El bueno, el feo yla bruja

—Nick —le rogué a?orando enormemente mi bolso—, ?me prestas algo de dinero? Tengo que parar en una tienda de amuletos.

 

Si había algo más embarazoso que comprar un hechizo de complexión era tener que hacerlo con un chupetón en el cuello. Especialmente cuando la mayoría de los due?os de las tiendas de hechizos me conocían. Así que opté por la autonomía y le pedí a Nick que parase en una gasolinera. Por supuesto la estantería de hechizos junto a la caja estaba vacía, así que acabé por cubrirme el cuello con maquillaje tradicional. ?Cobertura perfecta? Ni por asomo. Nick dijo que estaba bien, pero Jenks se rió tanto que se le pusieron las alas rojas. Se sentó en el hombro de Nick y parloteó sobre los atributos de las chicas pixie que había conocido antes que a Matalina, su esposa. El pixie de mente calenturienta no paró hasta las afueras de Cincinnati, donde vivía mi madre, mientras yo intentaba retocarme el maquillaje en el espejo de la visera.

 

—A la izquierda por esa calle —dije limpiándome los dedos frotándolos unos contra otros—. Es la tercera casa a la derecha.

 

Nick no dijo nada y paró junto al bordillo frente a mi casa. La luz del porche estaba encendida y juro que vi moverse una cortina. Hacía varias semanas que no venía y el árbol que había plantado junto con las cenizas de mi padre estaba cambiando ya de color. El frondoso arce casi daba sombra a todo el garaje tras los doce a?os que llevaba allí.

 

Jenks ya había salido zumbando por la puerta abierta de Nick y este se disponía a salir cuando lo sujeté por el brazo.

 

—?Nick? —lo llamé. él se detuvo ante el tono de preocupación en mi voz y se volvió a recostar en la gastada tapicería de plástico mientras yo retiraba la mano y me miraba fijamente las rodillas—. Mmm, quiero disculparme en nombre de mi madre antes de presentártela —le solté.

 

él sonrió, adoptando una expresión amable en su rostro alargado. Se inclinó sobre el asiento delantero y me dio un rápido beso.

 

—Las madres son todas terribles, ?no? —salió y esperé impacientemente a que diese la vuelta y tirase de la puerta para abrírmela.

 

—?Nick? —dije y él me cogió de la mano y juntos avanzamos por el caminito de entrada—, lo digo en serio. Está un poco tocada. La muerte de mi padre la trastornó de verdad. No es ninguna psicópata ni nada de eso, pero no piensa lo que dice. Por su boca sale lo primero que se le ocurre.

 

—?Por eso no me la habías presentado todavía? —dijo relajando su expresión angustiada—. Creía que era por mí.

 

—?Por ti? —exclamé haciendo una mueca para mí misma—. Oh, ?el tema de que tú seas humano y yo bruja? —dije en voz baja—. No.

 

En realidad, me había olvidado de eso. Repentinamente me sentí nerviosa y comprobé cómo tenía el pelo y me llevé la mano al ausente bolso. Tenía los pies fríos y las chanclas hacían un ruido desagradable sobre los escalones de cemento. Jenks planeaba junto a la luz del porche y parecía una polilla gigante. Toqué el timbre y me quedé de pie junto a Nick. Por favor, que sea uno de sus días buenos.

 

—Me alegro de que no fuese por mí —dijo Nick.

 

—Sí —dijo Jenks aterrizando en su hombro—. Tu madre debería conocerlo, teniendo en cuenta que se está zumbando a su hija y todo eso.

 

—?Jenks! —exclamé y luego me puse seria al ver que se abría la puerta.

 

—?Rachel! —gritó mi madre, abalanzándose sobre mí para darme un abrazo. Cerré los ojos y le devolví el abrazo. Era más bajita que yo y quedaba raro. El olor a laca para el pelo se me pegó a la garganta por encima del débil tufillo a secuoya. Me sentía mal por no haberle dicho toda la verdad cuando dejé la SI y sobre la amenaza de muerte a la que había sobrevivido. No quería preocuparla.

 

—Hola, mamá —dije dando un paso atrás—. Este es Nick Sparagmos y ?te acuerdas de Jenks?

 

—Claro que sí. Me alegro de verte de nuevo, Jenks. —Entró de nuevo en casa, llevándose la mano brevemente a su pelo liso y rojo desvaído y luego a su vestido de punto por debajo de la rodilla Se me relajó el nudo de preocupación. Tenía buen aspecto, mejor que la última vez. El brillo pícaro había vuelto a sus ojos y se movía con rapidez cuando nos invitó a pasar dentro.

 

—Pasad, pasad —dijo poniendo su peque?a mano sobre el hombro de Nick—, antes de que los bichos os sigan.

 

La luz del vestíbulo estaba encendida, pero servía de poco para iluminar el oscuro pasillo verde. El estrecho espacio estaba abarrotado de cuadros y sentí claustrofobia cuando volvió a darme otro intenso abrazo, sonriendo de oreja a oreja al soltarme.

 

—Estoy tan contenta de que hayas venido —dijo y luego se volvió hacia Nick—. Así que tú eres Nick —dijo echándole una ojeada y mordiéndose el labio inferior. Movió la cabeza con brusquedad al ver sus zapatos de vestir gastados y luego frunció los labios pensativamente al ver mis chanclas.

 

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