El bueno, el feo yla bruja

—Qué bonito —dije sarcásticamente cuando me hizo pasar a su despacho. La habitación color blanco hueso estaba casi desierta y la suciedad era patente en las esquinas. Un monitor nuevo de ordenador reposaba en el escritorio casi vacío. Tenía unos altavoces antiguos y una silla fea detrás del escritorio. Me pregunté si habría alguna silla decente en todo el edificio. El escritorio estaba laminado en blanco, pero la mugre incrustada desde hacía a?os lo hacía parecer casi gris. No había nada en la papelera de alambre junto a él.

 

—Cuidado con los cables del teléfono —dijo Glenn pasando junto a mí para dejar caer su bolsa con la rata en el archivador. Se quitó la chaqueta y cuidadosamente la colocó en una percha de madera que luego colgó de un perchero de pie. Observando la fea habitación me pregunté cómo sería su apartamento.

 

Los dos cables del teléfono salían de una roseta de detrás de una alargada mesa y recorrían el suelo hasta su escritorio. Tener los cables así colgando tenía que ir en contra de las normas de seguridad laboral, pero si a él no le importaba que alguien tirase su teléfono de su escritorio al tropezar con ellos, ?por qué iba a preocuparme a mí?

 

—?Por qué no pones el escritorio aquí? —le pregunté se?alando a la mesa cubierta de papeles que estaba en el emplazamiento lógico del escritorio.

 

Glenn estaba encorvado sobre el teclado y levantó la vista.

 

—Porque entonces le daría la espalda a la puerta y no vería la planta central.

 

—Oh.

 

No había ningún adorno de ningún tipo, nada que fuese remotamente personal. La única repisa contenía solo carpetas rebosantes de papeles. No parecía que llevase allí mucho tiempo. Había huellas rectangulares más claras en las paredes donde antes colgaban cuadros. Lo único que había ahora en las paredes, aparte de su título de detective, era un polvoriento tablón de anuncios que colgaba justo encima de la mesa alargada con cientos de notas adhesivas pinchadas. Estaban descoloridas y rizadas y contenían mensajes crípticos que probablemente solo Glenn podría descifrar.

 

—?Qué son todas esas notas? —pregunté mientras él comprobaba que las persianas de la ventana que daba al resto de la oficina estaban cerradas.

 

—Anotaciones de un antiguo caso en el que estoy trabajando. —Tenía un tono de preocupación en la voz. Regresó a su teclado y escribió una línea de letras—. ?Por qué no te sientas?

 

Me quedé de pie en medio del despacho, mirándolo fijamente.

 

—?Dónde? —le pregunté finalmente.

 

Glenn levantó la vista y se puso rojo al darse cuenta de que estaba sobre la única silla.

 

—Vuelvo enseguida. —Rodeó el escritorio y se detuvo torpemente frente a mí hasta que me quité de su camino. Tras esquivarme, salió del despacho.

 

Pensando que su despacho era lo peor de la inhóspita burocracia de la AFI que hubiese visto hasta el momento, me quité el sombrero y la chaqueta para colgarlos en el gancho que había detrás de la puerta. Aburrida, me acerqué hasta el escritorio. Una pantalla de bienvenida con un mensaje parpadeante esperaba una respuesta. Un traqueteo precedió a Glenn, que llegaba empujando una silla giratoria de ruedas hacia su despacho. Me dedicó una mirada de disculpa y la colocó junto a la suya. Dejé el bolso sobre el vacío escritorio y me senté junto a él, inclinándome para ver mejor. Lo observé escribir las tres contrase?as: ?delfín?, ?tulipán? y ?Mónica?. ?Una antigua novia?, me pregunté. Aparecían como asteriscos en la pantalla, pero como escribía con dos dedos no era muy difícil seguirlo.

 

—Muy bien —dijo acercándose una libreta con una lista de nombres y números de identificaciones. Miré el primero y luego de nuevo a la pantalla. Con una dolorosa lentitud frunció el ce?o y empezó a teclearlos. Pulsación. Pausa. Pulsación, pausa.

 

—Oh, por favor, dame eso —dije tirando del teclado. Pulsando las teclas con ritmo alegre introduje el primero y luego cogí el ratón y pulsé el botón de ?Todos? para que el único límite de la búsqueda fuesen las entradas de los últimos doce meses.

 

Una pregunta apareció en la pantalla y titubeé.

 

—?Qué impresora? —pregunté.

 

Glenn no dijo nada y me giré para verlo recostado en el respaldo de la silla con los brazos cruzados.

 

—Apuesto a que también le quitas el mando a tu novio —dijo volviendo a tirar de teclado hacia sí y recuperando el ratón.

 

—Claro, es mi tele —dije acaloradamente—. Perdona. —Bueno, en realidad era la tele de Ivy. La mía se perdió en un gran ba?o de agua salada. Lo cual no estaba del todo mal, porque habría parecido de juguete al lado de la de Ivy.

 

Glenn emitió un ruidito desde el fondo de su garganta. Lentamente tecleó el siguiente nombre, comprobándolo en la lista antes de pasar al siguiente. Esperé impacientemente. Mis ojos se posaron en la arrugada bolsa en el archivador. Un absurdo deseo de sacar la rata me invadió. Por eso dijo que estaríamos aquí durante horas. Sería más rápido recortar las letras y pegarlas en un papel.

 

—Esa no es la misma impresora —dije advirtiendo que la había cambiado.

 

—No sabía que querías verlos todos —dijo con voz preocupada mientras elegía las letras del teclado—. Estoy enviando el resto a la impresora del sótano. —Lentamente tecleó la última fila de números y pulsó ?enter?—. No quiero quejas por ocupar tanto tiempo la impresora de esta planta —a?adió.

 

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