El bueno, el feo yla bruja

—Gracias —dije contenta de que me ayudase. No me importaba ingeniármelas con la mayoría de las cosas, pero la hechicería era una ciencia exacta. Y la mera idea de tener que necesitar un familiar me hacía sentirme incómoda. La mayoría de las brujas tenían uno, pero las brujas de líneas luminosas los necesitaban por una cuestión de seguridad. Dividir el aura ayudaba a evitar que un demonio te atrajese hacia siempre jamás. Pobre Bob.

 

Nick volvió a dibujar los pentagramas y levantó la vista cuando saqué el saco de nueve kilos de sal de debajo de la encimera y lo coloqué con un golpe seco encima. Sumamente consciente de sus ojos clavados en mí, ara?é un pu?ado del montón apelmazado. Ante la insistencia de Ivy había dado por perdido el depósito del alquiler y había grabado un círculo poco profundo en el linóleo. Ivy me ayudó. En realidad lo había hecho casi todo ella, usando un compás de cuerda y una tiza para asegurarse de que el círculo era perfecto. Yo me senté en la encimera y la dejé hacer, sabiendo que se mosquearía si me metía por medio. El resultado era un círculo absolutamente perfecto. Incluso había cogido una brújula para marcar el Norte con pintura de u?as negra e indicarme así dónde empezar el círculo.

 

Ahora, mirando al suelo en busca del punto negro, espolvoreé la sal con cuidado avanzando en el sentido de las agujas del reloj alrededor de la isla hasta llegar al punto de inicio. A?adí los artilugios para la protección y la adivinación, puse las velas verdes en los lugares apropiados, luego las encendí con la llama que había usado para hacer el medio de transferencia.

 

Nick me observaba de reojo. Me gustaba que aceptase que yo fuese una bruja. Cuando nos conocimos me preocupaba que al ser uno de los pocos humanos que practicaba las artes negras, finalmente tuviese que darle una paliza y entregarlo a las autoridades. Pero Nick había estudiado Demonología para mejorar su latín y aprobar una asignatura de desarrollo del lenguaje, no para invocar demonios. Y la rareza de encontrar un humano que aceptase la magia con semejante naturalidad era un verdadero aliciente.

 

—última oportunidad para salir —dije al cerrar la llave del gas y al trasladarlo todo a la isla central.

 

Nick emitió un ruido desde lo más profundo de su garganta y dejó a un lado su pentagrama perfecto para empezar con el siguiente. Envidié sus líneas fluidas y rectas. Aparté mi parafernalia a un lado para dejar un hueco libre en la encimera frente a él. El recuerdo de haber sido castigada por usar sin querer una línea luminosa y lanzar al matón del campamento contra un árbol volvió a mi mente. Creía que era estúpido que mi aversión a las líneas luminosas radicase en un incidente de la infancia, pero sabía que era algo más que eso. No confiaba en la magia de líneas luminosas. Era demasiado fácil perder de vista el lado de la magia en el que uno estaba.

 

Con la brujería terrenal era fácil. Si había que sacrificar a una cabra, apuesto lo que quieras a que se trata de magia negra. La magia de líneas luminosas requería también un coste de muerte, pero era una muerte más nebulosa, que se tomaba del alma y era más difícil de cuantificar y más fácil de desde?ar… hasta que era demasiado tarde. El coste de la magia blanca de líneas luminosas era insignificante y equivalía a arrancar hierbas para usarlas en los hechizos. Pero el poder directo proveniente de las líneas luminosas era seductor. Requería tener una voluntad fuerte para mantenerse dentro de unos límites autoimpuestos y seguir siendo una bruja blanca de líneas luminosas. Las fronteras que parecían tan razonables y prudentes, a veces resultaban absurdas o apocadas cuando la fuerza de una línea luminosa te atravesaba. Había visto a muchos amigos pasar de arrancar hierbas a sacrificar cabras sin darse ni cuenta de que habían dado el paso hacia las artes negras. Y nunca te escuchaban con la excusa de que era porque estabas celosa o porque eras una loca. Al final tenías que llevarlos a rastras hasta el calabozo de la SI por ponerle un hechizo negro a un poli que les había parado por exceso de velocidad. Quizá por eso no conservaba las amistades.

 

Esos eran los que más me molestaban, gente básicamente buena que había sido tentada por un poder más fuerte que su voluntad. Daban pena. Sus almas eran devoradas lentamente para pagar el coste de la magia negra con la que habían estado jugando. Pero los brujos de magia negra profesional eran los que me daban miedo de verdad. Aquellos lo bastante fuertes para traspasar la muerte del alma a otra persona y que fuese ella la que pagase por el coste de su magia. Sin embargo, al final, la muerte del alma encontraba su camino, probablemente llevando consigo un demonio. Lo único que sabía era que había gritos y sangre y se oían grandes explosiones que sacudían toda la ciudad. Y entonces ya no tenía que volver a preocuparme por ese brujo en particular nunca más.

 

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