El bueno, el feo yla bruja

—Te pillé —masculló Nick resoplando ásperamente cuando por fin atrapó al pez.

 

—?No lo metas en agua salada! —le advertí cuando Nick lo sostenía sobre la cubeta de disoluciones—. Toma dije empujando el recipiente original de Bob. Nick dejó caer dentro a Bob. El agua normal chapoteó y la sequé. El pez se estremeció y se hundió hasta el fondo abriendo y cerrando las agallas.

 

Se hizo el silencio enmarcado por el murmullo de nuestras respiraciones agitadas y el tictac del reloj de encima del fregadero. Nuestras miradas se cruzaron por encima del recipiente. Como uno solo, ambos nos volvimos hacia el demonio. Parecía bastante agradable bajo la forma de un hombre joven con bigote, elegante y pulcro. Estaba vestido como un hombre de negocios del siglo dieciocho, con un traje de terciopelo verde con remates de encaje y las u?as largas. Llevaba unas gafas redondas sobre su fina nariz. El cristal era ahumado para ocultar sus ojos rojos. Aunque fuese capaz de variar su forma a voluntad, convirtiéndose en cualquier cosa desde en mi compa?era de piso hasta en un roquero punk, sus ojos siempre permanecían igual a menos que hiciese un esfuerzo por adoptar todas las habilidades de quienquiera que fuese a quien imitase. Por eso el mordisco que me dio estaba cargado de saliva de vampiro. Un temblor me sacudió al recordar que sus pupilas eran alargadas como las de una cabra.

 

El miedo me produjo un nudo en el estómago y odiaba estar asustada. Obligué a mis manos a soltar mis codos. Me erguí y le hice un gesto con la cabeza.

 

—?No has pensado nunca actualizar tu vestuario? —me mofé de él. Estaba segura dentro del círculo. Estaba segura dentro del círculo. Se me cortó la respiración cuando una bruma rojiza de siempre jamás lo rodeó. Las ropas del demonio se transformaron en un traje moderno que podría llevar un ejecutivo de la lista Forbes.

 

—Esto resulta tan… vulgar —dijo con un resonante acento inglés, perfecto para el teatro—. Pero no quiero que se diga que no me adapto. —Se quitó las gafas e inspiré produciendo un silbido. Me quedé absorta mirando sus extra?os ojos. Di un respingo cuando Nick me tocó en el brazo. Parecía receloso, pero ni la mitad de asustado de lo que me gustaría verlo, y sentí una oleada de vergüenza por mi reacción de pánico de antes. Pero, maldita sea, los demonios me daban un miedo de muerte. Nadie se arriesgaba a invocar a un demonio desde la Revelación. Excepto quienquiera que hubiese llamado a este para acabar conmigo la primavera pasada. Y luego estaba también el que atacó a Trent Kalamack. Quizá invocar a los demonios fuese más corriente de lo que yo estaba dispuesta a admitir.

 

Odiaba que el respeto que sentía Nick hacia ellos careciese de cierto terror. Le fascinaban y me daba miedo de que su búsqueda de conocimientos lo condujese algún día a tomar una decisión estúpida, y que finalmente se lo comiese el tigre.

 

El demonio sonrió mostrando sus dientes anchos y planos mientras contemplaba su atuendo. Produjo un sonido de reflexión profunda y la lana desapareció para convertirse en una camiseta negra remetida dentro de unos pantalones de cuero con una cadena dorada a modo de cinturón alrededor de unas estrechas caderas. Apareció una chaqueta de cuero negra y el demonio se estiró con un gesto sensual mostrando todas las curvas de su nuevo y atractivo torso musculoso al estirar la camiseta pegada sobre su pecho. El pelo corto rubio le creció al sacudir la cabeza y se hizo más alto. Me quedé pálida. Se había convertido en Kist, devolviéndome mi antiguo miedo hacia él. El demonio parecía disfrutar de lo lindo transformándose en lo que más miedo me daba. No dejaría que me acobardase, no lo dejaría.

 

—Oh, esto no está nada mal —dijo el demonio cambiando su acento por el de un seductor chico malo, a juego con su nuevo aspecto—. Te da miedo la gente más guapa, Rachel Mariana Morgan. Prefiero ser este. —Se pasó la lengua por los labios sugerentemente y me lanzó una mirada al cuello, deteniéndose en la cicatriz que me hizo mientras estaba tirada en el suelo del sótano de la biblioteca de la universidad, sumida en una neblina producida por el éxtasis de la saliva de vampiro, mientras me mataba.

 

El recuerdo me aceleró el corazón. Levanté la mano para taparme el cuello. La intensidad de su mirada me presionaba la piel y me producía un cosquilleo.

 

—Para —le pedí asustada mientras despertaba mi cicatriz y un hormigueo de sensaciones me recorrían como metal fundido desde el cuello hasta la ingle. Inspiré con un silbido por la nariz—. ?He dicho que pares!

 

Los azules ojos de Kist se abrieron de par en par y se volvieron rojos. Al ver mi determinación, la silueta del demonio se hizo borrosa.

 

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