El bueno, el feo yla bruja

—No digo que sea nada malo —rectificó parpadeando hacia mí mientras llenaba el filtro de cucharadas de café. No podía mirar a Nick, que se aclaraba la garganta, divirtiéndose. Apoyé los codos en la mesa y dejé caer la cabeza entre las manos.

 

—Pero ya me conoces —a?adió mi madre dándonos la espalda mientras guardaba el café. Me temí lo peor esperando que saliera por su boca cualquier cosa—. Soy de la opinión de que es mejor no tener novio que uno inadecuado. Tú padre, por ejemplo era el adecuado. —Suspiré y levanté la vista. Al menos mientras hablaba de mi padre no estaba hablando de mí—. Era un hombre tan bueno… —dijo moviéndose lentamente hacia la hornilla. Se detuvo de lado para vernos mientras levantaba la tapa de la salsa y la removía—. Hay que encontrar al hombre adecuado con el que tener hijos. Nosotros tuvimos suerte con Rachel —dijo—. Aun así, casi la perdemos.

 

Nick se sentó derecho mostrando interés.

 

—?Cómo es eso, se?ora Morgan?

 

Su cara se alargó reflejando una antigua preocupación y me levanté para enchufar la cafetera, ya que a ella se le había olvidado. La historia que iba a contar era embarazosa, pero ya la conocía y la prefería a lo que pudiese ocurrírsele, especialmente después de mencionar lo de tener hijos. Me senté junto a Nick cuando mi madre empezó con su habitual apertura de la historia.

 

—Rachel nació con una extra?a enfermedad de la sangre —dijo—. No teníamos ni idea de que estaba ahí, esperando una combinación inoportuna para revelarse.

 

Nick se volvió hacia mí con las cejas arqueadas.

 

—No me habías hablado de eso.

 

—Bueno, es que ya no la tiene —dijo mi madre—. La amable se?ora de la clínica nos lo explicó todo diciendo que habíamos tenido suerte con el hermano mayor de Rachel y que teníamos una probabilidad entre cuatro de que nuestro siguiente hijo fuese como Rachel.

 

—Eso suena a una enfermedad genética —dijo Nick—. Normalmente uno no se recupera de una enfermedad así.

 

Mi madre asintió y bajó el fuego de la olla hirviendo con la pasta.

 

—Rachel respondió a una serie de remedios de hierbas y medicina tradicional. Es nuestro bebé milagro.

 

Nick no parecía muy convencido, así que a?adí:

 

—Mis mitocondrias producían una enzima rara y mis glóbulos blancos creían que era una infección. Atacaban a las células sanas como si fuesen invasores, especialmente a mi medida ósea y a cualquier cosa relacionada con la producción de sangre lo único que sé es que estaba cansada todo el tiempo. Los remedios naturales ayudaron, pero no fue hasta que entré en la pubertad cuando todo pareció arreglarse. Ahora estoy bien, excepto por una sensibilidad hacia el azufre, aunque la enfermedad me ha acortado la esperanza de vida en unos diez a?os. Al menos eso es lo que me dijeron.

 

Nick me puso la mano en la rodilla bajo la mesa.

 

—Lo siento.

 

Esbocé una amplia sonrisa.

 

—Eh, ?qué son diez a?os? Se supone que no iba a llegar ni a la pubertad. —No tenía ánimos para decirle que incluso sin esos diez a?os, probablemente iba a vivir décadas más que él. Pero probablemente él ya lo supiera.

 

—Monty y yo nos conocimos en la universidad, Nick —dijo mi madre devolviendo la conversación a su tema originario. Sabía que no le gustaba hablar de mis primeros doce a?os de vida—. Fue tan romántico… La universidad acababa de crear los estudios paranormales y había mucha confusión acerca de los prerrequisitos. Cualquiera podía estudiar cualquier cosa. Yo no tenía nada que hacer en una clase de líneas luminosas y el único motivo por el que me apunté fue porque el guapísimo brujo delante de mí en la cola de la secretaría lo hizo y no quedaban plazas en el resto de alternativas. —Removió más lentamente con la cuchara y la cubrió una bocanada de vapor—. Es curioso cómo el destino parece reunir a la gente a veces —dijo en voz baja—. Me apunté a esa clase para sentarme junto a un hombre, pero acabé enamorándome de su mejor amigo. —Me sonrió—. Tu padre. Los tres éramos compa?eros de laboratorio. Lo habría dejado si no llega a ser por Monty. No soy una bruja de líneas luminosas. Como Monty no era capaz de invocar un hechizo aunque le fuera la vida en ello, él me hizo todos los círculos durante los siguientes dos a?os y a cambio, yo le invoqué todos sus amuletos hasta que se graduó.

 

Nunca antes había oído esta parte y al levantarme para coger tres tazas para el café me fijé en la olla de salsa roja. Arrugué el ce?o y me pregunté si habría alguna manera diplomática de tirarla a la basura. Además estaba cocinando de nuevo en su caldero para hechizos. Esperé que se hubiese acordado de lavarlo con agua salada o la comida iba a resultar un poquito más interesante de lo habitual.

 

—?Cómo os conocisteis Rachel y tú? —preguntó mi madre apartándome de la olla para meter una barra de pan congelado a calentar en el horno.

 

Nick abrió los ojos de par en par y sacudí la cabeza advirtiéndole. Sus ojos pasaron de mí a mi madre.

 

—Eh, en un evento deportivo.

 

—?De los Howlers? —preguntó ella.

 

Nick me miró en busca de ayuda y me senté junto a él.

 

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