El bueno, el feo yla bruja

Tragué saliva. Mi secreto era bueno y lo único que quería era librarme del demonio; pero no creería lo que valía si no se lo contaba primero.

 

—Tuve una rara enfermedad en la sangre —dije antes de que pudiese cambiar de idea—. Creo que el padre de Trent me curó con una terapia genética ilegal.

 

El demonio se rió con satisfacción.

 

—A ti y a varios miles de mocosos más. —Ondeando las colas de su chaqueta se paseó hasta el borde del círculo. Yo retrocedí hasta la encimera con el corazón en la boca—. Será mejor que empieces a tomártelo en serio o voy a perder mi buen… —se sobresaltó al ver mi libro abierto con el hechizo para vincular a un familiar— humor —terminó de decir, dejando que la palabra se apagase—. ?De dónde…? —vaciló y luego parpadeó posando sus ojos rasgados de cabra primero sobre mí y luego sobre Nick. No pude sentirme más sorprendida cuando soltó un ligero suspiro de incredulidad—. Oh —dijo con tono conmocionado—, maldita sea mil veces.

 

Nick alargó el brazo por detrás de mí, cerró el libro y lo cubrió con las hojas negras. De pronto me sentí diez veces más nerviosa. Miré a mi alrededor hacia las velas transparentes y al pentagrama hecho con sal. ?Qué rayos estaba haciendo?

 

El demonio se retiró con aire reflexivo y se quedó balanceándose sobre los talones. Con la enguantada mano blanca en la barbilla me miró con intensidad renovada, dándome la sensación de que podía ver a través de mí con la misma facilidad que yo podía ver a través de esas velas verdes que había encendido sin saber para qué eran. Su rápido cambio de la ira a la sorpresa y hacia una insidiosa reflexión me llegó al alma e hizo que me estremeciese.

 

—Bueno, no voy a ser malo —rectificó con el ce?o fruncido mirando el reloj de pulsera lleno de opciones que había aparecido en su mu?eca en el instante de mirarla. El reloj era idéntico al de Nick—. ?Qué hago? ?Qué hago? ?Os mato o no os mato? ?Mantengo la tradición o apuesto por el progreso? Creo que lo único que se sostendría en un juicio es si os dejo decidir. —Sonrió y un irrefrenable escalofrío me sacudió—. Y todos queremos que esto sea legal, muy, muy legal.

 

Asustada me deslicé junto a la encimera para apretarme contra Nick. ?Desde cuándo les importaba a los demonios lo que era legal?

 

—No te mataré si me invocas sin un círculo —dijo el demonio de sopetón, dando un seco taconazo sobre el linóleo al balancearse, dejando entrever su excitación en sus movimientos impulsivos—. Si tengo razón, os lo concederé de todas formas. Lo sabremos muy pronto. —Sonrió perversamente—. Lo estoy deseando. De todas formas, ya eres mía.

 

Di un respingo cuando Nick me cogió por el codo.

 

—Nunca he oído hablar de una promesa de seguridad sin un círculo —me susurró con los ojos entornados—. Nunca.

 

—Eso es porque solo se le concede a los muertos vivientes, Nick Sparagmos.

 

La desagradable sensación en la boca del estómago empezó a avanzar hacia arriba, tensándome todos los músculos a su paso. ?No había nada en este apestoso mundo de Dios que valiese una invocación sin riesgos pero me lo ofrecía a cambio de absolverme de mi deuda? Oh, esto tenía que ser bueno. Había pasado algo por alto. Lo sabía. Con decisión aparté mis sentimientos a un lado. Había hecho malos tratos antes y había sobrevivido.

 

—Vale —dije con voz temblorosa—, ya he terminado contigo. Quiero que te largues derechito a siempre jamás sin entretenerte por el camino. El demonio se miró a la mu?eca de nuevo.

 

—Qué ama más dura —dijo elegantemente abriendo con grandes gestos el congelador para sacar una caja de patatas fritas para el microondas—. Pero teniendo en cuenta que tú estás dentro del círculo y yo aquí fuera, me iré cuando me dé la real gana. —Sus enguantadas manos blancas se cubrieron de una bruma roja, que al disolverse dejó ver las patatas humeantes. Al abrir la nevera frunció el ce?o—. ?No hay Ketchup?

 

Las dos de la ma?ana, pensé mirando el reloj. ?Por qué era eso tan importante?

 

—Nick —susurré. Me entró frío—. Quítale las pilas a tu reloj. Ahora.

 

—?Qué?

 

El reloj de encima del fregadero tenía las dos menos cinco. No estaba segura de si estaba bien en hora.

 

—?Tú hazlo! —le grité—. Está conectado con el reloj atómico de Colorado. Te envía una se?al a medianoche hora de allí para poner a cero todos los relojes. La se?al romperá el círculo, igual que una línea de teléfono o de gas activa.

 

—Oh… mierda —dijo Nick quedándose pálido.

 

—?Maldita seas, bruja! —gritó el demonio furioso—. ?Casi os tengo a los dos!

 

Nick manipulaba su reloj frenéticamente, haciendo palanca con sus largos dedos en la parte trasera.

 

—?Tienes una moneda? Necesito un centavo para quitarle la tapa. —Sus ojos reflejaban su miedo, clavados en el reloj de encima del fregadero. Se metió la mano en el bolsillo buscando una moneda.

 

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