—?Rachel? —dijo Nick—. ?Estás bien?
—No. —Me concentré en mi respiración mientras miraba la foto—. ?Puedo quedarme con esta también, mamá? —le pregunté y oí mi voz como si no fuese la mía.
—Oh, yo no la quiero —dijo y la saqué del álbum con los dedos temblorosos—. Por eso estaba debajo. Ya sabes que no puedo tirar nada de tu padre.
—Gracias —susurré.
15.
Dejé caer una de mis peludas zapatillas rosa y despreocupadamente me rasqué la pantorrilla con el dedo gordo. Eran más de las doce de la noche, pero la cocina estaba iluminada por las barras fluorescentes que se reflejaban en mis calderos de cobre para hechizos y en los utensilios colgados. De pie junto a la isla central de acero inoxidable, machacaba en el mortero el geranio salvaje para hacer una pasta. Jenks me lo había encontrado en un solar abandonado. Lo había cambiado por uno de sus preciados champi?ones. El clan pixie que vivía en el solar había salido ganando con el trato, pero creo que a Jenks le daban pena.
Nick nos había preparado unos sándwiches hace una media hora y habíamos guardado la lasa?a en la nevera, aún caliente. Mi sándwich de mortadela no me había sabido a nada. No creo que fuese solo culpa de Nick, quien no le había puesto Ketchup como le pedí porque dijo que no lo encontraba en la nevera. Estúpida manía humana. Me parecería incluso simpática si no me fastidiase tanto.
Ivy seguía sin aparecer y no pensaba comerme la lasa?a sola delante de Nick. Quería hablar con ella, pero tendría que esperar hasta que estuviese lista. Es la persona más reservada que conozco. Ni siquiera se reconocía a sí misma sus sentimientos hasta encontrar una razón lógica para justificarlos.
Bob, el pez, nadaba junto a mí dentro de mi segundo caldero más grande para hechizos. Iba a usarlo como mi espíritu familiar. Necesitaba un animal y los peces eran animales, ?no? Además, Jenks saldría disparado si se me ocurriese siquiera mencionar traerme un gatito e Ivy le había dado sus búhos a su hermana cuando uno casi murió despedazado tras cazar a la hija peque?a de Jenks. Jezebel estaba bien, el búho quizá volviera a volar algún día.
Me sentía deprimida y continué machacando las hojas para convertirlas en una pulpa. La magia terrenal era más poderosa cuando se hacía entre la puesta del sol y la medianoche, pero hoy me costaba concentrarme y ya era más de la una. Mis pensamientos seguían dándole vueltas a esa foto en el campamento de ?Pide un deseo?. Se me escapó un fuerte suspiro.
Nick me miró desde el otro lado de la isla, sentado en un taburete mientras se acababa el último sándwich de mortadela.
—Déjalo ya, Rachel —dijo sonriendo para suavizar sus palabras. Obviamente sabía qué estaba pensando—. No creo que te hayan manipulado, y aunque lo hubiesen hecho, ?cómo iba nadie a poder demostrarlo?