Cuando acabé de comer arrugué el envoltorio haciendo una bola y me levanté. Glenn no había terminado. Al limpiar la mesa, dejé el Ketchup allí. Con el rabillo del ojo lo vi con los ojos clavados en él.
—También está bueno en la hamburguesa —le dije, agachándome tras la isla central para coger mi libro de hechizos. Oí el sonido del plástico al deslizarse sobre la mesa. Con el libro en la mano me giré y vi que había apartado el bote. No quiso mirarme a los ojos cuando volví a sentarme a la mesa—. ?Te importa si compruebo una cosa antes de irnos? —le pregunté abriendo el libro por el índice.
—Adelante.
Su voz se había vuelto fría de nuevo. Suspiré al suponer que sería por el libro de hechizos y me incliné para leer la desvaída letra.
—Quiero hacer un hechizo para que los Howlers cambien de idea respecto a lo de no pagarme —dije esperando que se relajase si sabía qué estaba haciendo—. He pensado que podría comprar lo que no tengo en el jardín mientras estoy fuera. No te importa que hagamos una parada extra, ?verdad?
—No. —Sonó algo menos frío y lo tomé como una buena se?al. Glenn revolvía el hielo ruidosamente con su pajita y me acerqué más hacia él a propósito para que pudiese ver.
—Mira —le dije se?alando la letra borrosa—, yo tenía razón. Si quiero que sus lanzamientos altos sean siempre falta necesito un hechizo sin contacto. —Para una bruja terrenal como yo, sin contacto se refería a con varita. Nunca había hecho una, pero me sorprendí al comprobar los ingredientes. Lo tenía todo menos las semillas de helecho y la varita. ?Cuánto podría costar un palo de secuoya?
—?Por que lo haces?
Su voz tenía un tonito provocador. Parpadeando repetidamente cerré el libro. Decepcionada me levanté para guardar el libro y luego, apoyada contra la isla central me volví para verle la cara.
—?Hacer hechizos? Es lo que sé hacer. No voy a hacerle da?o a nadie. Al menos no con un hechizo.
Glenn dejó en la mesa su vaso tama?o extragrande. Sus dedos oscuros se abrieron y se soltaron del vaso. Se reclinó contra el respaldo de su silla y titubeó.
—No —dijo finalmente—. ?Cómo puedes vivir con alguien así, lista para explotar sin previo aviso?
—Oh. —Alargué el brazo para coger mi bebida—. Es que la has pillado en un mal día. No le cae bien tu padre y la ha tomado contigo. —Y tú sólito te lo has buscado, gilipollas. Sorbí ruidosamente el resto de mi refresco y tiré el vaso—. ?Listo? —dije recogiendo mi bolso y mi abrigo de la silla.
Glenn se levantó y se ajustó la chaqueta de su traje antes de cruzar delante de mí para tirar los envoltorios bajo el fregadero.
—Ivy quiere algo —dijo—. Y cada vez que te mira, veo culpabilidad. Queriendo o sin querer te va a hacer da?o y ella lo sabe.
Ofendida, lo miré de arriba abajo.
—No me está acosando. —En un intento por mantener mi rabia a raya me dirigí hacia el pasillo a paso ligero.
Glenn me siguió de cerca y sus suelas duras resonaron como el latido de un corazón detrás de mí.
—?Me estás contando que ayer fue la primera vez que te atacaba?
Fruncí los labios y noté los golpes de mis botas recorrerme toda la columna. Había habido muchos ?casi? antes de descubrir qué cosas la hacían saltar y de que yo, consecuentemente, dejara de hacerlas.
Glenn no dijo nada, aceptando mi silencio como una respuesta.
—Mira —dijo cuando salimos al santuario—, puede que anoche me comportase como un humano estúpido, pero estaba observando. Piscary te embelesó en un santiamén. Ella te rescató con solo decir tu nombre. Eso no puede ser normal. Y te llamó su mascota. ?Eso es lo que eres? La verdad es que a mí me lo parece.
—No soy su mascota —dije—. Ella lo sabe y yo lo sé. Piscary puede pensar lo que quiera. —Metí los brazos en el abrigo, abrí la puerta de un empujón y salí de la iglesia bajando los escalones hecha una furia. Di un tirón de la manecilla de la puerta del coche pero estaba cerrado. Enfadada tuve que esperar a que lo abriese—. Y además, no es asunto tuyo —a?adí.
El detective de la AFI abrió su puerta en silencio, luego se detuvo para mirarme por encima del techo del coche. Se puso las gafas de sol ocultando sus ojos.
—Tienes razón. No es asunto mío.
Abrí la puerta y entré cerrando de un portazo que sacudió todo el coche. Glenn se deslizó suavemente tras el volante y cerró su puerta.
—Pues claro que no es asunto tuyo, joder —mascullé en el espacio cerrado de su coche—. Ya la oíste anoche. No soy su sombra. No mentía cuando lo dijo.
—También oí a Piscary decir que si ella no te controlaba, lo haría él.
Una ola de verdadero miedo, indeseado e inquietante, me dejó rígida.
—Soy su amiga —afirmé—. Lo único que quiere es una amiga que no ande tras su sangre. ?No se te había ocurrido pensar eso?
—?Una mascota, Rachel? —dijo en voz baja arrancando el coche.
No contesté nada y empecé a tamborilear con los dedos en el reposabrazos. Yo no era la mascota de Ivy. Y ni siquiera Piscary podía obligarla a convertirme en su mascota.
10.