Me apoyé contra la pared, que estaba pintada de un marrón asqueroso y que no pegaba con nada. En el apartamento de Nick nada combinaba con el resto, asi que de algún modo encajaba, aunque de forma retorcida. No es que a Nick no le importase la continuidad, sino que él veía las cosas de forma diferente. Una vez que lo pillé con un calcetín negro y otro azul me miró parpadeando y me contestó que eran del mismo grosor.
Sus libros, por ejemplo, no estaban ordenados alfabéticamente; los tomos más antiguos ni siquiera tenían título ni autor; sino que seguían una clasificación que yo aún no había descubierto. Los libros tapizaban toda una pared del salón, provocando la espeluznante sensación de que me vigilaban siempre que entraba allí. Había intentado convencerme para que se los guardase en mi armario cuando su madre los dejó tirados en su puerta una ma?ana. Yo le di un sonoro beso y le dije que no. Me daban repelús.
Nick entró en la cocina y cogió sus llaves. El tintineo metálico me atrajo hacia la puerta. Eché un vistazo a lo que llevaba puesto antes de seguirlo hacia el recibidor. Vaqueros, camiseta de algodón remetida por dentro y las chanclas que usaba cuando íbamos a nadar a la piscina comunitaria. Lo había dejado todo aquí el mes pasado y me lo había encontrado limpio y colgado en el armario de Nick.
—No tengo mi bolso —mascullé cuando cerró la puerta de un fuerte tirón.
—?Quieres que pasemos por la iglesia de camino?
Su oferta no sonaba genuina y vacilé. Tendríamos que cruzar medio Hollows para llegar allí y ya se había puesto el sol. Las calles se estaban llenando de gente y tardaríamos una eternidad. No tenía gran cosa en mi bolso en cuanto a dinero y no iba a necesitar mis amuletos… solo iba a casa de mi madre; pero la idea de Ivy tirada en el suelo era insoportable.
—?No te importa?
Nick respiró hondo y su alargada cara se retorció con una expresión forzada pero asintió. Sabía que no quería ir y por la preocupación casi me salto el escalón de salida del edificio hacia el aparcamiento. Hacía frío. No había ni una nube en el cielo, pero las estrellas se perdían tras la luz de la ciudad. Las corrientes de aire se colaban por mis chanclas y cuando me rodeé con los brazos, Nick me dio su chaqueta. Me encogí dentro y se me fue pasando el enfado con él por no querer ir a comprobar si Ivy estaba bien gracias al calor y su olor impregnado en el grueso tejido.
Oí un leve zumbido proveniente de una farola. Mi padre la habría llamado ?luz para ladrones? por proporcionar la iluminación justa para que un ladrón viese lo que estaba haciendo. El sonido de nuestros pasos resonaba con fuerza y Nick alargó el brazo para abrirme la puerta.
—Te abro —dijo galantemente y yo sonreí con suficiencia al verlo pelearse con la manecilla, gru?endo hasta que con un tirón finalmente cedió.
Nick llevaba trabajando en su nuevo empleo tan solo tres meses, pero de algún modo había logrado comprar una maltrecha furgoneta Ford azul. Me gustaba. Era grande y fea, por eso la había conseguido tan barata. Me dijo que era lo único que tenían en el concesionario que no le obligaba a encoger las rodillas hasta la barbilla. La capa transparente de pintura se estaba descascarillando y la puerta del maletero se estaba oxidando, pero era un medio de transporte. Me impulsé hacia dentro y apoyé los pies en la ofensiva alfombrilla del due?o anterior mientras Nick cerraba de un portazo. La furgoneta se sacudió, pero era la única forma de garantizar que la puerta no se abriese de golpe al cruzar las vías del tren. Mientras esperaba a que Nick diese la vuelta por detrás, una sombra oscilante sobre el capó llamó mi atención. Me incliné hacia delante entornando los ojos. Algo casi choca contra el parabrisas y di un respingo.
—?Jenks! —exclamé al reconocerlo. El cristal que nos separaba no pudo ocultar su agitación. Sus alas parecían un borrón de telara?a titilando bajo la farola mientras me miraba con el ce?o fruncido y las manos en las caderas. En la cabeza llevaba un sombrero flexible rojo de ala ancha y aspecto triste bajo la incierta luz. Mis pensamientos de culpabilidad volvieron a Ivy y bajé la ventanilla. Tuve que empujarla cuando se quedó atascada a medio camino, Jenks entró volando y se quitó el sombrero.
—?Cuándo demonios piensas comprarte un teléfono con manos libres? —me espetó—. ?Yo formo parte de esta empresa tanto como tú y no puedo usar el teléfono!
?Venía de la iglesia? No sabía que podía desplazarse tan rápido.
—?Qué le has hecho a Ivy? —continuó diciendo mientras que Nick entraba en silencio y cerraba su puerta—. Me he pasado la tarde intentando tranquilizar a Glenda la Buena después de que le gritases a su padre y cuando llego a casa veo a Ivy histérica en el suelo del ba?o.
—?Está bien? —le pregunté y luego miré a Nick—. Llévame a casa.
Nick arrancó la furgoneta y dio un respingo hacia atrás cuando Jenks aterrizó en la palanca de cambio.
—Está bien…, todo lo bien que puede estar ella —dijo Jenks pasando de la rabia a la preocupación—. No vuelvas todavía.
—Quítate de ahí —dijo Nick sacudiendo la mano debajo de Jenks.