El bueno, el feo yla bruja

—?Rachel? —susurró—. Creo que casi me matas.

 

Mi respiración se iba ralentizando y no dije nada. Pensaba que hoy podría perdonar mi carrera de cinco kilómetros. Los latidos también se hacían más pausados, produciéndome una relajante lasitud. Me acerqué su mu?eca para ver de cerca la cicatriz antigua, que resaltaba blanca sobre la piel enrojecida y rugosa. Sentí vergüenza al ver que le había hecho un chupetón. Sin embargo no me sentía culpable. Probablemente él sabía mejor que yo lo que iba a pasar y sin duda mi cuello estaría en un estado similar. ?Me importaba? Ahora mismo no. Quizá después, cuando mi madre lo viese.

 

Le di un beso en su piel sensible y le bajé el brazo.

 

—?Por qué la sensación ha sido como si uno de nosotros fuese un vampiro? —le pregunté—. Mi cicatriz del demonio nunca había estado tan sensible, ?y la tuya…? —dejé la pregunta en el aire. Le había mordisqueado buena parte del cuerpo en los últimos dos meses sin haber provocado nunca semejante respuesta en él. Aunque no es que me estuviese quejando.

 

Con aspecto agotado, Nick se deslizó, apartándose de mí y cayó con un bufido sobre la cama.

 

—Ha debido ser porque Ivy te ha despertado —dijo con los ojos cerrados y la cara hacia el techo—. Ma?ana estaré dolorido.

 

Agarré la manta de croché y tiré de ella para taparme al sentir frío sin el calor de su cuerpo. Me volví de lado y me acerqué a él.

 

—?Seguro que quieres que me vaya de la iglesia? Creo que empiezo a comprender por qué los tríos son tan populares entre los círculos vampíricos.

 

Nick abrió los ojos con un gru?ido.

 

—Tú quieres matarme, ?verdad?

 

Con una risita me levanté envuelta en la colcha. Me toqué el cuello con los dedos y me noté la piel dolorida pero intacta. No quiero decir que estuviera mal aprovecharse de la sensibilidad que Ivy había puesto en marcha, pero la vehemente necesidad que provocaba me preocupaba. Era casi demasiado exquisitamente intenso como para controlarlo… no me extra?aba que a Ivy le resultase tan difícil. Concentrada en mis pensamientos lentos y especulativos, rebusqué en el último cajón del aparador de Nick buscando una de sus camisas viejas y me dirigí a la ducha.

 

 

 

 

 

14.

 

 

—Hola —oí decir suave y educadamente a la voz de Nick grabada en el contestador—, este es el contestador de Morgan, Tamwood y Jenks, de Encantamientos Vampíricos, cazarrecompensas independientes. En este momento no podemos atenderle. Por favor, deje un mensaje e indíquenos si prefiere que le devolvamos la llamada durante el día o la noche.

 

Apreté con más fuerza el teléfono negro de Nick y esperé a oír el pitido. Había sido idea mía que Nick grabase nuestro mensaje en el contestador. Me gustaba su voz y me parecía que resultaba muy pijo y profesional que creyesen que teníamos a un hombre de recepcionista. Aunque claro, esa impresión desaparecía en cuanto veían la iglesia.

 

—?Ivy? —dije e inmediatamente hice una mueca al oír el tono de culpabilidad en mi voz—, coge el teléfono si estás ahí.

 

Nick pasó junto a mí desde la cocina y deslizó su mano por mi cintura de camino hacia el salón. El teléfono seguía en silencio y me apresuré a dejar un mensaje antes de que el contestador me colgase.

 

—Oye, estoy en casa de Nick. Mmm… sobre lo de antes, lo siento. Ha sido culpa mía. —Miré a Nick, que estaba haciendo el ?paripé de limpieza de los solteros?, barriendo aquí y allí, escondiendo las cosas bajo el sofá y detrás de los cojines—. Nick dice que siente mucho haberte golpeado.

 

—No lo siento —dijo y tuve que tapar el auricular imaginándome que con su oído de vampiro podría oírlo.

 

—Eh, mmm —continué—, voy a casa de mi madre a recoger unas cosas, pero volveré sobre las diez. Si llegas a casa antes que yo, ?por qué no sacas la lasa?a para cenar? ?Te parece que comamos sobre medianoche? Así ceno temprano para poder hacer los deberes luego —titubeé queriendo decir algo más—. Bueno, espero que oigas esto. Adiós —concluí sin mucha convicción. Colgué el teléfono y me volví hacia Nick.

 

—?Y si todavía está sin sentido?

 

Arrugó los ojos.

 

—No le pegué tan fuerte.

 

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