El bueno, el feo yla bruja

—Nos conocimos en las peleas de ratas, mamá —dije—. Yo aposté por un visón y él por una rata.

 

—?Peleas de ratas? —dijo poniendo cara de asco—. Qué cosa más desagradable. ?Quién ganó?

 

—Se escaparon —dijo Nick poniéndome ojitos—. Siempre nos imaginamos que se fugaron juntos y se enamoraron locamente y que ahora viven en las alcantarillas de la ciudad.

 

Reprimí la risa, pero mi madre dejó escapar la suya libremente. Me alegró su sonido. No la había oído reír a gusto desde hacía mucho tiempo.

 

—Sí —dijo mientras dejaba a un lado las manoplas del horno—, eso me gusta. Visones y ratas. Igual que Monty y yo sin más ni?os.

 

Parpadeé preguntándome cómo había saltado de las ratas y los visones a ella y a papá y qué tenía eso que ver con no tener más ni?os. Nick se inclinó más cerca y susurró:

 

—Los visones y las ratas tampoco pueden procrear.

 

Abrí la boca para emitir un silencioso ?oh? y pensé que quizá Nick con su anticuada forma de ver el mundo podría entender mejor a mi madre que yo.

 

—Nick, querido —dijo mi madre dándole a la salsa una vuelta rápida en sentido de las agujas del reloj—, no hay ninguna enfermedad celular en tu familia, ?verdad?

 

Oh, no, pensé aterrorizada cuando Nick respondió sin alterar su voz.

 

—No, se?ora Morgan.

 

—Llámame Alice —dijo—. Me caes bien. Cásate con Rachel y tened muchos ni?os.

 

—?Mamá! —exclamé. Nick sonrió disfrutando mi enfado.

 

—Pero no inmediatamente —continuó diciendo mi madre—. Disfrutad de vuestra libertad juntos durante un tiempo. No querréis tener ni?os hasta que no estéis listos. Practicáis sexo seguro, ?no?

 

—?Madre! —grité—. ?Cállate! —Que Dios me de fuerzas para aguantar la velada.

 

Ella se volvió con una mano apoyada en la cadera y con la cuchara goteante en la otra.

 

—Rachel, si no querías que hablase del tema tendrías que haber ocultado con un hechizo ese chupetón.

 

Me quedé mirándola boquiabierta. Mortificada me levanté y la arrastré hacia el pasillo.

 

—Discúlpanos —dije viendo cómo sonreía Nick.

 

—?Mamá! —le susurré en la seguridad del pasillo—. Tendrías que estar con medicación, ?lo sabías?

 

Dejó caer la cabeza.

 

—Parece un buen chico. No quiero que lo espantes como hiciste con todos tus novios anteriores. Yo quería tanto a tu padre… Solo quiero que seas igual de feliz.

 

Inmediatamente mi enfado se quedó en nada al verla allí de pie, sola y triste. Levanté los hombros con un suspiro. Debería venir a verla más a menudo, pensé.

 

—Mamá —dije—, es humano.

 

—Oh —dijo en voz baja—, supongo que no existe sexo más seguro que ese, ?no?

 

Me sentí mal al ver que el peso de una simple información la abatía tanto y me pregunté si eso la haría cambiar su opinión sobre Nick. Nunca podríamos tener hijos. Los cromosomas no se alineaban correctamente. Este descubrimiento había acabado con la antigua controversia entre los inframundanos al demostrar que los brujos, al contrario que los vampiros y los hombres lobo, eran una especie distinta de los humanos, tanto como los pixies y los troles. Los vampiros y los hombres lobo, ya hubiesen nacido así o los hubiesen transformado con un mordisco, eran humanos modificados. A pesar de que los brujos imitaban a los humanos casi a la perfección, éramos tan diferentes como un plátano y una mosca de la fruta a nivel celular. Con Nick yo sería infértil.

 

Se lo había contado a Nick la primera vez que nuestros arrumacos derivaron en algo más intenso. Tenía miedo de que se diese cuenta si algo no iba bien. Casi me enfermaba pensar que pudiese reaccionar con asco a lo de las especies diferentes. Y luego casi grité de alegría cuando su única pregunta fue: ?Pero todo tiene el mismo aspecto y funciona igual, ?no??. En ese momento sinceramente no lo sabía. Resolvimos esa cuestión juntos. Me ruboricé recordando esas cosas delante de mi madre. Le dediqué una débil sonrisa. Ella me la devolvió y se irguió.

 

—Bueno —dijo—, entonces iré a abrir un bote de salsa Alfredo.

 

Entonces me relajé y le di un abrazo. Sus brazos ejercieron una presión diferente y le respondí igualmente. La echaba de menos.

 

—Gracias, mamá —susurré.

 

Ella me dio unas palmaditas en la espalda y nos separamos. Sin mirarme a los ojos se volvió hacia la cocina.

 

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