No dijo nada. Con la mano que tenía libre me provocaba una deliciosa sensación al describir un camino por la parte baja de mi espalda, tanteando. Me eché hacia atrás y sus manos siguieron la curva de mi cintura bajo la sudadera con creciente presión. Me alegraba de que fuese casi de noche, una noche tranquila y cálida. Su mirada estaba cargada de ansiosa anticipación. Acercándome de nuevo a él, mi pelo le rozó la cara.
—Cierra los ojos —le susurré. Todo su cuerpo se estremeció e hizo lo que le pedía. Sus caricias se volvieron más insistentes cuando apoyé la frente en el hueco entre su cuello y su hombro. Con los ojos cerrados me lancé a por los botones de su camisa, disfrutando de la creciente expectación que ambos experimentábamos. Me costó soltar el último y tiré de la camisa para sacarla de los vaqueros. Apartó las manos de mí y se retorció para sacarse la camisa del pantalón. Incliné la cabeza y suavemente le mordí el lóbulo de la oreja.
—Ni se te ocurra ayudarme —murmuré con su lóbulo aún entre los dientes. Me estremecí cuando volví a notar sus manos cálidas en mi espalda. Todos los botones estaban desabrochados y acaricié con los labios los imperceptibles cortes del borde de su oreja.
Con un movimiento rápido levantó una mano y tiró de mi cara hacia la suya. Sus labios estaban anhelantes. Un suave gemido me incitó a responder. ?Había sido él o yo? No lo sé, daba igual. Tenía una mano hundida en mi pelo, sujetándome contra él, mientras sus labios y su lengua curioseaban. Sus movimientos se iban haciendo más agresivos y lo empujé hacia la silla. Me gustaban sus caricias enérgicas. Chocó contra el respaldo con un golpe seco, arrastrándome con él.
Su barba de tres días raspaba y sin despegar sus labios de los míos, me abrazó, acercándome más a él. Con un gru?ido por el esfuerzo, se puso en pie conmigo en brazos. Lo rodeé con las piernas mientras me conducía hacia la cama. Noté frío en los labios cuando se apartó y me depositó en la cama con suavidad y retiró los brazos al arrodillarse sobre mí. Levanté la vista para mirarlo. Aún llevaba la camisa puesta, pero estaba abierta y dejaba ver sus marcados músculos, que desaparecían bajo la cintura del pantalón. Me coloqué un brazo maliciosamente por encima de la cabeza y con la otra mano tracé una línea descendiendo por su pecho hasta tirar de sus vaqueros. Bragueta de botones, pensé impaciente. Que Dios me ayude, odio las braguetas de botones. Su oscura sonrisa titubeó un instante y casi se estremeció cuando me detuve y pasé las manos atrás, trazando la curva de su espalda basta donde pude alcanzar. Desde luego no era lo suficientemente lejos y tiré de él hacia mí. Dejándose caer hacia delante, Nick apoyó el antebrazo en la cama. Se me escapó un suspiro cuando puse las manos donde quería.
Con una cálida mezcla de suave presión y piel áspera, Nick introdujo su mano bajo mi camiseta. Acaricié con la mano sus hombros, sintiendo sus músculos tensarse y relajarse. Se escabulló un poco más abajo y solté un grito ahogado de sorpresa cuando acarició con la nariz mi diafragma, buscando con los dientes el cuello de mi sudadera. Anticipándose, mi respiración se aceleró y empecé a jadear suavemente mientras él me levantaba la camiseta, empujando con ambas manos hacia arriba en la cintura. Precipitadamente, empujada por una repentina necesidad, dejé de manipular torpemente los botones de su pantalón para ayudarle a quitarme la camiseta. Al sacármela me ara?ó la nariz y se llevó consigo el amuleto. Solté el aire que había estado conteniendo con un suspiro de alivio. Los dientes de Nick se insinuaban, provocadores, al tirar de mi sujetador deportivo. Me estremecí y arqueé la espalda, animándolo.
Nick enterró su cara en la base de mi cuello. La cicatriz del demonio, que me recorría desde la clavícula hasta la oreja, me produjo una palpitación afilada como un cuchillo y me paralicé con una sensación de miedo y cautela. Nunca antes había notado algo así estando con Nick. No sabía si disfrutarlo o soportar el terror de saber el origen de la cicatriz.
Al percibir mi repentino miedo, Nick fue más despacio y me empujó suavemente una vez y después otra hasta que se detuvo. Con lenta tranquilidad rozó la cicatriz con los labios. No podía moverme mientras las prometedoras oleadas me recorrían el cuerpo, asentándose insistentemente en la parte baja. El corazón me latía con fuerza al comparar la sensación con el éxtasis inducido por las feromonas de vampiro de Ivy y descubrir que eran idénticas. Era demasiado bueno para rechazarlo de plano. Nick vaciló y noté su respiración áspera en mi oído. Lentamente la sensación decaía.
—?Paro? —susurró con voz ronca por las ansias.
Cerré los ojos y alargué las manos para intentar desabrochar casi frenéticamente los botones del pantalón.